Desaprender estereotipos masculinos permite sanar heridas emocionales y generar vínculos más sanos.
Ciudad Juárez, Chih. (ADN/Staff) – Durante décadas, el modelo tradicional de masculinidad ha estado basado en la dureza, el control, la represión emocional y la superioridad frente a otros, particularmente frente a las mujeres y las diversidades sexuales. Este modelo, aunque profundamente arraigado en la cultura mexicana y global, ha demostrado generar aislamiento, violencia, heridas emocionales no resueltas y una sociedad menos empática. Diversas voces desde la academia, la psicología y los movimientos sociales han comenzado a cuestionarlo con fuerza.
Desde pequeños, a muchos hombres se les enseña que deben ser autosuficientes, no mostrar dolor y enfrentar solos sus batallas. La vulnerabilidad es vista como debilidad, y el llanto, como un acto vergonzoso. Este ideal del “hombre duro” no solo desconecta a los hombres de sus propias emociones, sino que también los aísla, promoviendo una masculinidad que refuerza el silencio emocional y la desconexión con los demás.
Uno de los aspectos más nocivos de esta visión es la exaltación de la promiscuidad masculina. Mientras que los hombres son celebrados por sus conquistas sexuales, las mujeres suelen ser estigmatizadas por los mismos comportamientos. Esta doble moral no solo perpetúa el machismo, sino que también alimenta dinámicas de pareja basadas en la desconfianza, el ego y el dolor emocional.
Otro punto crítico es la idea de que la dominación y la agresividad son sinónimo de poder masculino. En muchos casos, esto se traduce en violencia física o emocional, especialmente contra mujeres. La necesidad de mostrarse “dominante” ha sido vinculada directamente con los altos índices de violencia de género y con una cultura donde la empatía es vista como un signo de debilidad. Sin embargo, cada vez más voces señalan que el verdadero poder radica en la capacidad de autodominarse, ser compasivo y actuar desde la inteligencia emocional.
El rechazo a la diversidad sexual también forma parte del molde tradicional masculino. Muchos hombres han sido socializados para ver la homosexualidad o cualquier expresión de género no normativa como una amenaza a su propia identidad. Este rechazo no solo fomenta la homofobia, sino que también limita la libertad emocional y relacional de quienes lo practican, muchas veces de forma inconsciente.
Finalmente, el modelo tradicional de masculinidad excluye a los hombres de las tareas de cuidado y del hogar. Se les ha hecho creer que cocinar, limpiar o criar a los hijos es “cosa de mujeres”, reforzando una distribución desigual del trabajo doméstico. Sin embargo, participar activamente en estas labores no solo fortalece los vínculos familiares, sino que contribuye a una sociedad más justa y equilibrada.
Cuestionar estos patrones no implica eliminar la masculinidad, sino transformarla. Implica reconocer que ser hombre no está reñido con sentir, cuidar, amar y conectar desde la empatía. Abrirse a una masculinidad más libre, diversa y emocionalmente responsable es una necesidad urgente para una sociedad que aspire a ser más equitativa y humana.

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