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    diciembre 11, 2025 | 9:22

    México, una fábrica de sombras

    Publicado el

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    Walter Lippmann nunca pisó México, pero entendió a la perfección cómo funcionan los gobiernos que buscan moldear la mente pública: crean imágenes, fabrican enemigos, simplifican la realidad y construyen “pseudo ambientes” para que la ciudadanía piense lo que ellos necesitan que piense.

    En el libro “La opinión pública, Lippmann explica que las personas no reaccionamos ante la realidad en sí, sino ante las imágenes de esa realidad, que otros —gobiernos, medios, líderes— colocan frente a nosotros. Y si uno observa a México hoy, la teoría no solo aplica: es un manual operativo del poder. Parece profecía dictada desde Palacio Nacional… o desde el sótano donde operan los “spin doctors” de la 4T afinando narrativas a punta de presupuesto público.

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    Lippmann advirtió que los gobiernos autoritarios moldean “pseudo ambientes” para controlar a la ciudadanía. Y vaya que aquí se lo tomaron en serio. No hay día en que el poder no intente fabricar una realidad paralela donde todo marcha perfecto: la economía crece, aunque no crezca, la seguridad mejora aunque el país esté incendiado, los derechos se respetan aunque los periodistas caigan como fichas de dominó.

    En el país, la estrategia y la narrativa gubernamental son simples: Ellos hablan, Usted cree y la contradicción entre el discurso y la realidad quedará enterrada bajo toneladas de propaganda, porque si el gobierno controla la historia que la gente se cuenta, controlas a la gente.Así se construyen pseudo ambientes como:

    “El pueblo bueno contra los fifis malvados”

    Una versión simplificada, infantilizada, donde toda crítica es traición, donde toda oposición es conservadora o corrupta, y donde el gobierno siempre está del lado de los “virtuosos” aunque sus decisiones digan lo contrario.

    “La economía va bien porque lo decimos en la mañanera”

    Lippmann advertía: cuando el poder controla los símbolos, los datos dejan de importar. Importa quién narra los datos. Y en México hemos visto cómo el gobierno convierte cualquier cifra en triunfo —aunque el bolsillo diga lo contrario.

    “Los adversarios son enemigos”

    Un clásico del pensamiento propagandístico. No se debate, se descalifica. No se corrige, se ataca. No se argumenta, se polariza. Un mecanismo que Lippmann habría aplaudido como ejemplo… pero también como advertencia.

    Lippmann decía que gobernar con información imperfecta obliga al Estado a construir relatos que faciliten decisiones políticas.

    El problema surge cuando estos relatos dejan de ser herramientas y se vuelven instrumentos de manipulación.

    Hoy en México vemos:

    Eventos masivos pagados con recursos públicos para reforzar la imagen del poder

    Repetición constante de mensajes que buscan sustituir análisis por emoción

    Simplificación de debates complejos (energía, impuestos, seguridad, agua) en slogans vacíos

    Ataques sistemáticos al periodismo crítico, justo el contrapunto necesario para romper la ilusión

    Todo esto encaja en la advertencia de Lippmann: las democracias son vulnerables cuando quienes gobiernan aprenden a producir consenso sin producir resultados y lo explicó con precisión quirúrgica: cuando un gobierno domina la narrativa, ya no necesita convencer; solo necesita repetir, porque la emoción reemplaza al pensamiento.

    El resultado: un país donde una parte de la población vive en un mundo ficticio, construido a base de conferencias matutinas, spots, “influencers patrióticos” y propaganda institucional que tiene menos autocrítica que un espejo de feria.

    Y ojo, Lippmann no defendía a la oposición —tampoco yo idealizo a ningún partido—, pero sí dejó claro que cuando un gobierno deja de ser examinado y empieza a ser aplaudido por default, la democracia deja de funcionar.

    Ahí es donde México, hoy por hoy, coquetea peligrosamente con la construcción de una opinión pública anestesiada, donde el abuso de poder se normaliza, la corrupción se relativiza y la incompetencia se justifica. Todo mientras el ciudadano de a pie vive en la incertidumbre económica y la inseguridad cotidiana… pero eso sí, con un discurso oficial que le dice que estamos “mejor que nunca”.

    Lippmann lo resumió con brutal claridad: “Donde hay control de la imagen pública, no hay control del poder.”

    La narrativa que se construye desde el poder en México hoy es eficaz, emocional y profundamente calculada:

    El enemigo está claro. El héroe está claro. La historia ya está escrita. Y el ciudadano solo debe “sentir” lo correcto.

    Esta es la versión moderna del pseudoambiente de Lippmann: un país guiado más porpercepciones que por hechos. Más por relatos que por realidades. Más por emociones que por análisis.

    La imagen del poder ya se volvió el poder mismo. Lo demás —instituciones, leyes, transparencia, prensa, oposición— parecen elementos decorativos de una escenografía donde lo único que importa es sostener el relato de que “todo va bien”.

    Pero la realidad, como siempre, termina filtrándose por las grietas. Y cuando lo haga, como advertía Lippmann, no habrá narrativa que alcance para contener la frustración de un país entero que un día descubra que le vendieron una ilusión… y la cobró con impuestos.

    “La democracia funciona solo cuando la ciudadanía tiene acceso a información sana y a instituciones que no manipulen su percepción.”

    Nos vemos la siguiente semana, porque este libro aun da para más.

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    César Calandrelly

    Comunicólogo / Analista Político

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