¿Te ha pasado que estás en una comida familiar y, de repente, alguien suelta un comentario tan incómodo que se siente como si se hubiera caído la sopa caliente en la mesa? En ese momento, alguien, muy rápido de mente, agarra unas galletas y suelta la frase: “¿Ya vieron que las Saladitas son horneadas?” Y todos, como si nada, cambian de tema.
Esa frase se volvió famosa por un comercial que mostraba justo eso: una comida en la que alguien decía algo que nadie quería tocar, y para escapar de la incomodidad, otro respondía con esa línea absurda pero efectiva. Y es que a veces no hay mejor salvavidas que una distracción bien colocada.
¿Alguna vez la has usado? O al menos, ¿has querido tener algo así a la mano para huir de una conversación incómoda?
En las familias (y en muchos grupos de amigos), hay temas que se consideran “prohibidos”: política, religión, dinero, peleas del pasado, chismes del presente… ¡y ni hablemos de los secretos familiares! Y cuando alguno de esos temas aparece, pareciera que todos quisieran estar en otro planeta.
Existe esa frase muy usada de que “la ropa sucia se lava en casa”. O sea, lo que pasa dentro de la familia, se queda dentro. Y tiene sentido: hay cosas que no necesitas andar contando por todos lados. Pero, a veces, cuando solo hablamos entre los mismos, es difícil encontrar una solución. Es como querer armar un rompecabezas con las mismas tres piezas dando vueltas todo el tiempo. Escuchar otra opinión puede ayudar, aunque claro, no cualquiera puede opinar sin saber bien lo que está pasando.
También hay otro dicho que dice: “Solo el que carga el costal sabe lo que pesa”. En otras palabras: nadie más entiende lo que estás viviendo hasta que se pone en tus zapatos. Así que, aunque alguien de fuera tenga buena intención, no siempre su consejo ayuda.
Entonces, ¿qué es mejor? ¿Hablar abiertamente de los temas difíciles o hacer como que no existen y seguir con la vida como si nada?
Yo, en lo personal, prefiero hablar de todo, con respeto y sin filtros. Me gusta entender a los demás y también dejar que me entiendan. Pero he aprendido que no todos están listos para escuchar, ni para dar su opinión sin pasarse de la raya. A veces, compartir algo personal termina en opiniones no pedidas, consejos raros o simplemente en conversaciones que no llevan a ningún lado.
Y ahí es cuando vuelvo a agradecer esa frase maravillosa: “¿Ya vieron que las Saladitas son horneadas?” Porque no siempre es momento de abrir todos los temas, ni con todas las personas.
Así que hoy, más que dar una lección, quiero invitarte a que recuerdes con humor esos momentos en los que alguien cambió de tema con una frase tonta pero salvadora. Y si no la has usado, pruébala algún día. Tal vez no resuelva nada, pero al menos saca una risa… y eso también vale.
Con amor,
Erika Garay


