La decadencia educativa refleja el abandono de una ciudad que ha dejado sin futuro a sus niños y adolescentes
Ciudad Juárez se desangra lentamente, no solo por la violencia que ocupa los titulares, sino por una herida más profunda y silenciosa; -la ignorancia-.
Le hemos fallado a nuestros niños y adolescentes.
Y lo hemos hecho de manera colectiva —como sociedad, como instituciones y como familias— al permitir que crezcan en un entorno donde aprender es un privilegio y no un derecho plenamente garantizado.
En Juárez, la comprensión lectora y el razonamiento matemático están por debajo del nivel nacional. Según los resultados de del INEGI, la comprensión educativa promedio no rebasa el equivalente a un quinto año de primaria.
Es decir, estamos criando generaciones enteras incapaces de comprender un texto básico o de resolver un problema aritmético cotidiano.
La ciudad que presume maquiladoras de alta tecnología y exportaciones millonarias es la misma que no puede ofrecer a sus hijos una educación digna.
Hemos creado una sociedad donde es más fácil conseguir una caguama que un libro.
En Ciudad Juárez, basta caminar unas cuantas cuadras para encontrar una tienda de conveniencia, un depósito o un bar; pero encontrar una biblioteca pública, una librería o un espacio donde los niños puedan hacer la tarea se ha vuelto casi una misión imposible.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el municipio existen más de 2,000 puntos de venta de alcohol, mientras que las bibliotecas públicas municipales apenas superan la decena, y muchas de ellas carecen de personal, acervo actualizado o mobiliario adecuado.
En contraste, en amplias zonas del suroriente y poniente de la ciudad, los menores crecen sin acceso a un solo centro cultural o educativo que los motive a leer o a desarrollar su curiosidad.
El mensaje que enviamos como sociedad es devastador; el entretenimiento inmediato vale más que el conocimiento.
Los libros, la lectura y la educación se volvieron objetos lejanos, mientras las adicciones, el ocio vacío y la deserción escolar avanzan como epidemias silenciosas.
No se trata solo de números, sino de prioridades.
Una ciudad que invierte más en controlar la embriaguez que en fomentar la lectura ha renunciado a su futuro. Porque mientras el alcohol fluye libremente por las calles, la educación se evapora entre el abandono institucional y la indiferencia ciudadana.
Los datos son alarmantes. En Ciudad Juárez, entre 15 y 16 mil personas no saben leer ni escribir, cerca de 60 mil no tienen primaria terminada y casi 200 mil no concluyeron la secundaria, de acuerdo con el Instituto Chihuahuense de Educación para los Adultos (ICHEA).
Esto significa que el 40 por ciento del rezago educativo total del estado de Chihuahua se concentra en esta frontera.
A nivel estatal, alrededor de 700 mil personas viven en esa condición, entre analfabetas y quienes no concluyeron la educación básica.
El propio ICHEA ha intentado revertir este panorama.
Su director general, Mario Alberto Javalera Lino, informó que en lo que va de 2025 se han certificado 560 personas en los niveles de alfabetización, primaria y secundaria, además de entregar 44 reconocimientos a empresas socialmente comprometidas con la educación y 36 certificados a nuevos egresados en esta frontera.
Algunas de estas empresas participan en un programa de estímulo fiscal, que les permite recuperar un mes de salario mínimo por cada trabajador que concluye sus estudios, con base en el impuesto sobre nómina. “Estamos logrando que la gente demuestre que nunca es tarde para aprender”, explicó Javalera Lino.
Sin embargo, la magnitud del problema rebasa los esfuerzos institucionales. Aun con los logros del ICHEA —que ha certificado a más de 70 mil chihuahuenses en los últimos cuatro años, y con un 40 por ciento de beneficiarios jóvenes entre 20 y 40 años—, el rezago sigue creciendo.
Las zonas más afectadas son el suroriente de la ciudad, Anapra y los kilómetros, donde la marginación y la falta de espacios educativos hacen que la exclusión escolar sea una herencia casi inevitable.
La educación no solo es un servicio, es la base misma de la civilización.
Pero aquí, en esta frontera, parece haberse convertido en un lujo.
Y mientras el abandono educativo crece, también crecen las cifras de violencia, adicciones
y embarazo adolescente.
No es casualidad; la ignorancia es el terreno fértil donde germina la desesperanza.
Juárez necesita un despertar moral y político. Necesita que sus autoridades dejen de presumir obras y comiencen a construir escuelas.
Que las maquiladoras, en lugar de solo pedir mano de obra barata, inviertan en el pensamiento crítico de los hijos de sus trabajadores.
Que las universidades extiendan su mano más allá de los campus y lleguen a las colonias olvidadas.
Que nosotros, los ciudadanos, dejemos de mirar hacia otro lado cuando vemos a un niño vendiendo dulces en la esquina en vez de estar en clase.
Le hemos fallado a nuestras niños, y el costo de nuestra indiferencia será una generación perdida.
No habrá futuro posible mientras nuestros niños crezcan rodeados de botellas vacías y sin un solo libro que les enseñe a soñar.
Ciudad Juárez no necesita más policías ni más antros. Necesita más maestros, más aulas, más bibliotecas.
Necesita volver a creer en la educación como la única vía para salvar lo que aún queda de humanidad en esta frontera herida.
Porque si seguimos callando, la historia nos juzgará con una sola frase; les fallamos cuando más nos necesitaban.

Guadalupe Parada Gasson
Economista, experta en comercio exterior, periodista y docente con amplia trayectoria en sectores público y privado. Ha dirigido medios impresos y digitales, liderado proyectos de comunicación y formación, y se ha desempeñado en ventas, publicidad y relaciones públicas. Destaca por su perfil multidisciplinario, visión estratégica y compromiso con la gestión social y educativa. Recientemente presidenta de Rotary Club Juárez Real (2023–2024).


