Ciudad Juárez no es una ciudad más en el mapa: es el kilómetro cero de la Revolución Mexicana. Aquí no solo se pelearon batallas; aquí se decidió el rumbo de un país entero. Sin embargo, pese a cargar con una herencia que cualquier otra ciudad presumiría con estridencia, Juárez ha permitido que su grandeza histórica se oxide entre el desinterés, el abandono y la memoria disuelta.
Porque sí, fue en Juárez donde la Revolución dejó de ser una aspiración para convertirse en victoria. Fue aquí donde los ejércitos que respondían a Francisco I. Madero rompieron el dominio porfirista. Fue aquí en la llamada Batalla de Ciudad Juárez —que fue la primera victoria militar importante del movimiento revolucionario— donde se marcó el principio del fin del Porfiriato.
Fue aquí donde, tras esa derrota, Porfirio Díaz decidió finalmente renunciar, iniciando el tránsito hacia la democracia mexicana. Y fue aquí, donde, durante meses, Cd. Juárez se convirtió en capital provisional del país, con Madero despachando desde esta frontera mientras reorganizaba la vida política nacional.
No es exageración: sin Juárez, no habría Revolución Mexicana. Al menos, no como la conocemos.
¿Y qué hemos hecho con semejante legado? Poco o Casi nada. Nuestra historia yace como un libro empolvado: presente, sí, pero sin ser leído.
En una ciudad donde miles presumen la fuerza del trabajo, la resistencia y el carácter fronterizo, sorprende que tan pocos sepan que las calles por donde caminan todos los días fueron escenario de uno de los momentos más decisivos del México moderno.
Porque una ciudad que olvida su pasado se vuelve presa fácil de cualquier narrativa pasajera. Por eso resulta tan importante recordar a una de nuestras figuras más emblemáticas de la Revolución: La Adelita.
Las fuentes más antiguas y la tradición regional sostienen que La Adelita —la mujer que inspiró el corrido— era juarense y enfermera. Su nombre: Adelaida Velarde Pérez, nacida el 8 de septiembre de 1899, su casa estaba en la calle 16 de septiembre y Francisco Villa, donde se ubicaba el hotel rio Bravo y era nieta de Rafael Velarde, destacado juarista, político y comerciante que dejó su nombre plasmado en una de las calles principales del primer cuadro de la ciudad.
La Adelita, una enfermera que se enlistó en la división del Norte de Pancho Villa, que curó heridos en campamentos revolucionarios cercanos a Juárez y en los trenes que partían de esta frontera, cuya fuerza, valentía y belleza quedaron inmortalizadas en la canción más icónica de la Revolución Mexicana, esa que canta: Y si Adelita se fuera con otro la seguiría por tierra y por mar…
Una mujer real. Orgullosamente de esta tierra, valiente y entregada como muchas tantas…
¿Y cuántos juarenses lo saben?
¿Dónde está su placa?
¿Dónde está su ruta histórica?
¿Dónde está el esfuerzo institucional para que nuestras niñas crezcan sabiendo que una mujer de Juárez es símbolo nacional de resistencia?
Porque ella dio origen al termino “las Adelitas” un apodo distintivo para todas las mujeres revolucionarias. Se sabe que las mujeres revolucionarias acompañaban a los soldados; hacían la comida, pero una de las funciones más destacadas era el espionaje. Iban, escuchaban y volvían con la información. También en sus faldas, las revolucionarias escondían las armas de los revolucionarios.
Y ahí está el problema: tenemos historia, pero no la contamos. Tenemos símbolos, pero no los cuidamos. Tenemos identidad, pero parece que la escondemos.
Nuestra querida Ciudad Juárez nació, creció y sobrevivió en resistencia. Aquí estallaron conflictos, aquí se ganó la primera gran batalla, aquí se firmaron acuerdos, aquí renunció un dictador, aquí se reorganizó el país. Juárez fue el rompehielos de la modernidad mexicana.
Pero hoy, esa memoria se diluye entre centros comerciales, calles sin placas históricas, sitios revolucionarios convertidos en estacionamientos y generaciones enteras que repiten la palabra “Revolución” sin saber que ocurrió literalmente bajo sus pies.
Si olvidamos lo que pasó aquí, perdemos más que historia: Perdemos identidad, orgullo y el recuerdo de que, cuando Juárez se levanta, México cambia.
La Revolución Mexicana no es un capítulo de libros viejos. Es la raíz que sostiene el carácter juarense: frontal, valiente, resistente, transformador.
Pero una identidad que no se ejerce, se evapora. Una historia que no se cuenta, se pierde. Un legado que no se reivindica, se convierte en anécdota.
Hoy, más que nunca, urge rescatar nuestra memoria colectiva. No por nostalgia, sino por futuro. Porque una ciudad que conoce su historia es una ciudad más fuerte, más consciente, más difícil de manipular y más capaz de defenderse.
No me voy sin antes recordar dos frases revolucionarias, la primera de Pancho Villa: “El país debe ser gobernado por alguien que realmente quiera a su gente y a su tierra” y la de Emiliano Zapata: “Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”
Juárez no necesita inventarse identidad, solo necesita recordarla.
*Con agradecimiento especial por la información de Don José Luis Hernández Caudillo, historiador de nuestra ciudad

César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político


