A lo largo de mi vida he escuchado muchas historias, pero pocas tan repetidas y tan crudas como las que nacen después de la muerte de un ser querido que no dejó testamento. Historias de hermanos que ya no se hablan, de juicios interminables que consumen años y de familias que se rompen en pedazos por no haber previsto lo más sencillo: dejar por escrito la voluntad sobre sus bienes.
Los datos son claros y dolorosos: en México, apenas un 4 o 5 por ciento de la población adulta tiene testamento. Es decir, la gran mayoría de quienes mueren dejan problemas en lugar de certezas. Lo vemos reflejado en los tribunales: siete de cada diez juicios sucesorios en estados como Durango o Coahuila son intestados; en otras palabras, familias que en lugar de abrazarse en el duelo terminan enfrentadas por papeles, escrituras o cuentas bancarias.
Lo más triste es que quienes deberían dejar tranquilidad, terminan heredando pleitos. Los hijos, en vez de recibir unidad, reciben desconfianza y resentimiento. Y no se trata sólo de grandes fortunas: incluso una casa modesta o un terreno pequeño puede dividir a los hermanos más cercanos.
Por eso insisto: necesitamos más información, todo el año, sobre lo que implica hacer un testamento. No basta con la campaña de septiembre, no basta con recordar a la gente una vez al año que hay descuentos y facilidades. Debemos explicar, de manera clara y accesible, que un testamento no es caro, que puede cambiarse las veces que se necesite, y que es un acto de responsabilidad, no de resignación a la muerte.
Quienes amamos a nuestra familia debemos preguntarnos: ¿qué quiero dejar cuando ya no esté? Si la respuesta es paz, entonces la decisión es evidente. Porque el verdadero legado no es una casa, un auto o una cuenta, sino la certeza de que quienes se quedan podrán vivir en armonía, sin tribunales ni resentimientos de por medio.
El final de la vida debería ser el inicio de la tranquilidad para los nuestros. Y un testamento, aunque parezca un trámite frío, es en realidad un gesto profundo de amor.
La falta de testamento no sólo se refleja en cifras, sino también en casos mediáticos que todos hemos visto. El conductor Daniel Bisogno falleció sin testamento, y su familia terminó en tribunales iniciando un juicio intestamentario. Otro ejemplo son las estadísticas disponibles: en Durango, de enero a junio de 2025 se iniciaron 2,081 juicios de sucesión, de los cuales 1,592 fueron intestados, es decir, el 77 %. En Coahuila, más de 6 mil familias han enfrentado pleitos similares en apenas tres años. En Tamaulipas, desde 2015 se han registrado más de 49 mil juicios intestamentarios, y muchos siguen sin resolverse.
Son cifras que muestran la magnitud de un problema que no distingue clases sociales ni geografías. Y lo más preocupante es que, a pesar de las campañas, este tema tan importante todavía no ha logrado permear en nuestra sociedad. Seguimos dejando al azar lo que debería resolverse con previsión y amor.
Nora Sevilla
Comunicadora y periodista experimentada, actualmente Jefa de Comunicación en Cd. Juárez del Instituto Estatal Electoral y Tesorera en la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez. Experta en marketing político y estrategias de relaciones públicas, con sólida carrera en medios de comunicación.
