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    diciembre 2, 2025 | 5:18

    Claudia y Fátima. El camino de la dignidad

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    “En el transporte público un hombre sacó su miembro y me lo mostraba delante de todos. Lo insulté y golpeé, mientras los pasajeros, observantes, se quedaron callados… quizá por respeto a su ‘derecho’ de hacer lo que le daba la gana frente a una mujer. El chofer, intentando zafarse del escándalo, lo bajó del camión diciendo que no llamaría a la policía porque no era su responsabilidad. En mi casa me dijeron: ‘Llamas la atención’. Mi corazón se quedó apachurrado por las acciones con connotación sexual de aquel hombre en pleno camión. Me sentí indignada, pues a nadie le importó.” —Rosy.

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    “¡No me hables como le hablas a tu esposo!”, le gritaba eufórico el jefe de Iveth una de tantas veces que se sentía frustrado porque las cosas no salían bien en el trabajo. Gritaba, la exhibía, la ridiculizaba, con especial empeño en ella, que respondía al mismo nivel en que él se imponía.

    “Cuando no le gustas o no eres accesible para un hombre machista en el poder —como un jefe— simplemente te elimina de la posibilidad de crecer en el trabajo”. Liz recuerda el día en que, después de esforzarse extraordinariamente, la despidieron por no ser “lo suficientemente buena”. “No sirves para el puesto”, le dijo el dueño del negocio para justificarse. Ella sabía, en el fondo, que las medidas de sus caderas no llenaban las expectativas del hombre.

    “Quería más que nada ese trabajo”, recuerda Erika, tras vivir el constante hostigamiento de su jefe, quien recurría a diversas artimañas para manifestar su deseo sexual. “Un día, el muy infeliz no pudo más y me besó en su oficina. Me quedé pasmada, sin saber cómo escabullirme, sin la respuesta clara de qué hacer”, expresa, aún con repugnancia.

    Andy llevó a sus alumnos a una práctica de balística forense. Como se debe, se puso ropa táctica, pero olvidó colocarse el escudo para repeler los comentarios machistas de los hombres, que la señalaron como “sicaria” y “gangster”.
    —“¿Qué tal si hubiera sido un hombre? ¿Lo habrían llamado así? No lo creo. Sus comentarios me minimizaron, como si tuviera que justificarme por hacer bien mi trabajo o por usar la ropa que todos usan. No lo entiendo, ni lo acepto.” —Andy.

    Rosy, Iveth, Liz, Erika, Andy, yo… Miss México, la presidenta de la República… y, según las estadísticas, 8 de cada 10 mujeres en nuestro país hemos sufrido algún tipo de violencia o discriminación por razones de género.

    Los casos de Claudia Sheinbaum y Fátima Bosch no son aislados: son evidencia de la falta de conciencia sobre la dignidad humana en general, y de las mujeres en particular. Ellas, empoderadas, encumbradas, protegidas, con todo para ser respetadas, no lo fueron. Ellas, que nos representan y nos defienden, nos muestran la vulnerabilidad latente que todas vivimos a diario.

    Las interpretaciones de los hechos pueden ser tantas como estrellas en el cielo. Cada quien, a través de sus creencias y mitos, ha construido su idea de lo que es el “acoso” y la “libre expresión de las mujeres”. Pero el asunto es que, si está en la ley o en las reglas del respeto a la dignidad humana —en cualquier organización—, debe cumplirse, aunque usted no lo crea, no lo haya vivido o le parezca exagerado. No se acosa “poquito”, no se viola “más o menos”, ni se calla “leve”. Simplemente ocurre o no.

    “Ahora para ustedes las mujeres todo es acoso y minimización”, me dijo un gran hombre, ciertamente temeroso del empoderamiento femenino. Es entendible que muchos hombres no comprendan lo que, por los azares del destino sociocultural, no han vivido. Porque somos nosotros, como sociedad, quienes hemos conformado esta violencia estructural hacia las mujeres. No es culpa de la naturaleza, ni mucho menos de la divinidad.

    Al menos podrían darse la oportunidad de conocer nuestras vivencias, de escuchar las heridas que evidencian estadísticas que todos conocemos, pero que a nadie importan… hasta que impactan en figuras públicas o se viralizan en redes. Cifras negras como que el 98% de la violencia sexual en México no se denuncia (Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana 2022); o que el 96% de las mujeres en la Ciudad de México ha sufrido acoso sexual en espacios públicos; o que el 38% de las mexicanas ha sido hostigada en su lugar de trabajo.

    Datos alarmantes que, aun así, pasan a segundo plano. Porque aunque somos un chingo las mujeres que denunciamos y alzamos la voz, eso no trasciende en las decisiones políticas ni en las estructuras empresariales. En las grandes cúpulas, “la dignidad de las personas” no parece ser relevante. Lo digo especialmente por aquellas que, estructuralmente, están a cargo de la formación de los hijos: niñas y niños que crecerán cargando los pesares de haber sido criados en contextos donde se golpea, se abandona y se humilla… a la vista de todos. Como en el camión donde iba Rosy, y nadie dijo nada.

    A nivel nacional, los delitos sexuales alcanzaron un récord entre 2022 y 2024. Si bien puede deberse a un aumento real en la violencia, también percibo que ahora las mujeres hablamos más, denunciamos más. Y eso colapsa las fiscalías, con este tipo de delitos alcanzando un 91% de impunidad.

    Entonces… ¿para qué denunciar?, me preguntan muchas mujeres a quienes compartimos sus derechos. Y a veces no sé qué responder.

    Solo sé que, en la vida pública y privada, quedarse callada no sirve de nada. No es cierto que “si tocan a una, nos tocan a todas”, porque más tocadas no podríamos estar. Lo que sí podemos —y debemos— hacer es actuar con congruencia, siempre con dignidad, con respeto… más allá del género, más cerca de la humanidad.

    Rocio Saenz sqr
    Rocío Saenz

    Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.

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