En otros tiempos, mencionar a la Canaco, Canacintra, Coparmex o cualquier cámara empresarial de peso en Ciudad Juárez evocaba una imagen de firmeza: dirigentes que, con el respaldo de cientos de agremiados, exigían al gobierno local y estatal cumplir con la ley, garantizar seguridad, mejorar la infraestructura y fomentar un entorno propicio para la inversión. Eran voces incómodas, sí, pero imprescindibles. Hoy, en cambio, esas mismas voces suenan afinadas… pero al compás que marca el poder.
La Canaco guarda silencio mientras el Centro Histórico se hunde entre cobros de piso, incendios provocados y comercios cerrados; Canacintra prefiere las fotos en eventos que cuestionar por qué Juárez no tiene un plan real de desarrollo industrial que trascienda sexenios; Coparmex, que antes era termómetro crítico, ahora emite posicionamientos tan suaves que no incomodan ni a un burócrata de ventanilla.
El papel histórico de las cámaras no era —ni debe ser— el de acompañar sonrientes la inauguración de obras mediocres ni de aplaudir cada anuncio que se queda en papel. Su misión era y es representar los intereses de sus miembros, defender la libre competencia, señalar la ineficiencia y la corrupción, y alzar la voz cuando el rumbo económico amenaza con hundir al comercio y la industria. Sin embargo, en los últimos años hemos visto un fenómeno preocupante: en lugar de ser contrapeso, se han convertido en comparsas.
La relación “cordial” entre empresarios y autoridades se ha transformado en complacencia. Hay más selfies que propuestas, más desayunos que posicionamientos críticos, más discursos tibios que agendas concretas. Y mientras tanto, las calles siguen siendo inseguras para clientes y empleados; los trámites, un laberinto kafkiano; la infraestructura, deficiente; y la economía formal, asfixiada por la informalidad y la extorsión.
El problema es que la sumisión disfrazada de diplomacia erosiona el rol cívico de estas organizaciones. Un liderazgo empresarial que no se atreve a incomodar al poder no es liderazgo: es ornamento. Si las cámaras no exigen seguridad, el gobierno asume que no es un problema. Si no reclaman infraestructura, el presupuesto se va a prioridades electorales. Si no defienden la competitividad, la ciudad se estanca.
Las cámaras empresariales deben recuperar la memoria y la dignidad. No se trata de pelear por deporte, sino de poner sobre la mesa proyectos viables y exigir su cumplimiento con datos, presión pública y acción coordinada. La defensa del interés común no se negocia a cambio de convenios de publicidad o acceso privilegiado a funcionarios.
Es momento de que los empresarios agremiados también asuman su responsabilidad: exigir a sus líderes que representen de verdad sus intereses, que rindan cuentas y que dejen de lado la complacencia. Y si los dirigentes no quieren incomodar al poder, entonces que den un paso al costado y cedan el lugar a quienes sí tengan el coraje de hacerlo.
En esta ciudad, lo que sobra son aduladores. Lo que falta, y urge, son líderes con el valor de decir lo que todos piensan y nadie se atreve a gritar.
Ciudad Juárez no necesita cámaras empresariales decorativas, sino trincheras ciudadanas con agenda, con firmeza y con vocación de cambio. Porque cuando el sector privado se calla, no solo gana el gobierno… pierde toda la ciudad.
César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político
