Lo ocurrido en Tampico con el decomiso de combustible ilegal no es un hecho aislado (es el inicio de una madeja que amenaza con exhibir la complicidad de militares, políticos y empresarios que han hecho de las aduanas un botín). El hallazgo del buque cisterna Challenge Procyan en marzo de este año y las detenciones recientes muestran apenas la punta del iceberg (la red del huachicol fiscal estaba enraizada en la Marina y en los puertos estratégicos).
El supuesto suicidio (que bien pudo ser un homicidio) del capitán Abraham Jeremías Pérez Ramírez, director de la Unidad de Protección Portuaria de Altamira, es la confirmación de que quienes saben demasiado suelen terminar muertos. Acusado de recibir sobornos para dejar pasar combustible ilegal, su muerte huele más a ajuste de cuentas que a desesperación personal. No es el único caso: contralmirantes y fiscales que tocaron estos intereses han corrido la misma suerte (el patrón es siempre el mismo, limpiar el tablero a costa de la vida de los que podían hablar).
La red de complicidades llega más alto de lo que se quiere reconocer. El vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna, familiar directo del almirante Rafael Ojeda, aparece señalado como operador central. Esa conexión familiar golpea de lleno la narrativa de honor y disciplina de la Marina (coloca a las Fuerzas Armadas en el centro de un escándalo que amenaza con desbordarse).
Pero el hilo no se detiene en los uniformes. Durante el sexenio pasado, el hijo del almirante Ojeda hizo negocios con Andy López Beltrán, el “hijo predilecto” de Andrés Manuel López Obrador. No hay documento oficial que pruebe que esas sociedades cruzaron con las aduanas, pero la coincidencia es demasiado incómoda (mientras la corrupción drenaba desde los puertos, el hijo del presidente se consolidaba como empresario de chocolates, vinos y proyectos inmobiliarios). Lo que parece casualidad en México casi siempre es complicidad.
A esta madeja se suma otro episodio extraño: la reunión reciente con el senador estadounidense Marco Rubio, a la que no asistieron ni el general Ricardo Trevilla ni el almirante José Rafael Morales. Su ausencia no puede reducirse a un accidente de agenda.
¿Fue una señal de distancia? ¿Una orden de silencio desde Washington? ¿O un movimiento interno para dejar solos a quienes hoy cargan con el costo político de la crisis? La explicación oficial nunca se dio (y el vacío resulta tan revelador como cualquier declaración).
La corrupción en aduanas, los negocios familiares, las muertes sospechosas y las ausencias en reuniones clave forman un mismo patrón: la protección de un sistema que, para sobrevivir, necesita sacrificar piezas menores y blindar a los verdaderos responsables.
El país enfrenta una disyuntiva: o se sigue el hilo hasta el final (cueste lo que cueste) o se repite el guion de siempre donde hay fusibles del sistema y donde los muertos se acumulan y los poderosos salen intactos. México no aguanta otro capítulo de simulación. El silencio oficial ya no encubre, delata.

Fernando Schütte Elguero
Empresario inmobiliario, maestro, escritor, y activista en seguridad pública. Destacado en desarrollo de infraestructura y literatura.
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