José “Pepe” Mujica murió físicamente el pasado 13 de mayo, pero deja en su obra y pensamiento un faro de luz a los latinoamericanos: la coherencia y decencia pública; de la que históricamente han adolecido sus dirigentes políticos.
El joven uruguayo José Alberto Mujica Cordano optó por la lucha armada, eran los años sesenta y Uruguay no estaba exento de la efervescencia social de la época.
La revolución cubana y su propaganda alentaba a muchos jóvenes y líderes latinoamericanos de entonces a seguir el ejemplo de los barbudos de sierra maestra para desde la premisa de la captura violenta del Estado transformar la realidad social de sus pueblos.
El marxismo convencía a los más audaces e idealistas de que apropiándose de los medios de producción era posible redistribuir la riqueza, lograr la igualdad y vivir en un mundo mejor, más feliz y más justo.
En ese tenor, el comunismo proponía que solo a través de la fuerza era posible concretar los cambios estructurales que abolieran la explotación del hombre por el hombre, se socializara la economía y desaparecieran las clases sociales.
Las tesis tanto del marxismo leninismo como su variante maoísta marcaban la pauta para organizar el derrocamiento de los gobiernos a través de la guerra de guerrillas.
Ante la amenaza comunista y en el marco de la guerra fría, los Estados Unidos de América y su doctrina de la Seguridad Nacional motivaron a que prácticamente toda Latinoamérica excepto México cayeran bajo el yugo de las dictaduras militares afines a las oligarquías locales.
En ese contexto José Mujica participa en la guerrilla y forma parte de la fundación del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) bajo el pseudónimo de Facundo.
Uruguay se enmarcaba en una espiral creciente de violencia entre grupos de extrema derecha, escuadrones de la muerte y presiones de los grupos acomodados que alentaba a una todavía mayor represión del gobierno contra la guerrilla.
Finalmente, Uruguay al igual que el resto del cono sur devino en los setentas en gobiernos militares que ejercieron la tortura, el terrorismo de Estado y la desaparición forzada contra la población civil bajo el Plan Cóndor auspiciado por los norteamericanos.
Mujica y otros líderes Tupamaros irían la cárcel en calidad de rehenes del Estado (el gobierno les ejecutaría en caso de que el MLN-T siguiera operando).
Preso en 1971, fugado y vuelto a apresar, Mujica permanece con otros guerrilleros en prisión de 1972 a 1985 bajo condiciones infrahumanas que según contarían le harían casi perder la razón.
La vuelta al orden constitucional en 1985 viene con una amnistía para presos políticos, varios de ellos deciden seguir participando ahora bajo las reglas de la democracia electoral.
La lucha de Mujica entonces se enfocó en el terreno de las ideas, entendió que en su país como en los demás pueblos latinoamericanos más temprano que tarde se abriría paso a la izquierda en el acceso al poder.
Así fue diputado, senador, ministro y presidente de Uruguay; su esposa Lucía Topolansky también ocuparía cargos de primer nivel en su país, entre ellos la vicepresidencia.
Más allá de la afinidad o animadversión política o ideológica, Mujica siempre despertó simpatía y respeto entre sus compatriotas y al exterior del país.
Su buena o no tan buena gestión presidencial, su cuestionable o justificable pasado guerrillero, sus propuestas progresistas en cuestiones sociales… siempre buscaron auténticamente lograr la igualdad entre las personas.
Buscaba pues hacer realidad lo que siempre creyó que era lo correcto: que nadie es más que nadie, que la Política es un instrumento para cambiar la vida de las personas y no para enriquecerse, que solo las ideas que se viven pueden hacer la diferencia, que solo un mundo solidario será un mundo más justo.
La palabra de Mujica cobra fuerza en un hombre cuya vida austera y alejada de la pompa de sus pares dirigentes le dieron una gran autoridad moral como persona, líder y referente del progresismo.
Se le reconoce ante como un humanista que sabía hablar con todos, que vivía en una granja sin lujos, que manejaba un viejo Volkswagen, que pidió ser enterrado junto a su amada mascota de 22 años, que nunca se aferró al poder por el poder.
Su filosofía llevada a la práctica nos recuerda que nadie vale por lo que tiene sino por lo que es, que la búsqueda insaciable de riqueza y consumo conduce a la destrucción, que la libertad es mucho más que producir, que los hechos se imponen y los políticos deben actuar sin prejuicios, que la felicidad no existe en una cultura egoísta, que más vale mirar hacia el porvenir que detenerse por odio y venganza.
Abundante es la obra filosófica de Mujica, no he podido transcribir alguna de sus frases porque omito otras que merecen recordarse siempre. Larga vida a Don Pepe el Tupamaro.
«¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
(Lucas 6:43)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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