Hace tiempo tenía una discusión con mi esposo sobre si me sentía feminista o no. Seguramente a muchas de ustedes les ha ocurrido algo similar. En mi caso particular, había muchas ideas o acciones que no me dejaban sentirme identificada del todo con el estereotipo de feminismo. En esa misma discusión con mi esposo, incluso llegué a pensar que él mismo era más feminista que yo. Con el tiempo comprendí que no es necesario tener una etiqueta o sentirse del todo identificada con el título de feminista, pero lo que sí debemos sentir todos es una empatía tremenda por lo que es una realidad desde hace tiempo: la inequidad social entre hombres y mujeres.
¿A qué me refiero con inequidad social? En primer lugar, a los prejuicios que existen hacia las mujeres que trabajan y combinan su vida profesional con la maternidad. Para ellas, en muchas ocasiones, su vida laboral se suma al 100% de su responsabilidad diaria en el hogar. Sin dejar de mencionar la inequidad salarial o de oportunidades que en algunos sectores aún persiste.
Los prejuicios siguen siendo el principal freno de las mujeres, especialmente para aquellas que trabajamos y debemos viajar por motivos laborales. En distintos espacios escuchamos críticas por “abandono” o desatención de los hijos, cuando en realidad hoy más que nunca debemos estar hablando de maternidad y paternidad compartida. De los retos y desafíos que enfrentan las familias en las que papá y mamá trabajan, o del reto aún mayor en aquellas familias lideradas por mujeres.
Los prejuicios también están presentes en el hecho de compartir la responsabilidad de las labores del hogar y la crianza de los hijos entre hombres y mujeres. Es fundamental que las nuevas generaciones comprendan que el hogar es una misión compartida en su totalidad por los miembros de la familia. Quizá tendría muchos frutos educar a nuestros hijos varones para que dentro de sus sueños también esté la paternidad. Es poco común escuchar a un niño decir literalmente que su sueño es ser papá cuando sea grande.
Otro de los temas importantes, definitivamente, está en el ámbito laboral, desde la equidad salarial hasta la igualdad de oportunidades de ascenso y formación. Que el trabajo y la trayectoria de las mujeres sean valorados por su capacidad y talento, y que los méritos sean siempre la base para el éxito en sus sueños. Seguramente, las mujeres luchadoras que nos antecedieron pensarán que esto último que menciono se lee muy fácil, pero que para llegar a ello se ha tenido que pelear muchísimo. Eso me queda claro y soy muy consciente de ello. Las cuotas de género han sido un avance, pero el verdadero desafío sigue siendo que la capacidad, las virtudes y el esfuerzo sean ponderados adecuadamente.
Me gustaría terminar mi reflexión con la frase del título de esta columna: ¿Feminista o no? ¡No importa! Busquemos lo que nos une como mujeres y hombres, y cómo eso nos permite trabajar en equipo para dignificar el camino de ambos. Encontremos coincidencias con quienes tienen visiones más radicales o distintas sobre el rol de las mujeres en la comunidad. Apartémonos un poco del egoísmo de pensar solamente en nuestras historias o contextos y comencemos a empatizar con aquellas que sufren o no la pasan bien. Hablemos una y otra vez de estos temas: en la mesa con la familia, con las amigas, con los compadres. Lleguemos a acuerdos sobre lo relevante que es sembrar y cosechar en nuestros hijos o en las nuevas generaciones la caridad y el valor de los otros.
Sigo sin considerarme feminista, pero soy una fiel defensora de las causas que impulsan a las mujeres, y por supuesto que soy una fiel creyente de que solo en equipo con mujeres y hombres podremos proteger a las mujeres, jóvenes y niñas.
Marisela Terrazas
Ex Diputada por el PAN en Chihuahua. Doctorante en Ciencias de la Educación por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Maestra en Educación por UTEP, ex directora del Instituto Chihuahuense de la Juventud y experta en políticas públicas juveniles.
