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    diciembre 3, 2025 | 17:41

    CECOFAM: El Contraste.

    Publicado el

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    Hace algunas semanas, una columna publicada en este mismo espacio generó diversas reacciones. Bajo el título “CECOFAM: ¿Supervisión o Criminalización de la Paternidad?”, ese texto planteó observaciones sobre el funcionamiento del Centro de Convivencia Familiar en Ciudad Juárez, a partir de las experiencias que allí confluyen. Su propósito fue contribuir a una reflexión sobre cómo estos espacios pueden garantizar mejor el interés superior de la niñez, sin otro ánimo que aportar a una conversación necesaria.

    Las visitas en CECOFAM, aunque oficialmente contempladas en periodos de 50 minutos, suelen percibirse como más breves por quienes las viven. Factores emocionales, el proceso natural de adaptación entre niñas, niños y progenitores, y las circunstancias propias de un entorno supervisado hacen que el tiempo efectivo de convivencia pueda resultar limitado, dificultando en ocasiones la posibilidad de propiciar encuentros verdaderamente significativos.

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    Entre los aspectos señalados previamente se encontraba el recorrido desde la entrada hasta las instalaciones principales, un trayecto que, hasta hace poco, exponía a quienes acuden a la convivencia a situaciones incómodas por su falta de privacidad. Es justo reconocer que recientemente se han implementado medidas para atender esta situación, como la instalación de una malla ciclónica con recubrimiento que ofrece mayor discreción durante ese trayecto. Si bien aún es posible avanzar para perfeccionar esta solución, se valora como un paso en la dirección correcta.

    En el interior del centro también se ha registrado una transformación significativa: la nueva habilitación tiene áreas más amplias, confortables y amigables, donde ahora es posible que las niñas y los niños jueguen con sus padres y madres en un entorno más acogedor. Estas nuevas instalaciones, que incluyen columpios, juegos y mobiliario infantil, permiten que la convivencia ocurra de manera más natural y lúdica, favoreciendo tanto la expresión afectiva como una observación más auténtica por parte del personal especializado.

    Uno de los aspectos que aún requiere atención es la forma en que los progenitores son identificados dentro del centro. En muchos casos, en lugar de ser llamados por su nombre propio, se utiliza exclusivamente el número de expediente como forma de referencia.

    Aunque pudiera parecer una medida administrativa sin mayor consecuencia, este detalle puede tener implicaciones significativas desde una perspectiva de derechos humanos. El nombre propio es un elemento esencial de la identidad de toda persona, y su uso constituye un acto mínimo de reconocimiento y respeto a la dignidad individual. Este principio está consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que “todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”. El nombre, como símbolo fundamental de identidad, es una expresión de esa personalidad y su uso es una forma básica de garantizar que cada individuo sea tratado como sujeto de derechos, no como un expediente.

    La Convención sobre los Derechos del Niño refuerza este marco al establecer el derecho del menor a preservar su identidad, incluyendo su nombre y relaciones familiares, lo cual necesariamente implica que los entornos institucionales deben también garantizar el respeto a la identidad de los adultos que integran su entorno afectivo.

    Desde un enfoque de infancia, además, cada elemento que contribuya a generar un ambiente más humano, respetuoso y cercano en las visitas supervisadas puede favorecer un mejor vínculo entre los menores y sus figuras parentales. Llamar a los padres o madres por un número en lugar de su nombre propio puede ser percibido por los niños como una forma de despersonalización que refuerza el distanciamiento emocional. En cambio, el uso del nombre, con todo lo que representa emocional y simbólicamente, ayuda a mantener una narrativa de reconocimiento y cercanía, tanto en lo emocional como en lo institucional.

    La implementación de prácticas respetuosas de la identidad y la dignidad de las personas no requiere necesariamente grandes reformas, sino voluntad de incorporar un enfoque más humano, sensible y acorde a los estándares internacionales. La identidad no se reduce a un código administrativo, y garantizar su respeto en cada interacción, por mínima que parezca, forma parte de construir instituciones verdaderamente centradas en la persona.

    El desafío de equilibrar la protección, la supervisión y el respeto a los derechos de todas las personas involucradas es complejo, pero no imposible. Cada paso que se da hacia un trato más equitativo y digno es un avance que debe reconocerse. Señalar áreas de oportunidad no es criticar por criticar, sino contribuir a que estos espacios cumplan mejor su función.

    Al final del día, lo que está en juego es el derecho de las niñas y los niños a mantener relaciones significativas con ambos lados de su historia familiar. Las instituciones están llamadas a ser puentes que faciliten esos vínculos, no barreras que los dificulten. Ese es el espíritu que debe orientar cada decisión y cada mejora.

    Bien por el CECOFAM y su mejora continua.

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    David Gamboa

    Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.

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