Lo ocurrido en el Congreso del Estado durante la votación del dictamen financiero dejó una escena que difícilmente se olvidará, no por su profundidad legislativa, sino por lo insólito del pretexto. La diputada de Morena, Rosana Díaz, aseguró que no facilitó el avance del dictamen y denunció un supuesto “linchamiento político”. Pero lo que realmente marcó la sesión fue su ausencia en el momento clave, justificada con una urgencia fisiológica que llegó ¡qué casualidad! justo cuando se definía un tema crucial para Chihuahua.
A ver, seamos serios, a usted, a mí, a cualquiera nos dan ganas de ir al baño, nadie está exento; pero hay momentos y momentos y que la necesidad aparezca exactamente cuando se vota un dictamen que Morena dice rechazar… pues sí, es extraño. ¿No cree? No imposible, pero extraño, sobre todo cuando después se intenta convertir la crítica en una conspiración personal.
La diputada asegura que no facilitó nada, sin embargo, su ausencia permitió que el proceso avanzara sin la oposición que su partido presume tener y aquí es donde la historia se vuelve todavía más absurda: Morena celebra cuando la Federación recorta recursos al estado, pero se indigna cuando el estado busca alternativas para compensar esos recortes; es decir, si el dinero se va a la Ciudad de México, todo está perfecto, pero si Chihuahua intenta cubrir ese vacío, entonces es un escándalo. Esa postura no solo es incongruente, sino francamente incomprensible.
Y en medio de esa contradicción aparece la diputada Díaz con su relato del baño, un relato que, más que aclarar, enreda. Porque si Morena realmente estaba en contra del dictamen, ¿cómo es que una diputada se ausenta justo en el momento decisivo? ¿Por qué la urgencia fisiológica no apareció cinco minutos antes o cinco minutos después? ¿Por qué siempre que Morena queda mal aparece la narrativa del “linchamiento político”?
La respuesta parece evidente: es más fácil victimizarse que asumir responsabilidad, es más cómodo acusar persecución que explicar por qué el discurso no coincide con los hechos y es más sencillo hablar de complots que reconocer que la postura de Morena frente al financiamiento estatal es un rompecabezas que no embona por ningún lado.
Porque, insistamos, la incongruencia es monumental. Morena defiende los recortes federales como si fueran actos de justicia divina, pero critica cualquier intento del estado por solventar la falta de esos recursos. ¿En qué lógica cabe eso? ¿Cómo se sostiene un discurso así? ¿Y cómo se supone que debe reaccionar la ciudadanía cuando ve que, además de la contradicción, se suman excusas que rayan en lo cómico?
La política puede ser extraña, sí pero lo ocurrido en el Congreso supera la extrañeza y entra en el terreno de lo surrealista. No se trata de burlarse de una necesidad humana ¡Nadie está exento! sino de señalar lo conveniente del momento, lo enredado del discurso y lo exagerado del victimismo posterior, porque una cosa es tener ganas de ir al baño, y otra muy distinta es pretender que ese episodio explica, justifica y limpia una ausencia que tuvo consecuencias políticas concretas.
Mientras Chihuahua enfrenta recortes federales, Morena parece más interesado en construir relatos que en asumir su papel legislativo. Lo ocurrido con Rosana Díaz no es un accidente aislado: es un síntoma de una estrategia basada en la contradicción y el dramatismo. Aplauden cuando la Federación aprieta, pero condenan cuando el estado busca respirar. Y cuando alguien les señala la incongruencia, entonces aparece el discurso del agravio.
En el fondo, el debate no es sobre una ida al baño. Es sobre congruencia. Y en ese terreno, la diputada quedó exhibida.

Aldonza González Amador
Criminóloga y Empresaria Juarense
Actualmente Presidenta del Organismo Nacional de Mujeres Priistas en el Estado de Chihuahua (ONMPRI) y Estudiante de Administración de Empresas en la Universidad de la Rioja España.
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