Este año no se escribió con tinta.
Se escribió con fuego.
No con palabras, sino con ceniza,
con silencio, con gritos que nadie oyó.
En el campo seco, en las aulas rotas,
en tribunales huecos y plazas sordas,
se alzaron lenguas de brasas invisibles.
Todos gritaban. Nadie escuchaba.
Fue el año de los quemados.
De los cuerpos olvidados en el frío,
de los que ardieron por dentro sin decirlo,
de los que callaron frente al micrófono
y sangraron sobre el teclado.
Un niño murió en un vehículo todo terreno,
la milpa se secó,
las multas vestidas de verde
se clavaron como espinas disfrazadas.
Los jueces se eligieron con aplausos
y el poder se eclipsó, pero nunca se fue.
Este país arde.
Arde todos los días.
Y ese fuego se aviva con aplausos.
Yo también me incendié.
Cada línea fue herida,
cada palabra, una astilla de mí.
No hay columna sin grietas,
ni texto sin llama.
Observé, sí,
pero también caí.
Perdí. Erré.
Y dolió.
No solo el cuerpo:
me dolió la voz.
Y por qué no decirlo:
me dolió la fe.
Pero Dios, aún entre la sombra,
me empujó.
A ciegas, cuando la luz ya no alcanzaba.
Escribí de política,
pero también de nosotros.
Del gesto que sobrevive,
de la magia de resistir sin nombre.
Vi la frontera.
Más allá del muro,
vi madres, manos,
milagros de polvo y ternura.
Y dije que todo ardía.
¡Vaya que ardía!
Pero aún quedaba un “nosotros”,
aunque fuera a media voz,
como un eco tras el temblor,
recogiendo vidrios rotos
de lo que aún llamamos “comunidad”.
Le escribí a Juárez con amor, con furia.
A sus sombras.
A sus calles cargadas de historia sin justicia.
Y también, escribí para agradecer.
Para resistir.
Para decir:
¡estamos vivos carajo!
Aprendí que la palabra también se cansa.
Pero no muere.
Escribir no es solo denuncia:
es confesión.
Y lo mas irónico es que uno escribe del mundo,
y acaba hablando de sí mismo.
Vi el colapso, vi la resistencia.
Vi al político cínico y al ciudadano que aún espera.
Vi la bondad que no grita.
La que ocurre sin cámaras, sin hashtags,
sin boletines.
Vi a Dios
aunque me costó
y lo vi en las manos que me levantaron
cuando ya no podía escribir.
Y también lo vi en quien se fue cuando ayuda le pedí
A los que están: mi abrazo.
A los que se fueron: mi memoria.
A los que vendrán: mi promesa:
En este imberbe siempre habrá una voz.
A los que llegaron cuando ya no esperaba:
gracias.
Y sí, cometí errores, graves, por cierto.
Herí con acciones, con omisiones y callé a destiempo.
Y aún así, aquí estoy.
Si estoy, es porque algo o alguien me sostiene.
2025 se fue, espero que no se olvide.
Cada columna que escribí me lleva en la letra y cada texto:
una vela encendida.
Este año hubo fuego que arde,
pero me quedo con lo que alumbra.
Porque aún en la oscuridad, (sobre todo en la oscuridad)
una palabra justa, puede ser faro.
A David Gamboa, a Raúl Ruiz,
y al equipo de ADN a Diario Network: gracias.
Por acoger esta voz rota, por confiar, cuando lo necesitaba.
No es poca cosa, en un mundo de ruido,
que alguien escuche.
Y ustedes escucharon.
Mientras tenga voz, aunque tiemble y aunque duela,
seguiré escribiendo.
Porque hay cosas que deben decirse, porque hay silencios
que no merecen durar.
Y porque escribir, cuando se hace con verdad,
también es una forma de amar.

Alfonso Becerra Allen
Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.


