Por generaciones Chihuahua ha sabido sobrevivir en el desierto. No fue la bondad del clima ni la clemencia de ningún gobierno lo que nos permitió florecer, sino la voluntad de nuestra gente: agricultores que, con manos ásperas, hicieron brotar agua de la tierra; familias que levantaron colonias enteras en medio de la aridez; comunidades que entendieron que cada gota es vida, herencia y futuro. Hoy, esa historia de esfuerzo está bajo ataque. La nueva Ley Nacional de Aguas pretende arrebatarnos lo más sagrado: el derecho a nuestra agua.
En ella, el régimen centralista se comporta como potencia ocupante. No basta para ellos administrar desde la distancia; ahora quieren controlar nuestras presas, nuestros ríos, nuestros pozos profundos, decidir desde un escritorio en el centro del país cuánta agua merece un niño de Delicias o un productor de Cuauhtémoc. La ley no es técnica, no es de gestión ni de conservación: es un instrumento político para someter y castigar a quienes trabajan, a quienes producen, a quienes no se arrodillan ante el poder.
Así se construye una Palestina del norte: un pueblo rodeado, asfixiado por decisiones ajenas, obligado a pedir permiso para vivir. Nos quieren racionar, nos quieren medir, nos quieren condenar a depender de favores federales. Un agricultor que debe implorar por cada metro cúbico de agua es un productor en cautiverio.
En esta ley se esconde una filosofía: el agua no es un derecho humano vinculado a la tierra donde nace, sino un recurso político que puede ser negociado, castigado o troceado. La tragedia no es abstracta: cuando se reduce el acceso al agua, se reduce la producción agrícola; cuando cae la producción, se cierran empresas; cuando se cierran empresas, miles de familias quedan sin sustento. Es una cadena de sometimiento perfectamente diseñada para quebrar al norte productivo. No lo hacen porque no sepan, lo hacen porque les conviene.
El régimen teme al norte libre. Teme a la gente que no se subordina, a quienes viven de su trabajo y no de subsidios. Por eso nos tratan como territorio conquistado, como frontera problemática que debe ser disciplinada. Por eso quieren hacer de Chihuahua Palestina. Nos quieren convertir en un pueblo sitiado, dependiente de permisos federales, obediente a la autoridad central. Creen que quienes hicieron florecer el desierto aceptarán sin protesta la humillación de mendigar agua para nuestros hijos.
A ellos les digo: se equivocan de enemigo. Chihuahua no se doblega. Chihuahua no olvida. La soberanía hídrica no es una consigna, es una promesa de vida. No permitiremos que quienes jamás caminaron nuestros valles, ni respiraron el polvo de nuestras cosechas decidan cuánta agua merece nuestro pueblo. No permitiremos que conviertan nuestra tierra en un territorio ocupado. Defenderemos cada gota, cada canal, cada presa, como quien defiende a su propia familia.
Porque cuando un régimen intenta robarnos el agua, no solo nos roba un recurso: nos roba nuestra historia, nuestra libertad y el porvenir de nuestros hijos. Y que lo sepan bien en la capital: si pretenden tratar al norte como territorio ocupado, se encontrarán con un pueblo que jamás se somete. Así como nuestros abuelos levantaron trincheras contra dictadores y caciques, nosotros hoy levantaremos una muralla de dignidad frente a quienes quieren convertirnos en Palestina. Si tocan el agua de Chihuahua, tocan el corazón de nuestra tierra… y ese corazón late fuerte, indignado y dispuesto a luchar. Aquí no habrá rendición. Aquí habrá resistencia.

Francisco Sánchez Villegas
Geoestratega, abogado humanista, defensor de la ilustración y político disruptivo.
Desde el cargo de Secretario del Ayuntamiento del Gobierno Independiente de Parral, ha impulsado una trascendental agenda de empoderamiento ciudadano. Fundador y Curador de Casa Ícaro, Think Tank concentrado en el futuro y la libertad.
Pensador neorenacentista propulsor de polímatas. Buscador de mentes virtuosas. Antifrágil.
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