“Que ALA lo reciba en su reino.”
Desde este contexto geopolítico arranca, querido lector, la columna de esta semana.
Estas no fueron palabras de un predicador fanático, sino del Teniente Coronel de Operaciones de Irán, Ebrahamid Zolfaghari, pronunciadas en televisión abierta y dirigidas directamente al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Estamos frente a uno de los escenarios de guerra más raros y peligrosos de la historia reciente. Mientras Israel e Irán intercambian ataques con misiles, el presidente Trump ordena el bombardeo de tres instalaciones nucleares iraníes. Una jugada que ha encendido alarmas globales y que podría marcar el inicio de algo mucho más grande: el prólogo de una guerra mundial.
Tres potencias enfrentadas por siglos: una con promesas divinas, otra con derechos históricos, y la tercera con intereses estratégicos disfrazados de moral internacional. Porque, claro, nadie quiere armas nucleares en su barrio, pero tampoco es gratuita la intervención.
Mientras altos mandos iraníes amenazan con vengarse desde dentro del territorio estadounidense —algo que ya ha ocurrido en atentados pasados—, Trump declara con soltura: “la guerra se acabó”.
¿Se acabó para quién?
Lo que se ha anunciado no es paz, sino un cese de hostilidades parcial entre Irán e Israel. Pero las palabras de Irán dejan claro que esto no termina aquí. Que lo silencioso aún puede ser más letal.
Y que, aunque la guerra no la empezó Trump, tampoco podrá acabarla con declaraciones y conferencias de prensa.
Mire, lector, si usted cree que esta guerra empezó con un misil o con Trump mandando aviones a Irán, le tengo noticias: esta guerra empezó en la Biblia, hace miles de años, cuando Abraham tuvo dos hijos y el mundo se partió en dos.
Por un lado, está Israel, que se considera el heredero directo de la promesa que Dios le hizo a Abraham a través de su hijo Isaac. Ellos se ven como el pueblo elegido, los dueños de la Tierra Santa por derecho divino.
No es un capricho moderno ni una estrategia política: está escrito en su historia sagrada, en el Antiguo Testamento.
Así que, señora —si usted es cristiana— pues tiene que estar con Israel, porque así lo dice Dios. No es tema de opiniones, es tema de fe.
Por el otro lado, tenemos a Irán, y ahí también la cosa va en serio. Ellos no siguen a Isaac, sino a Ismael, el otro hijo de Abraham, y creen que esa es la verdadera herencia. Desde su visión religiosa, también están cumpliendo una misión divina. Para ellos, esto no es solo política o petróleo: es parte del camino hacia la venida del Imam Mahdi, el mesías esperado, algo así como el apocalipsis con final feliz… si ganan ellos, claro.
¿Le suena familiar? Es que, para los que somos cristianos de este lado del charco, la Biblia nos dice que es la llegada del anticristo y el juicio final.
Y para los israelíes, en cambio, son señales de que viene su Mesías.
Es decir, cada quien está esperando a su salvador… y cree que el otro está equivocado.
Entonces claro, cuando se pelean, no es por territorio.
Es por historia, por fe, y por quién tiene la razón ante Dios.
Y eso es lo más peligroso. Porque cuando tú crees que Dios está contigo, no hay negociación que valga.
Y menos cuando el que tienes enfrente también está convencido de lo mismo.
Así que no se confunda: lo que pasa hoy no es una pelea más en Medio Oriente.
Es una herida vieja, con miles de años encima, que de vez en cuando vuelve a sangrar.
Y no hay misil ni tratado que la cierre, porque nadie —ni Israel ni Irán— está dispuesto a decir:
“Yo no soy el verdadero pueblo de Dios.”
Mire, aquí lo vemos como es: Trump, el presidente gringo, bravucón, mediático, un tipo que dispara tuits como si fueran balas y que manda misiles como si jugara Call of Duty.
Pero en Irán lo ven distinto. Allá no es solo el presidente de Estados Unidos: es el símbolo del mal, el enemigo de la fe, el que representa todo lo que ellos llaman “el Gran Satán”.
Sí, así como lo oye. Desde hace décadas, en Irán llaman a Estados Unidos “el Gran Satán”, y a Israel, “el pequeño”. Y Trump, con sus bombardeos, con su apoyo incondicional a los israelíes y con su boca sin freno, es la cara perfecta del demonio occidental.
Para ellos, no es un político más. Es un obstáculo espiritual, un tipo que, según su visión religiosa, se interpone en el camino de su mesías, el Imam Mahdi.
Y cuando tú estorbas el plan de Dios… no hay mucho que negociar.
Por eso el coronel Zolfaghari se paró en la tele y le soltó esa joyita:
“Señor Trump: usted empezó la guerra, nosotros la vamos a terminar. Que ALA lo reciba en su reino.”
Eso no es solo una amenaza. Es una sentencia religiosa.
Trump, que anda diciendo que la guerra ya se acabó, que ya se pusieron de acuerdo Israel e Irán… pues no, señor.
Lo que no está viendo es que no están jugando a la guerra: están cumpliendo lo que creen que les pidió Dios.
Y ahí está lo más cabrón del asunto: que para un loco con una bomba, matar al presidente no es terrorismo… es una ofrenda.
Así que cuidado. Porque cuando un conflicto se mete con la fe, no hay diplomacia, no hay ONU, no hay tratado que alcance.
Esto ya no es política.
Esto es guerra santa. Y Trump, pa’ ellos, ya está marcado.
Y usted, lector, no le pierda la pista a este fuego cruzado disfrazado de geopolítica. Porque cuando los dioses entran al campo de batalla, los civiles siempre terminan enterrando a los soldados.

Daniel Alberto Álvarez Calderón
Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.


