Vamos a ser claros: lo que se vivió el domingo fue preocupante. Incluso mi hijo de ocho años quería ir a manifestarse por la cantidad de personas desaparecidas, mientras el gobierno se preocupa más por quitarle los dulces a los niños de las escuelas. Desacreditar un acto cívico no era lo importante; la realidad es que tenemos un país como lo describen las nuevas generaciones.
Y sí, fue muy criticado lo que ocurrió, porque además de que no hubo la misma afluencia que en otros movimientos, también se registraron enfrentamientos entre provocadores en lo que se presumía sería una marcha pacífica con un reclamo legítimo. La represión hacia ciudadanos siempre se ve mal, más aún cuando a los criminales se les trata con consideración. Así debería ser para todas las personas, pero lo cierto es que, en mi opinión, fue un tema mal manejado por todas las partes.
Desde el momento en que anunciaron que se manifestarían, no había necesidad de que nuestra presidenta intentara minimizarlo. Ningún movimiento es menor y ninguna marcha es insignificante, aun cuando la integren cinco personas. Es el derecho de la ciudadanía a organizarse y expresarse sobre lo que considere necesario. Era, además, un momento muy valioso para que jóvenes y nuevas generaciones tuvieran sus primeras participaciones en la vida pública del país. Yo pensaria mas bien en apoyarlos darles condiciones hasta regalar agua en el camino eso es lo que deberiamos mejor de hacer.
También hay que decirlo: el mensaje que se manda desde el poder cuando se estigmatiza una marcha es muy peligroso. Porque si hoy desacreditan a quienes salen a exigir justicia por los desaparecidos, mañana pueden desacreditar a cualquier grupo que se organice para reclamar seguridad, salud o educación. Ese es el verdadero problema: acostumbrarnos a que la autoridad decida cuáles causas son “válidas” y cuáles no.
Por otro lado, ciertos personajes quisieron adueñarse del momento y brillar, especialmente varios panistas. Eso provocó que mucha gente prefiriera no salir y se expresara desde otras trincheras ante la politización generada. Cuando un movimiento que nace desde la indignación ciudadana se convierte en pasarela de partidos, se rompe la confianza y se manda el mensaje equivocado: que todo se trata de votos y no de vidas humanas. Y no, esta vez el tema eran las vidas.
También considero desafortunado el trato que se les dio a los organizadores originales desde la Presidencia, porque puede resultar contraproducente. Pero también a los organizadores los vi diciendo que ahora “tienen miedo” por la exposición mediática de la mañanera. A ver: si vas a salir a hacer algo y te exhiben, para eso iniciaste; no tiene nada de malo decir lo que piensas. Y si tus amigos opinan igual, qué mejor. Este era el momento para aprovechar y posicionar el mensaje, no para retroceder.
El problema es que nos están empujando a discutir en el terreno equivocado. En lugar de hablar de cómo frenamos las desapariciones, terminamos hablando de quién convocó, quién se subió a la marcha, quién salió en la foto y quién ganó o perdió políticamente el domingo. Mientras tanto, las familias siguen buscando a sus desaparecidos y las autoridades siguen volteando hacia otro lado… o hacia los dulces de las escuelas.
Regresando al papel de los panistas, también estuvo mal querer aprovechar un movimiento cuando ellos mismos son gobierno. Al menos en nuestro estado tienen una responsabilidad directa en materia de seguridad. No puedes pararte a encabezar una marcha por los desaparecidos si, al mismo tiempo, te haces el desentendido con lo que pasa en tu propia casa. Hay que permitir que los movimientos ciudadanos se nutran solos y que nuevos perfiles den la cara. Y si se quiere apoyar, debe hacerse sin colores partidistas, como comunidad, porque esta violencia nos afecta a todos por igual.
También tenemos que hablar de nosotros, de la sociedad. Nos hemos ido acostumbrando a “apoyar” desde la comodidad del teléfono. Subimos historias, ponemos un hashtag, damos like… pero a la hora de salir, de organizarnos y de sostener una causa en el tiempo, ahí es donde nos cuesta más trabajo. Y no es que todos tengan que marchar, porque no todos pueden; pero sí todos podemos hacer algo desde donde estamos: informarnos mejor, no compartir mentiras, exigir a la autoridad que rinda cuentas y no premiar la simulación.
Es tiempo, como he venido diciendo, de que los jóvenes se involucren, pero también de que lo hagamos todos. La participación debe ser general. Tenemos mucho que trabajar como país y necesitamos las manos de todas y todos. Y eso empieza por algo tan sencillo como dejar de menospreciar las causas de los demás solo porque no las organizó mi partido, mi grupo o mi tribu política.
Porque al final del día, hay una pregunta que a muchos ya nos están haciendo los niños en casa: “¿Por qué desaparece tanta gente y no pasa nada?”. Y esa pregunta no se responde con conferencias mañaneras, ni con ruedas de prensa, ni con discursos de oposición. Se responde con resultados, con empatía y con un Estado que deje claro, con hechos, que la vida de las personas está por encima de cualquier cálculo político.
Mi hijo de ocho años quería ir a marchar porque sabe que en este país hay gente que sale de su casa y no regresa. Si las nuevas generaciones ya están entendiendo lo que muchos adultos todavía prefieren ignorar, entonces lo mínimo que podemos hacer es no estorbarles. No usar sus causas para campaña, no criminalizar sus marchas y no convertir su indignación en un show político.
El país no va a cambiar solo con un hashtag, ni con una mañanera, ni con una marcha aislada. Va a cambiar cuando entendamos que la seguridad y la vida de las personas no son botín electoral, sino una línea que no se cruza. Y que si hoy permitimos que se desacredite, se divida o se reprima a quienes salen a protestar por los desaparecidos, mañana nadie va a tener autoridad moral para pedir que salgan a defender ninguna otra causa.
Así de sencillo: no se trata de dulces ni de colores partidistas. Se trata de que en México dejemos de normalizar que falte gente en la mesa. Y mientras eso no cambie, cualquier gobierno que se diga cercano al pueblo, pero sea más duro con los ciudadanos que con los criminales, le estará fallando al país entero. Y como lo decia Allenda “Ser Joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biologíca” así que sí, salgan, griten, opónganse porque ustedes sobre todo se merecen mucho más de lo que les estamos dejando.

Daniel Alberto Álvarez Calderón
Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.


