Vanilla Fudge: You Keep Me Hanging On
“Set me free, why don’t you babe? Get out my life, why don’t you babe?”
Vanilla Fudge toma una canción de ruptura y la convierte en una súplica existencial, densa, casi ritual. No es la versión pop de quien pide espacio: es la de quien ya entendió que el vínculo está roto, pero sigue atado por costumbre, por manipulación o por promesas vacías. Así se sintió la visita de Claudia Sheinbaum a Ciudad Juárez: elegante, precisa, pero también cargada de despedidas implícitas, de señales para algunos y silencios que pesan más que las palabras.
Los gestos no fueron solo cortesía institucional, fueron líneas de un guion cuidadosamente escrito donde las lealtades se reordenan, las distancias se marcan y las exclusiones se formalizan sin necesidad de discursos. Mientras unos se aferran al centro de la foto, otros entienden que ya no pertenecen a la narrativa.
Y en contraste, mientras la política juega al suspenso, una mujer, trabaja sin reflectores, construyendo desde abajo lo que el poder no alcanza: comunidad, inclusión, belleza.
“Set me free, why don’t you babe?” es el reclamo de quien sabe que el ciclo se acabó, pero que el otro insiste en fingir que todo sigue igual. Así Juárez: colgado entre el protocolo y la expectativa, entre el abandono silencioso y la dignidad que resiste.
Juárez no celebró, pero leyó. Porque a veces no hay discursos, pero sí guion, si bien no hubo acarreo, ni porras, ni camisetas fosforescentes; hubo orden, hubo silencio, una gira sorpresa, eso fue. Cada paso, una ficha, cada omisión, una pista, cada saludo, un mensaje cifrado, pareciera película de terror lento, de esas donde los muertos no gritan, pero están, como el director de cine de terror Night Shyamalan proyecta pero esta vez no a un público ansioso de esas sensaciones, sino a Morena local y algunos funcionarios podrían entender.
Una presidenta que aterriza sin estridencias, que visita clínicas sin avisar, que mide distancias con precisión quirúrgica, esta no necesita hablar: acomoda y eso hizo. En Juárez, vino a eso; a mover piezas sin voltear la mesa, a sembrar en el maizal sus “señales”.
Primera: el hombre sentado a su derecha, sin discurso, sin micrófono, pero en el centro de la foto, ojo aquí, nadie se sienta ahí por azar, el mensaje fue claro: tú eres el enlace, el canal, el que interpreta, si la política fuera misa, él recibió la mismísima hostia del altísimo, y si bien esto estuvo lejos de ser una consagración, sí fue un guiño eucarístico.
Segunda: una presencia multiplicada, como el caso de Ariadna que estuvo en todo, en todos, en cada encuadre, no hacía falta nombrarla: el encuadre hablaba solo y alrededor de ella, los otros: alineados, atentos, oliendo el futuro como cuando huele a lluvia, y el mensaje más importante es que las lealtades ya no se construyen, mas bien se cosechan.
El 2027 no está cerca, pero se empieza a amasar.
Tercera: la distancia disfrazada de protocolo, hubo foto, sí, pero no hubo más. la ausencia en domingo fue ruidosa, a veces no estar es estar demasiado, el lenguaje político no siempre es verbal, y aquí el mutismo se volvió señal, el saludo fue institucional, pero el aire entre ellas olía a tregua forzada, a esas donde nadie quiere romper la taza, pero todos aprietan el borde.
Y luego… el agua.
Sí, el agua, que en otras partes es líquido, pero aquí es conflicto, aquí es memoria de motines, de cuerpos en la presa, de campañas donde se hablaba de caudal con rabia. Sheinbaum dijo que hay agua, pero el agua no es un dato: es una historia. Cada gota guarda un reclamo. Aquí no se mide en metros cúbicos, se mide en dignidad.
Y entre línea y línea, otro capítulo, silencioso, pero presente, Duarte, esa figura en el sótano narrativo, reapareció como expediente federal y ya no es tema local, ahora es ficha de otra partida; en este mismo orden de ideas señales apuntan a que la justicia llegó con agenda propia, y que donde pise va a levantar polvo, incluso si nadie lo nombra solo le gritan: ¡Que baile! ¡Que baile!
Pero el giro final no estaba en la presa ni en el penal, sino en un documento con membrete de Fiscalía. una frase, una acusación, suficiente para dinamitar cualquier intento de cordialidad y si esa línea escala, se rompe el puente antes de cruzarlo. Se acabó la cortesía institucional. Comienza el juego de espejos rotos.
Todo eso ocurrió sin discurso, sin foros ni cámaras, esta vez fue una visita quirúrgica, casi clínica, muy a su ya marcado estilo.
Desde mi óptica insisto que vino a reordenar y los locales lo entendieron, algunos lo celebraron en voz baja, otros mas tomaron nota, nadie alzó la voz, pero todos entendieron que algo se estaba moviendo y no era marzo por aquello de los ventarrones.
Y mientras en el escenario mayor se repartían guiños y silencios, en otro escenario, más discreto, más constante, alguien seguía trabajando.
María del Roble Becerra Allen, “Maru”, para los que saben.
No estaba en presídiums ni en saludos de pasillo, estaba en su salón, probablemente en clase, marcando la posición de alguna niña, que en algunos casos no tiene para el uniforme, pero sí ganas.
Maru no opera por ciclos electorales, su campaña lleva años: se llama disciplina y su partido: la vocación.
Con orgullo puedo decir que es mi hermana la mayor, quien fundó Malinkys Ballet Clásico sin subsidios, sin reflectores, lo armó desde cero, el año en que nací, (1976) como se construyen las cosas que duran: con pasión, becas, inclusión real, acompañamiento, ha enseñado a niñas de colonias olvidadas a estirar el cuerpo sin pedir permiso, a cruzar el escenario, aunque nadie las mire y eso más que cualquier selfie con funcionaria, eso es poder.
A María del Roble, nunca le ha interesado figurar, ni aparecer en listas, ni colarse en plataformas, ella elige estar en las márgenes, pero con una ética central. Mientras otros se suben al templete para medir aplausos, ella se planta en puntas para sostener mundos que no tienen nombre.
Hoy incluye a niños y niñas con síndrome de Down, a quienes sube al escenario y les da la oportunidad no solo de ser visibles, sino de que exploren el arte que es el ballet clásico, a que sientan la música a través de sus cuerpos y sin importar si visten o no una gala como una obra como la que se presentó el pasado 14 de diciembre en el Centro Cultural Paso del Norte, nos da una lección de verdadero progreso no solo a quienes entendemos su convicción sino a todas las generaciones.
Este espacio podría estar dedicado sólo a eso, a contar lo que hace, lo que construye, lo que aguanta y ojo esto no lo hago por parentesco, pero incluso si no lo fuera, diría lo mismo. Porque en medio del ruido político, hay quienes trabajan en silencio y ese silencio grita cosas más importantes que cualquier gira oficial.
A veces, la señal más clara es la que no se ve, es la de la humildad.

Alfonso Becerra Allen
Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.


