Hay padres que se especializan en desaparecer. Algunos logran incluso que uno dude si de verdad existieron o si los niños se hicieron solos. Porque lo hacen tan bien, tan sin culpa, que pareciera que ser papá es un acto opcional, algo que se puede cancelar como una suscripción de Netflix.
Están los que abandonan con elegancia: nunca firmaron, nunca preguntaron, nunca estuvieron. Luego están los otros, los que andan dejando hijos como si fueran tarjetas de presentación: uno aquí, otro allá, y otro más donde la emoción les duró un poco más de lo habitual.
Hasta que, de pronto, se reinventan: nueva familia, nueva esposa, nueva vida. Y, claro, una nueva versión de sí mismos, en la que convenientemente no existen esos hijos que alguna vez les dijeron “papá”.
Es fascinante cómo algunos hombres logran hacer ghosting parental con tanto estilo. Como si los hijos fueran capítulos borrados de un libro que ya no quieren leer. Como si se pudiera ser padre solo cuando se tiene tiempo, ganas o cuando conviene. Para muchos de esos hombres, la única herencia que dejaron fue la ausencia.
Y aun así, aquí estamos nosotras, las que nos convertimos en madres 24/7. Sin opción de reinventarnos, sin pausa ni manual, sin vacaciones. Las que fuimos mamá, papá, chofer, enfermera, psicóloga y economista doméstica. No por gusto, sino porque alguien más decidió borrarse. Y no, no queremos medallas por eso. Pero tampoco el cinismo de verlos posar como hombres de familia mientras sus otros hijos crecen con un lugar vacío en el corazón… y en el acta de nacimiento.
Pero ojo, que esta historia tiene reverso. Porque también hay hombres que sí quieren estar, que sí aman, que sí se parten el alma por sus hijos… y que, aun así, son alejados por una madre que confunde la crianza con la venganza.
Hay mujeres que usan a los hijos como fichas de poder. Que castigan con visitas restringidas, llamadas supervisadas, silencios forzados. Todo bajo el noble pretexto de “estoy protegiendo a mi hijo”, cuando en realidad lo que hacen es cobrar heridas que no sanaron. Porque, seamos honestas: no todo lo que se disfraza de “bienestar del niño” es genuino. A veces es puro despecho con disfraz de moral.
Hay padres que lloran en silencio porque extrañan abrazar a sus hijos, porque las decisiones de una adulta herida les arrebataron la oportunidad de ser papás en serio. Y no, tampoco se trata de romantizar a todos los hombres. Hay muchos que fallan.
Pero también hay muchos que lo intentan y se topan con puertas cerradas, procesos injustos y madres que prefieren ganar una pelea antes que criar en paz. Entonces, ¿qué hacemos? Tal vez empezar por dejar de romantizar a las madres mártires y dejar de exonerar a los padres fantasma. Porque ambos extremos dañan.
Porque los hijos crecen con vacíos distintos, pero igual de dolorosos. Los que no estuvieron dejaron una herida. Los que quisieron estar y no los dejaron, cargan una impotencia. Y los niños, nuestros hijos, no merecen ninguna de las dos.
Que ser madre o padre no sea un título decorativo ni un campo de batalla. Que no se convierta en moneda de cambio, en castigo o en olvido. Porque al final, los adultos se pelean entre sí, pero los niños siempre pagan la cuenta.
Y a quienes sí están, a quienes cumplen con amor, constancia, entrega y presencia —incluso sin ser padres biológicos—, gracias (son más los buenos).
Gracias a los que se levantan temprano para hacer el desayuno, llevan a sus hijos a la escuela, preguntan cómo les fue y se quedan hasta que se duermen. A los que aprenden a peinar trenzas, a cambiar pañales, a preparar biberones a medianoche y a leer cuentos, aunque estén agotados.
Gracias a los que no huyen cuando las cosas se complican, a los que no usan la palabra “papá” como pretexto, sino como compromiso. A los que se enfrentan al mundo por sus hijos, a los que ponen límites con amor y están presentes con firmeza.
Gracias a los que decidieron ser padres del alma, no de sangre. A los que se enamoraron de alguien con hijos y supieron que no se trataba solo de una pareja, sino de una familia. A esos hombres que nunca usaron el “yo no soy su verdadero papá” como excusa, porque entendieron que el amor también puede elegirse.
Gracias a los que no necesitan reconocimiento público, pero merecen todos los aplausos. A los que acompañan, sostienen, abrazan y están. A esos hombres que, en un mundo que todavía cree que criar es “cosa de mujeres”, se paran firmes y demuestran que el amor no tiene género, ni horario, ni condiciones.
Porque, al final, ser papá no es tener un hijo. Es estar para él. Es verlo crecer sabiendo que tu presencia hizo la diferencia. En lo personal, yo tuve ese padre maravilloso que me dio lo que todo hijo necesita: regaños, consuelo, amor, diversión, consejos, educación y un gran ejemplo.
A ustedes, los presentes, los que aman sin medida y cuidan sin pausa: gracias. Por mostrar que sí existen hombres que valen la pena. Por enseñarnos que sí hay paternidades que sanan.
Esto lo escribo con respeto para todos los que son padres. No con ánimo de señalar, sino con la esperanza de que cada quien mire hacia dentro y piense en lo más importante: sus hijos. Porque no se trata de perfección, sino de presencia. No de tener la razón, sino de estar con el corazón.
Y aprovecho para felicitar con todo mi cariño a mis amigos que son padres comprometidos, a mis hermanos que también han elegido criar con amor, a mi papá —que ya no está en este mundo, pero cuya presencia me acompaña siempre— y a mi amado esposo, que es prueba viva de que la paternidad también puede sanar, abrazar y dejar huellas de amor profundo.

Ángeles Gómez
Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.


