Tras la caída de Tenochtitlan y la rendición de los grandes señoríos indígenas, el panorama de la Nueva España parecía, al menos en apariencia, estabilizarse. Los españoles se asentaron en las tierras conquistadas, establecieron encomiendas, fundaron ciudades y dieron inicio al largo proceso de mestizaje cultural y social con los pueblos originarios. Sin embargo, no todos los conquistadores se conformaron con cultivar tierras o administrar encomiendas: para muchos, la conquista apenas comenzaba.
El encuentro con civilizaciones tan complejas como la mexica, la maya o la mixteca despertó en los europeos una inquietud poderosa. Si Tenochtitlan existía, ¿qué otros reinos fabulosos podrían hallarse más allá de las montañas y los desiertos? Las leyendas indígenas —interpretadas desde la mirada europea— alimentaron mitos como El Dorado, Cíbola y Quivira. Así comenzó una nueva etapa: la exploración.
El primero en dar el paso fue el propio Hernán Cortés. Impulsado por su ambición y su visión expansionista, promovió expediciones hacia el sur, hacia el Mar del Sur (Pacífico) y también hacia el norte. En una de ellas encontró la península que hoy conocemos como Baja California, bautizada a partir de la mítica reina Calafia, personaje de una novela de caballerías muy popular en Europa. Cortés fue también de los primeros en imaginar la posibilidad de establecerse definitivamente lejos de España, iniciar de nuevo y crear un mundo distinto.
Su generación pertenece al cierre de la Edad Media. Cortés, Pizarro y Valdivia representan la última estirpe de héroes épicos antes del advenimiento del Renacimiento. Las ideas que movieron a estos hombres a internarse en territorios desconocidos y a fusionar los mundos indígenas con el hispano anunciaron ya un cambio de época. Esos mundos míticos se materializaron en nombres como California, Quivira y Cíbola, pero también en las nuevas provincias virreinales: Nueva Vizcaya, Nueva Galicia, Nueva Extremadura, Nuevo Reino de León, Nuevo México y, por supuesto, Nueva España.
Cortés murió solo, en relativa austeridad, como también lo haría Cervantes. Con él se cerró una era y comenzó otra. Años después, el autor del Quijote narraría en primera persona el Renacimiento: un tiempo de sangre, pólvora, acero… y letras.
Por ello, la figura de Hernán Cortés requiere matices. El esfuerzo de historiadores como Esteban Mira Caballos, así como de quienes enseñamos este periodo, exige replantear e interpretar constantemente las fuentes. No podemos exigir cuentas al pasado, pero sí podemos comprender el modo en que pensaron y actuaron sus protagonistas. En esa línea, comparto las reflexiones de tres de mis estudiantes de segundo año de secundaria, pues quizá lo más sensato sea sembrar en ellos la duda crítica y alejarnos del victimismo que aún permea en nuestro país. La historia, al final, debe reinterpretarse desde cada generación y sus necesidades.
Iker Ibarra, 2A, escribe:
“La expedición de Hernán Cortés y la posterior conquista de Tenochtitlan en 1521 marcaron un punto de inflexión en la historia de América. Lo que comenzó como una misión de exploración se transformó en una campaña militar estratégica, impulsada por la ambición española y facilitada por las divisiones internas entre los pueblos mesoamericanos. La alianza con grupos indígenas, como los tlaxcaltecas, fue decisiva para derrotar al imperio mexica. La caída de Tenochtitlan no solo significó el fin de una civilización, sino el inicio de una nueva era colonial. Sobre sus ruinas se erigió la Ciudad de México. Las consecuencias fueron profundas: pérdida de autonomía indígena, transformación cultural forzada y un mestizaje que daría forma a la identidad del México moderno.”
Por su parte, Isabella Domínguez, 2B, reflexiona:
“La figura de Hernán Cortés es sumamente compleja, y creo que es esencial estudiarla sin simplificarla demasiado. No podemos verlo solo como un héroe ni únicamente como un villano. Fue un personaje clave en el origen de la historia que hoy conocemos como México. Lo más importante es entender que la historia se construye desde múltiples voces. Si solo leemos las cartas de Cortés tenemos una visión; pero cuando vemos los testimonios indígenas, la imagen se vuelve mucho más compleja. Por eso es tan relevante estudiarlo.”
Finalmente, Maya Faz, 2B, aporta:
“La conquista de México cambió para siempre la historia de nuestro país. Pienso que Hernán Cortés fue inteligente y valiente, pero también ambicioso. Aunque logró cosas importantes, causó dolor a los pueblos que ya vivían aquí. La caída de Tenochtitlan no solo fue una derrota militar, también fue una gran pérdida cultural. Se destruyeron templos, tradiciones y creencias que formaban parte de la identidad de los pueblos originarios. Sin embargo, gracias a la mezcla entre culturas indígenas y española surgió una nueva forma de vida que con el tiempo se convirtió en México. Creo que es importante saber aunque sea un poco de la conquista porque nos ayuda a entender de dónde venimos y quiénes somos.”
Replantear la figura de Cortés no implica absolverlo ni condenarlo: significa entender el origen de nuestro propio relato. Y escuchar a los estudiantes quizá sea el punto de partida para construir una mirada más crítica, madura y honesta sobre nuestro pasado. Repensar a Hernán Cortés implica asumir que la historia no es un tribunal moral, sino un espejo. En él se reflejan los actos de quienes nos precedieron y también nuestras propias dudas, miedos y aspiraciones. Cortés no es únicamente un conquistador del siglo XVI: es una pregunta abierta sobre el poder, la ambición, la fragilidad humana y la capacidad de los pueblos para reinventarse tras la ruptura. Si las nuevas generaciones aprenden a mirar este pasado sin reducirlo a héroes o villanos, sino como un tejido complejo de voluntades y consecuencias, tal vez podamos comprendernos mejor como país. La historia, al final, no se heredada: se interpreta. Y en esa interpretación constante se encuentra también la posibilidad de transformarnos.

Marduk Silva
Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Profesor en Preparatoria Lobos de la Universidad de Durango Campus Juárez y en la Escuela Preparatoria Luis Urias.
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