En días recientes, el intercambio de descalificaciones entre Paco Ayala, integrante de Molotov, y José Ramón López Beltrán, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador, se convirtió en uno de esos espectáculos mediáticos que, por más absurdos que sean, logran acaparar titulares. Que si uno llamó “panzón”, que si el otro respondió que eran “irrelevantes”, que si uno se victimiza, que si el otro se burla… y así, una cadena de dimes y diretes que bien podría entretener a cualquiera en una sobremesa, pero que difícilmente aporta algo a la discusión pública del país.
Es inevitable pensar en lo ocioso —por no decir penoso— que resulta ver a dos hombres de edad ya bastante adultahablarse con tan poco decoro, como si representaran a “la voz juvenil” de México o como si encarnaran algún tipo de batalla generacional que nadie pidió. Porque seamos honestos: ninguno representa a la juventud actual. Ni musical, ni social, ni políticamente.
Las y los jóvenes de hoy tienen otras referencias: desde artistas globales del pop y el rap, hasta líderes comunitarios, activistas climáticos, divulgadores de ciencia, emprendedores sociales, atletas, gamer-streamers y creadoras de contenido que sí conectan con su realidad. Jóvenes que hablan de salud mental, de derechos, de movilidad social, de economía digital, de justicia climática. Jóvenes que, a diferencia de este intercambio pueril, buscan construir y no desgastarse en una guerra de insultos pasados de moda.
Pero ahí están —Paco y José Ramón— intercambiando ofensas como si el país necesitara su “debate”. Uno llama panzón al otro, sin notar (o fingiendo no notar) que ambos cargan su respectiva panza y que ese tipo de insulto, además de anticuado, revela más sobre quien lo dice que sobre quien lo recibe. Y el otro refiere que Molotov es “irrelevante”, como si su vida, carrera o comentarios fueran modelos de relevancia o ejemplo para la sociedad mexicana actual.
Es un choque entre dos figuras que, siendo completamente francos, no son ejemplo para nadie en 2025. Y no lo digo con mala intención, sino con claridad: lo que digan uno del otro no construye, no transforma, no inspira y, mucho menos, representa un referente válido para una conversación política seria. Por eso resulta todavía más absurdo que pretendan colocarse en bandos opuestos como si fueran símbolos de algo más grande. No lo son. Son solo dos señores discutiendo tonterías en internet.
Mientras tanto, la discusión pública que sí importa —la que debería girar en torno a seguridad, educación, empleo, movilidad, derechos sociales o salud mental— queda relegada por el morbo de ver quién insulta más ingeniosamente al otro. Y el problema es que esta dinámica es sintomática de algo mayor: la degradación del debate político en México, donde cualquier disputa personal se presenta como polémica nacional y cualquier riña digital se convierte en “discurso político”.
Es triste, francamente. Lamento, con toda sinceridad, que tengamos que lidiar con estos espectáculos. Porque no solamente son irrelevantes: son ruidosos, desgastantes, ajenos a las preocupaciones reales del país. Y, desde cualquier ángulo que se mire, ambas partes están equivocadas. No existe autoridad moral, intelectual o artística de un lado ni del otro para andar opinando o descalificando al contrario.
Al final, lo verdaderamente lamentable es que la audiencia mexicana tenga que presenciar una discusión entre adultos que deberían saber comportarse mejor. Adultos, no jóvenes. Hombres maduros, no rebeldes contraculturales. Personas que, en vez de aportar, deciden hundirse en un pleito digital sin objetivo.
Muy mal por donde se vea. Muy poco que rescatar. Y mucho que olvidar lo antes posible.Gracias por leer, yo soy Daniela Gonzalez Lara.
Daniela González Lara
Abogada y Dra. en Administración Pública, especializada en litigio, educación y asesoría legislativa. Experiencia como Directora de Educación y Coordinadora Jurídica en gobierno municipal.
