“El dinero guardado apesta” no es una frase poética ni un retuit viral: es una advertencia brutal para nuestra realidad económica. Guardar sin invertir es condenar tu patrimonio a una lenta desintegración frente al implacable imán de la inflación.
Este escrito me surge a raíz que compañeros de mi empresa y otros empresarios me preguntan en que invertimos; esto me hizo pensar en el deterioro del poder adquisitivo: robar sin que te des cuenta, cada peso que dejas “quieto” está perdiendo valor. En México la inflación es una sombra constante: los precios al consumidor suben año tras año, erosionando lo que podías comprar con tu ahorro.
Supongamos que haces “el ahorro mínimo”: guardas 10,000 MXN bajo el colchón un año, con una inflación del 4 % (o más), esos 10,000 ya solo podrán comprar lo que antes costaba unos 9,615 pesos reales. Y mientras tanto, los costos de insumos, maquinaria, energía se disparan para cualquier empresario.
Por eso, quien no invierte está en realidad perdiendo dinero: no hay ganancia, pero sí desgaste.
La crisis del financiamiento para las PYMES: ¿cómo crecer si te matan con tasas?Para muchas PYMES, la idea de “ahorrar” es casi un lujo: están sobreviviendo al día, cobrando al cliente y pagando proveedores al mismo ritmo. No hay colchón para meses buenos, mucho menos para invertir.
Y cuando quieren apalancarse, chocan con tasas de interés agresivas: el crédito en México es caro, lleno de comisiones, requisitos rígidos y garantías que pocos pueden poner sobre la mesa; eso convierte al financiamiento en algo exclusivo para los que ya están en la liga pesada.
El gobierno lo sabe: de hecho, en la Convención Bancaria de 2025 la presidenta Claudia Sheinbaum planteó que México solo canaliza al crédito alrededor del 33 % del PIB —muy por debajo de países comparables—, y que hay que abrir la llave del crédito para PYMES.
La paradoja es brutal: las empresas que más podrían transformar empleo, productividad y desarrollo local están bloqueadas por el sistema financiero formal.
Decir que “el 76 % de los mexicanos entre 18 y 70 años tienen algún producto financiero” es cierto —según la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2024. Pero eso no traduce cultura de inversión ni conocimiento real: tener una cuenta de ahorro, una tarjeta o una AFORE no garantiza que se sepa invertir o que se esté generando valor.
Muchas personas siguen ahorrando de manera informal (tandas, cajas domésticas) porque desconfían del sistema o simplemente no entienden productos financieros más sofisticados. En 2024, el 36.6 % de la población dijo que ahorró exclusivamente de forma informal.
Solo un porcentaje minoritario entiende qué es un fondo de inversión, qué riesgo asumir o cómo diversificar. Según algunas estimaciones, apenas el 32 % de los adultos tiene nociones básicas de finanzas.
Eso crea un círculo pernicioso: sin cultura, no se exige buen producto; sin demanda, no se desarrolla oferta; sin oferta, seguirás encerrado en el reino de las “cuentas de ahorro aburridas”.
Con poco sí se puede: romper la excusa del “no tengo suficiente”. Un error común es creer que la inversión es solo para grandes capitales. Nada más falso. Hay instrumentos con barreras de acceso bajas:
La clave no es tener montos grandes, sino hacerlo constante, estratégico y diversificado.
La contradicción del mundo moderno: querer vivir de rentas y no producir. Está de moda pensar que “la libertad financiera” se logra viviendo de rentas pasivas, dividendos o bienes raíces; pero ese ideal olvida la esencia del progreso: producir, transformar, innovar.
Un país donde todo lo que importa es “vender lo hecho por otros” o “vivir de lo que hacen otros” deja de desarrollar su capacidad industrial, su tejido manufacturero, su soberanía tecnológica. La narrativa actual puede degenerar en sociedades parasitarias donde unos pocos sacan dividendos de industrias construidas por generaciones pasadas.
El empresario que invierte en maquinaria, mejoras tecnológicas, capacitación de su equipo, nuevas líneas de producto, regeneración energética: este es quien verdaderamente avanza, pero cada vez hay menos estímulos estructurales para estos proyectos “de fondo”.
Para que la frase “el dinero guardado apesta” avance de slogan a política pública, se requieren gestos reales:
Crear mecanismos específicos (como fondos de coinversión estatal privada, garantías subsidiadas, fondos rotatorios) que financien proyectos industriales y tecnológicos con tasas accesibles.
Deducciones fiscales o créditos fiscales para quienes inviertan en desarrollo tecnológico, energías limpias, eficiencia productiva en ámbitos regionales.
Incluir educación financiera en primaria y secundaria con énfasis en inversión, riesgo, diversificación. Hacer tangible la inversión desde edades tempranas.
No solo en CDMX o Monterrey: que cada estado cuente con redes de microinversión local para emprendedores industriales, agroindustriales o tecnológicos.
Que las instituciones financieras, AFORES y fondos publiquen métricas claras de costos, rendimientos, comisiones, para que cualquiera pueda comparar sin trampa.
Tu dinero guardado está siendo devorado por fantasmas invisibles y si eres empresario, te debe doler la contracción del crédito y la escasa cultura de inversión que limita tus competidores, pero también tus oportunidades.
La disrupción real no está en el clamor superficial de “empleo” y “subsidios”, sino en reconstruir un ecosistema en donde invertir deje de ser privilegio y se convierta en motor social. Un México donde el dinero guardado apeste, pero no por culpa de la inflación, sino porque todos preferimos usarlo para producir, transformar y crecer.



