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    abril 19, 2024 | 11:44

    Los legendarios Dorados de Pancho Villa

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    El general Villa formó un cuerpo élite al que por sus vestimentas él mismo llamaría “Los Dorados”, que se convertirían en su escolta personal. En la derrota y en la rendición, siguieron a su líder para brindarle protección en Canutillo y también algunos de ellos lo seguirían hasta su muerte en 1923

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    Entre todos los soldados que integraron la División del Norte durante la Revolución Mexicana, quienes formaron la escolta personal del general Francisco Villa se volverían legendarios.

    Equipados cada uno con un máuser 7 milímetros, una pistola Colt .44 y un brioso corcel, además de su uniforme con sombrero Stetson 5x y una cazadora verde olivo que después cambiaron a color caqui, fueron conocidos como “Los Dorados”.

    Fueron seleccionados desde el inicio de la campaña militar contra el gobierno del usurpador Victoriano Huerta por el propio Centauro; su lealtad y fiereza en combate lo habrían de acompañar hasta su muerte.

    Al dar cualquiera de ellos una orden a la tropa, era aceptada como si el mismo Doroteo Arango la emitiera y se cumplía al pie de la letra, bajo pena de muerte.

    Eran tan eficaces y valientes que su sola presencia en las batallas provocaba que se intensificaran los combates.

    Los principales Dorados fueron elegidos por el general en el municipio de La Ascensión, Chihuahua, localizado en el noroeste de la entidad.

    En el grupo de escoltas se encontraban Nicolás Fernández, Candelario Cervantes, Martín López, Manuel Baca, José I. Prieto, Pedro Luján, Juan B. Vargas y Encarnación Márquez, quien fue el primer líder de este cuerpo militar hasta su muerte.

    Aún sin tener el nombre de Dorados, participaron en las batallas de Tierra Blanca, Ojinaga, Chihuahua, y Torreón; pero ya con esa denominación formal que les dio su líder, y organizados como un cuerpo élite de la División del Norte, encabezaron la toma de Zacatecas donde cabalgaron como verdaderos centauros.

    En la derrota y en la rendición, siguieron a su líder para brindarle protección en Canutillo y también algunos de ellos lo seguirían hasta su muerte en 1923.

    ¡VIVA VILLA!

    Luego del asesinato de Madero y Pino Suárez en febrero de 1913, Francisco Villa, quien se encontraba exiliado en El Paso tras haberse fugado de la prisión militar de Santiago Tlatelolco en la ciudad de México, decide regresar al país en el mes de marzo de ese mismo año.

    Villa, en sus memorias, relata que cruza en la noche por los Partidos, en el actual Valle de Juárez, acompañado de Manuel Ochoa, Miguel Saavedra, Darío Silva, Carlos Jauregui, Tomás N. Juan Dozal, Pedro Sapién y otro cuyo nombre no recuerda para cabalgar y amanecer en Samalayuca, donde se detienen para almorzar.

    Después siguen y en la noche arriban a Las Amarguras para descansar. A los tres días arriban a la Hacienda del Carmen, después a la del Saucito cerca de Rubio, y en una semana ya estaban en San Andrés.

    En cada rancho o pueblo que pisaban, se le iban sumando centenares de hombres entre ellos quienes formarían parte de la legendaria escolta de Dorados.

    También en cada poblado va haciéndose popular la frase “¡Viva Villa!” el grito de guerra de los villistas que trascendería el tiempo.

    “Vamos a comenzar a combatir la tiranía, compadre, atienda usted mis súplicas, vamos a unirnos, junte usted la gente del pueblo de San José y de Santa Juana de las Cuevas, mientras veo cuánta gente junto por el Pilar de Conchos y Valle del Rosario”, le escribió Villa en un correo al coronel Fidel Ávila.

    Después captura un tren con barras de plata y tras ser repelido en San Andrés por los federales de Huerta, el centauro se dirige a Casas Grandes que era defendida por el general Salazar.

    Ahí captura la plaza y toma 60 prisiones que manda ejecutar formándolos de tres en fondo para fusilarlos con una sola bala y ahorrar municiones.

    De Casas Grandes, parte a La Ascensión donde estaciona sus tropas por espacio de un mes en el que adquiere municiones, organiza a sus soldados y elige a su escolta personal que al tiempo va a crecer y la bautizará con el nombre de Los Dorados.

    En esa localidad, Villa también recibe a los enviados de Venustiano Carranza y se suma al Plan de Guadalupe.

    El enviado, Juan Sánchez Azcona, le solicita que se subordinara ante la autoridad del Primer Jefe y acepte como superior y ponga sus tropas al mando de Álvaro Obregón, quien había sido elegido jefe de armas de la zona noroeste.

    De acuerdo con el escritor y cronista de la Revolución, Martín Luis Guzmán, en Memorias de Pancho Villa, el Centauro habría de rechazar la orden:

    “Señor (Juan Sánchez Azcona), diga usted a don Venustiano Carranza que yo prohíjo el Plan de Guadalupe, y que lo acepto a él como Primer Jefe, y que estoy pronto a obedecerlo en todo lo que convenga a la Revolución y a los intereses del pueblo; que si de veras es hombre revolucionario puede vivir seguro de mi amistad y mi lealtad. Pero dígale también que no acepto que nadie venga a mandarme en mi campo militar, que nosotros sabemos aquí lo que estamos haciendo, y si llegan a faltarnos generales, ya los nombraremos de entre nosotros mismos, pues así como nadie nos ha enseñado a pelear ni a cumplir con el deber, así tampoco nos mandará un hombre que nosotros no consagremos por nuestro jefe”.

    La respuesta de Carranza fue nombrarlo general brigadier, cargo con el que emprendería sus más famosas batallas que definieron el rumbo de la Revolución Mexicana, pero que fue ratificado por sus mismos hombres el 29 de septiembre de 1913.

    PRESENTE, MI GENERAL

    Tras apoderarse del estado de Chihuahua, entre enero y marzo de 1914, Villa organiza a la División del Norte y crea cuatro corporaciones que dependerían directamente del Cuartel general: El Estado mayor, la Escolta personal del general en jefe (Dorados), La Artillería y la Brigada Sanitaria.

    La Escolta personal del general en jefe, estaba conformada por hombres elegidos por el Centauro en el municipio de La Ascensión que posteriormente formaron parte del Cuerpo de guían de la Brigada Villa, que comandó hasta su muerte en San Andrés, el capitán Encarnación Márquez y luego Pancho Sáenz.

    Villa seleccionó personalmente de las distintas brigadas a 99 oficiales de lo mejor de las distintas brigadas y formó un cuerpo élite al que por sus vestimentas él mismo llamaría “Los Dorados”, que se convertirían en su escolta personal.

    Como el Dorado número 100 y primer jefe de la escolta, sería elegido el coronel Jesús M. Ríos, originario de la sierra de Chihuahua.

    El nombre de la unidad también fue elegido por Villa, aunque se desconoce a la fecha su significado. Algunos creen que fue por la insignia dorada que llevaban en el sombrero, otros por las monedas de oro con las que pagaban lo que adquirían y otros más como analogía con el famoso grupo de bandoleros llamado “Los Plateados”.

    De acuerdo con el historiador Friedrich Katz, los hombres que integraron la escolta, eran experimentados y valientes quienes al principio se limitaban a brindarle seguridad, pero pronto le servían de ayudantes y ejecutaban a sus enemigos como si se tratara de la vieja guardia de Napoleón.

    Los Dorados transmitían órdenes verbales a los jefes de las corporaciones y cooperaban para hacer entrar en combate a las tropas.

    En las batallas, se distribuían por grupos en las brigadas y formaban el enlace con el Cuartel general.

    Villa escogía personalmente a cada uno de sus escoltas basándose en la lealtad y destreza en el combate. También entre los Dorados se encontraban muchos de sus parientes al pensar que le resultarían incondicionales.

    Cada vez que el Centauro escuchaba que un soldado u oficial se había distinguido en batalla, lo incorporaba a sus Dorados.

    Así, Candelario Cervantes, llamaría su atención porque durante el ataque a la hacienda de Santa Clara los villistas no tenían artillería que los apoyara y cargando una recua de mulas con unas cuantas piezas de madera, se acercó a las líneas enemigas y en voz alta fingió dar órdenes a sus soldados para disparar los cañones. Los federales fueron presas del pánico y se rindieron.

    Por su parte, Carlos Gutiérrez Galindo sedujo la imaginación del Centauro y fue incorporado también a los Dorados después de caer herido y su caballo muerto en un ataque.

    Cuando su unidad se retira, los federales acuden al campo de batalla para rematar a todos los heridos. Para salvarse, saca las entrañas de su caballo muerto y se esconde durante horas dentro del vientre hasta que las tropas villistas avanzan de nuevo y puede salir de su escondite.

    Martin y Pablo López, fueron reclutados siendo adolescentes y seleccionados por su temeridad. Fueron hombres a los que llego a considerar como sus hijos y por quienes el Centauro lloró cuando murieron.

    En tanto Manuel Baca Valle, fue elegido como Dorado por su lealtad al Centauro ya que desde antes de la Revolución había sido socio de Villa durante sus tiempos de bandido y tenía un largo expediente criminal ligado al entonces jefe de la División del Norte.

    Al igual que Rodolfo Fierro, Baca Valle era uno de los verdugos más despiadados de la División del Norte. Según Katz, podía matar a sus enemigos personales lo mismo que a gente elegida al azar.

    Por los Dorados, Villa estuvo a punto de fusilar en alguna ocasión al general Rodolfo Fierra, su mano derecha, luego de que, durante una de las batallas del Bajío, provocó que un contingente numeroso perdiera la vida.

    Tras esas derrotas, la División del Norte quedaría desarticulada y Villa entraría en una nueva fase de guerrilla a las que los Dorados lo acompañarían.

    Uno de ellos, Candelario Cervantes, encabezaría en 1916 el ataque al poblado de Columbus, Nuevo México, tras lo cual 10 mil soldados estadounidenses ingresarían a México a perseguir al Centauro sin lograr atraparlo.

    Años después cuando el enemigo número uno de Villa, Venustiano Carranza, murió asesinado en Tlaxcalantongo, Puebla, y asume Adolfo de la Huerta como presidente interino de México, el Centauro se rinde y se retira a la hacienda de Canutillo, Durango, acompañado de los Dorados que le quedaban.

    Algunos de ellos morirían con él aquella mañana del 20 de julio de 1923 en las calles de Parral, Chihuahua, demostrándole su lealtad hasta el final.


    Fuentes: Friedrich Katz, en Pancho Villa; Pedro Salmerón, La División del Norte; Guadalupe y Rosa Helia Villa, en Pancho Villa, Retrato Autobiográfico; Paco Ignacio Taibo, en Francisco Villa, Carlos Bentancourt, en La Fierra Emboscada en www.iehrm.gob.mx

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    Juan de Dios Olivas

    Periodista en Ciudad Juárez, Chihuahua, ha realizado su trabajo periodístico por espacio de dos décadas para la Organización Editorial Mexicana (OEM), MEGA Radio, El Diario de Juárez y Periódico Norte de Cd. Juárez. Cuenta con estudios de historia por la UACJ, actualmente es colaborador de La Verdad Juárez y A Diario Network.


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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