A medida que las tensiones entre Irán e Israel se intensifican en el escenario global, ya no parece un escenario remoto que este enfrentamiento escale rápidamente y en este contexto de creciente polarización global, México —aunque geográficamente distante del epicentro del conflicto— no es inmune a sus impactos. Su posición geopolítica, económica y diplomática podría verse afectada de diversas formas.
Uno de los impactos más inmediatos para México sería en el ámbito energético. Si el conflicto afecta el Estrecho de Ormuz —una arteria crítica por la que transita casi el 20% del petróleo mundial—, los precios del crudo podrían dispararse. Aunque México es productor de petróleo, depende en parte de importaciones de gasolina y gas natural de Estados Unidos, lo que encarecería los precios internos. Un conflicto prolongado elevaría los costos logísticos globales y podría interrumpir cadenas de suministro estratégicas, afectando a sectores clave de la economía mexicana como el automotriz y el manufacturero.
A nivel comercial, la volatilidad en los mercados internacionales golpearía el tipo de cambio y la inversión extranjera. La percepción de riesgo en América Latina aumentaría, lo cual podría desincentivar la llegada de capitales, justo en un momento en que nuestro paisbusca consolidarse como destino estratégico del nearshoring.
Ademas, Mexico enfrenta un dilema diplomático. Tradicionalmente, su política exterior se ha guiado por los principios de no intervención y solución pacífica de controversias. Sin embargo, su estrecha relación con Estados Unidos —su principal socio comercial y político— podría presionarlo para asumir una posición más clara frente al conflicto. Una guerra entre Irán e Israel no sería aislada; probablemente activaría alianzas militares como la OTAN o el fortalecimiento de bloques geoestratégicos como el BRICS.
En este escenario, México tendría que navegar cuidadosamente entre la presión externa y su tradición de neutralidad. Un apoyo explícito a Israel alinearía al país con la posición estadounidense, pero podría deteriorar sus vínculos con potencias emergentes como China, o afectar su liderazgo en foros multilaterales como la ONU o la CELAC.
Aunque un ataque directo a México es poco probable, los riesgos de seguridad no son inexistentes. En una guerra moderna, los ciberataques se han convertido en una herramienta común. México, con una infraestructura digital vulnerable, podría ser blanco colateral de ataques a redes financieras o logísticas en caso de que sus sistemas estén interconectados con los de socios occidentales.
Asimismo, un conflicto global podría intensificar los flujos migratorios, no solo desde Medio Oriente, sino también desde países latinoamericanos afectados por el alza en alimentos, energía y servicios. Esto aumentaría la presión sobre la ya frágil red migratoria mexicana y su frontera norte con Estados Unidos.
Un conflicto de este calibre también repercutiría en la sociedad mexicana. La polarización política interna podría agravarse, con sectores de la opinión pública simpatizando con una u otra parte del conflicto, en función de posiciones ideológicas, religiosas o políticas. En redes sociales y medios digitales, la desinformación —amplificada por campañas de influencia extranjeras— podría dividir al país.
México no participará militarmente en un conflicto entre Irán e Israel, pero su impacto será palpable. La guerra, de escalar a una confrontación regional o global, obligará al país a replantear su estrategia energética, revisar sus alianzas diplomáticas y fortalecer su seguridad digital y fronteriza. El reto para la diplomacia mexicana será preservar su neutralidad sin aislarse del escenario global, mientras protege su economía y estabilidad interna frente a un conflicto que, aunque ajeno, tiene ecos cada vez más cercanos.
Daniela González Lara
Abogada y Dra. en Administración Pública, especializada en litigio, educación y asesoría legislativa. Experiencia como Directora de Educación y Coordinadora Jurídica en gobierno municipal.
