En estos tiempos convulsos donde las pasiones políticas se desbordan y el juicio se nubla con facilidad, se vuelve más urgente que nunca apelar a la razón. Entiendo, aunque no comparto, el enojo de quienes ven en la reforma judicial una afrenta a la independencia del Poder Judicial, un intento de colonización institucional, incluso una embestida contra la legalidad. Pero de ahí a invocar la abstención como forma de protesta hay una distancia peligrosa que conviene subrayar: dejar de votar no es una rebelión, es una rendición.
Nos guste o no, la reforma judicial ya está. Fue impulsada, debatida, aprobada y publicada. Puede parecernos insuficiente, torpe o incluso malintencionada. Pero su aplicación no es optativa. Negarse a participar en la elección de jueces, magistrados y ministros bajo este nuevo esquema no hará que desaparezca el marco legal que la respalda. Solo asegura una cosa: que otros elijan por nosotros.
La democracia no es una ceremonia perfecta, ni un acto moral impoluto. Es un campo de disputa, un terreno donde se libra, todos los días, la batalla por los principios, los derechos, y las formas de convivencia que queremos preservar. Abstenerse en nombre de la pureza es tan ingenuo como suicida. ¿Desde cuándo renunciar al voto es un gesto heroico? En realidad, es un regalo a los intereses que decimos combatir.
Sí, el proceso es engorroso. Sí, habrá papeletas confusas y candidaturas poco conocidas. Pero si los ciudadanos no nos involucramos, si no estudiamos a los perfiles, si no votamos con conciencia, será aún más sencillo para cualquier grupo consolidar su dominio sin resistencia alguna. Dejarle el espacio libre al adversario no es una táctica, es una derrota anunciada.
Y sobre todo: ningún sistema se mejora desde la orilla. La crítica desde la abstención es cómoda, pero estéril. La crítica desde el voto, en cambio, es participación activa. No hay reforma que dure si no tiene legitimidad popular, y esa legitimidad se construye con participación, no con ausencias.
El Poder Judicial, como cualquier otro, debe ser reformado cuando se detectan prácticas opacas, estructuras cerradas y privilegios injustificables. Pero esos cambios deben construirse con ciudadanía, no contra ella. Participar en la elección, aún bajo las nuevas reglas, es afirmar que el poder nos pertenece, no a los partidos ni a los gobiernos.
Quienes llaman a no votar quizás olvidan que en muchas regiones del país votar ha costado vidas, ha sido un acto de resistencia frente al autoritarismo real. No votar es entregarle el futuro al silencio. Y cuando el silencio se apodera de la democracia, ya no hay gritos suficientes que la despierten.
Por eso, el próximo junio, votemos. Con dudas, con críticas, con reservas, pero votemos. Porque aunque no nos guste el tablero, retirarse del juego solo asegura que otros muevan las piezas por nosotros. Y a nadie le gusta que otros decidan por su vida.
Y si lo que usted quiere es que no cambien las cosas, entonces podría votar por quienes hoy están en funciones (EF). Pero vote. No deje que nadie —ni los poderosos ni los desencantados— le diga que renuncie a su derecho de decidir.

David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.