Los recientes desabastos de gasolina en distintas regiones del país son apenas la punta del iceberg de un problema estructural que llevamos años ignorando. No se trata de un accidente logístico ni de un hecho aislado. Es la consecuencia directa de una política energética que ha postergado decisiones clave y nos ha dejado vulnerables.
El dato es brutal: casi el 70% de la gasolina que se consume en México se importa de Estados Unidos. Esto significa que nuestra seguridad energética depende del humor político, de la estabilidad logística y de la capacidad de un solo socio. Si mañana hubiera una disrupción en el suministro, el país se detendría. No tenemos infraestructura suficiente para almacenar combustibles, y lo poco que tenemos está en manos de Pemex, una empresa que carga con la doble losa de la deuda y la ineficiencia.
La logística de distribución es otro cuello de botella, las pipas de Pemex operan con retrasos, el huachicol sigue drenando recursos y, para colmo, los empresarios gasolinerosviven bajo una presión brutal: “si no pagas, no te surto”. No hay márgenes de maniobra, no hay espacio para innovar, y en lugar de fomentar competencia sana, el sistema se convierte en un campo de batalla desigual, donde las marcas internacionales avanzan con fuerza mientras el empresario nacional se defiende como puede.
Si el panorama de la gasolina preocupa, el de la electricidad debería alarmarnos aún más. Cada verano, los apagones en estados como Sonora y Chihuahua se han vuelto rutina. Las temperaturas extremas disparan la demanda y la red de transmisión simplemente no aguanta.
La Comisión Federal de Electricidad (CFE) reportó en 2024 pérdidas financieras por más del doble que el año anterior, un síntoma evidente de que el modelo actual no es sostenible. Pero más allá de las cifras contables, el costo real está en la pérdida de inversiones: Ciudad Juárez ha dejado ir proyectos industriales millonarios porque no puede garantizar suministro eléctrico confiable. En un mundo donde la competitividad depende de infraestructura, perder inversiones por falta de energía es un lujo que México no puede darse.
Lo más grave es que este rezago no es nuevo, llevamos décadas sin invertir lo suficiente en transmisión y distribución, que son la columna vertebral de la electricidad moderna. No basta con presumir nuevas plantas de generación si la red que debería llevar esa energía a los usuarios finales es obsoleta y saturada. El resultado es evidente: apagones, pérdidas económicas y una señal muy clara para los inversionistas de que este no es un terreno seguro.
Mientras México discute y se queda atorado en pleitos políticos, el resto del mundo avanza.
Gasolineras autoservicio: en países como Estados Unidos, Canadá o Chile, los consumidores se sirven gasolina ellos mismos, pagan con aplicaciones móviles o tarjetas, y en minutos están de vuelta en la carretera. Esto reduce costos, agiliza el servicio y genera un mercado más competitivo. En México seguimos atados a esquemas rígidos que frenan la innovación.
Electromovilidad: hoy nuestro país tiene apenas 1,500 estaciones de carga pública para autos eléctricos, frente a más de 160,000 en Estados Unidos y 300,000 en Europa. Noruega, un país de apenas 5 millones de habitantes, ya logró que 8 de cada 10 autos vendidos sean eléctricos gracias a incentivos fiscales y a una red robusta de carga. Aquí seguimos discutiendo si conviene instalar cargadores en plazas comerciales.
Energías distribuidas: Alemania y España apuestan por modelos donde empresas y hogares generan parte de su propia energía solar, reduciendo presión a la red y fomentando autonomía. En México, pese al enorme potencial solar y eólico, seguimos limitando al pequeño generador con regulaciones burocráticas y trabas que ahogan cualquier intento de independencia energética.
El camino no es un misterio, está frente a nosotros, probado en otros países y respaldado por la experiencia:
México está en una encrucijada histórica, o seguimos atrapados en el rezago, dependientes de importaciones, con apagones recurrentes y sin infraestructura, o decidimos dar el salto hacia un modelo energético moderno, eficiente y confiable.
La verdad es dura: Pemex y CFE ya no pueden cargar solas con la responsabilidad del país.La deuda las asfixia, la burocracia las paraliza y la política las utiliza: dejen de ver lo energético como una manera de conseguir votos.
Si seguimos dependiendo únicamente de ellas, lo que nos espera son más apagones, más desabasto, más inversiones perdidas y menos competitividad.



