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    diciembre 23, 2025 | 9:41

    Jesús

    Publicado el

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    Ave Verum Corpus / Wolfgang Amadeus Mozart

    “Mozart escribió el ‘Ave Verum’ semanas antes de morir. No como testamento, sino como rendición. Una obra que no busca demostrar, que nogrita, no presume, no conquista: simplemente se entrega, al igual queEmmanuel que no vino a fundar templos, sino a arrodillarse, esa es también la luz que nace en diciembre… si la dejamos nacer.”

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    La tradición dice que nació el 25 de diciembre, si bien no hay certezas, y bueno quizás por eso mismo el dogma insiste tanto en la fecha, no necesita calendariocuando algo es profundamente verdadero y cuando no lo es, requiere que sea decretado.

    El nacimiento de Jesús de Nazareth, (quien por cierto su nombre es Emmanuel, o bien, a veces escrito Immanuel, tiene un origen profundamente simbólico y profético que aparece por primera vez en el Antiguo Testamento, y fue reinterpretado por el cristianismo como una forma de expresar la naturaleza divina de Jesús), Si nos atenemos a las evidencias más sobrias, ocurrió en otro momento, por ejemplo; el evangelio de Lucas menciona a pastores cuidando sus rebaños en la noche (2:8), una escena incompatible con el clima de diciembre en Judea, más propio de refugio que de vigilancia al aire libre. Algunos estudiosos, y otros no tan estudiosos, pero sí atentos al símbolo, coinciden en otra época: marzo o abril, cuando florece la tierra, cuando vuelve la luz, esa es también la temporada del cordero pascual, no es detalle menor.

    El 25 de diciembre fue una decisión, no una revelación, y si, fue una fecha elegida siglos después, para poner orden en los calendarios del alma; en Roma, era la fiesta del Sol Invictus, ese sol que, tras el solsticio, comienza a renacer y a alargar los días, también era el tiempo de Saturnalia, esos días en que el mundo se invertía y los esclavos se sentaban a la mesa como señores y la Iglesia, como ha hecho tantas veces por estrategia, no negó la fiesta: la resignificó, donde hubo un dios solar, puso un niño y donde hubo una luz astronómica, colocó una luz espiritual.

    Y sin embargo, ¿acaso no eran lo mismo?

    Algunos astrónomos han dicho que aquella “estrella de Belén” pudo haber sido la conjunción de Júpiter y Saturno, en la constelación de Piscis, hacia el 7 a.C. no importa si fue así, lo que importa es lo que eso decía: Júpiter, símbolo de realeza; Saturno, del destino; Piscis, de compasión, las almas sabias y los llamados “magos de Oriente”, lo entendieron como señal, no miraron el cielo como turistas, en este caso resulta revelador lo que esta frente a nuestros ojos desde siempre ya eu ellos, los magos, lo leyeron como mapa.

    La astrología antigua no era superstición: era ciencia, era sabiduría del alma escrita en la bóveda del cielo, en esa lectura, Jesús no solo nace como hombre, sino como era espiritual, una transición del hierro de la ley mosaica (Aries) al agua del amor redentor (Piscis). Por eso se le llamó en parte “pescador de hombres”  y por eso sus seguidores dibujaron peces en las catacumbas, por lo que no era metáfora, era una precisión que permanece como un legado.

    Jesús en su ejemplar humildad, no vino a fundar una religión, vino a revelar una verdad, el no estableció templos, ni organizaciones, al contrario, los denunció, no se sentó con reyes, siendo uno, sino con publicanos y prostitutas y sin embargo, lo coronamos, le dimos púrpura, incienso, doctrina y construimos palacios donde Él caminó descalzo.

    Mi estimado lecto, no se trata de despreciar la fe católica, ni de negar su historia, todo lo contrario, hay un acto de profunda reverencia en reconocer que lo más valioso de esa tradición no siempre vive en sus catedrales, sino en sus símbolos; el pesebre, por ejemplo: no como escenario de museo, sino como estado del alma, es un lugar humilde, abierto, sin puertas, el alma que recibe al Cristo no lo hace desde el dogma, sino desde la rendición.

    En medio del relato navideño, pocos reparan en las columnas, no las visibles, sino las interiores. Toda verdadera construcción espiritual empieza entre dos pilares: uno representa la fuerza que sostiene, el otro la sabiduría que guía. Entre ambos nace la armonía. El pesebre, humilde en apariencia, también está sostenido por columnas invisibles: la renuncia, el silencio, la luz que no hiere, no es casual que los sabios llegaran desde el Oriente ni que el camino haya sido revelado por una estrella, la enseñanza está ahí, para quien sepa mirar no solo con los ojos, sino con el alma.

    Se dice que la verdadera Navidad no ocurre una vez al año, ocurre cada vez que el alma, atravesando su noche oscura, deja nacer una luz que no es suya, pero que la habita. Jesús de Nazareth no es solo un niño judío nacido bajo Herodes, es también el principio invisible que, cuando se encarna, nos transforma yeso, cuando ocurre, no necesita testigos ni incienso… solo silencio.

    Pero si algo enseña ese nacimiento, más allá de fechas, constelaciones o profecías, es que el mayor milagro no fue la estrella, ni los ángeles, ni el incienso, fue ese gesto silencioso de volverse pan, abrigo, palabra, escucha, que el Cristo se haya hecho carne es menos asombroso que el hecho de que, pudiendo ser rey, eligiera servir, ese es el mensaje que se olvida entre luces y consumo: que no hay Navidad más pura que la de quien tiende la mano sin esperar nada, que visita sin avisar al enfermo, que acompaña en el duelo, que perdona cuando nadie lo exige, si, esa caridad, no la de dar, sino la de darse, no se encarna en nosotros, entonces Jesús no ha nacido, ni en diciembre, ni nunca.

    Celebro la Navidad con la misma devoción con que observo el equinoccio, el rocío o el último latido del díaya que la luz que vino al mundo no entró por decreto, ni por calendario, entró por grieta, por un hueco en la historia, en el tiempo, en nosotros. La fecha es lo de menos, lo importante es saber si ya nació y no en Belén, sino en ti.

    Es cuanto.

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    Alfonso Becerra Allen

    Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.

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