En Dinamarca, cuando un ciudadano se enferma, el sistema de salud se activa con la precisión de un reloj suizo. El médico va a tu casa si es necesario, las recetas aparecen mágicamente en tu farmacia más cercana y las urgencias se atienden en minutos, no en meses. Mientras tanto, en México seguimos jugando a la lotería de la salud: si te toca, bien; y si no, a rezar. Visitar un hospital del seguro social es un espejo que nos muestra lo patético de nuestro sistema sanitario, donde el paciente es el último eslabón de una cadena rota por la ineptitud y la corrupción.
Dinamarca decidió, hace años, que la salud no era un privilegio, sino un derecho fundamental. Por eso diseñaron un sistema donde el paciente es el centro, no el trámite burocrático. Allá, los doctores no pierden tiempo llenando formatos en triplicado; lo usan para curar gente. Las farmacias no son negocios privados que especulan con los medicamentos; son extensiones del sistema público. Y lo más revolucionario de todo: los daneses confían en que su gobierno no los dejará morir en una fila interminable.
La Secretaría de Salud jura que el IMSS-Bienestar es la salvación, con 23 estados adheridos y 11,000 unidades médicas. Pero los números no mienten: en 2024, el gasto per cápita en salud fue de 6,200 pesos, la mitad de lo que gasta Chile, y la esperanza de vida en México (75 años) está estancada, mientras Dinamarca presume 82 años. La 4T habla de “humanismo”, pero despidió a 10,000 médicos del INSABI y dejó a especialistas sin plazas fijas, lo podemos ver aquí mismo en todos los hospitales, ninguno tiene las plazas completas. La centralización del presupuesto, con el 80% controlado desde Palacio Nacional, asfixia a los estados, que no pueden comprar equipo ni contratar personal. Y mientras el gobierno presume “gratuidad”, los mexicanos gastan 45% de su bolsillo en salud, según la OCDE. ¡Vaya revolución, donde el paciente paga y el sistema no cura!
¿Y nosotros? Nos conformamos con slogans vacíos y fotos de funcionarios cortando listones en hospitales que luego se quedan sin medicinas. Mientras Dinamarca invierte en tecnología para que un anciano con diabetes reciba sus insumos sin salir de casa, aquí los enfermos crónicos hacen peregrinajes de farmacia en farmacia, buscando al menos un frasco de insulina que siempre “está en camino”. Mientras ellos digitalizaron todos los historiales médicos para que ningún paciente tenga que repetir su tragedia a cada rato, nosotros seguimos archivando expedientes en folders de cartón que se pierden entre el polvo y la negligencia.
Pero no todo está perdido. Copiar el modelo danés no requiere magia, sino voluntad política.
Primero, fortalecer la atención primaria: contratar y capacitar a 20,000 médicos generales para que el 70% de los casos se resuelvan en clínicas locales.
Segundo, aumentar el presupuesto en salud (que año con año lo bajan más) al 8% del PIB, pero con transparencia: que cada peso se audite y se invierta en medicamentos.
Tercero, hay que dejar de tratar a los pacientes como números en una estadística y empezar a verlos como personas.
Cuarto: descentralizar: que los estados manejen el 50% del presupuesto de salud para atender necesidades locales, no caprichos federales, eliminando así la burocracia innecesaria que convierte cada consulta en un viacrucis.
Quinto, invertir en tecnología real: historiales electrónicos, recetas digitales y telemedicina para comunidades remotas.
Y sexto, lo más importante: castigar con todo el peso de la ley a los funcionarios que desvían recursos destinados a la salud.
Dinamarca no es un paraíso, pero al menos entendió que un país solo es tan fuerte como el sistema que protege a sus enfermos. México, en cambio, sigue creyendo que la salud es un lujo que solo algunos merecen. Mientras tanto, los pacientes seguiremos esperando, no solo a que llegue el médico, sino a que llegue el sentido común a quienes nos gobiernan.

César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político


