La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos no solo establece la organización del Estado, los derechos humanos y las obligaciones de quienes habitamos este país; también encierra un mandato moral: vivir con dignidad, respetarnos y construir comunidad. Sin embargo, este principio se diluye cada vez más en una sociedad que parece acostumbrarse a lo inaceptable.
Vivimos en una época en que los niños y adolescentes son reclutados como sicarios o víctimas del crimen organizado. Y lo más grave: el Estado, en sus tres niveles, parece aceptar su existencia como un fenómeno “normal”. Pero no lo es. Es el síntoma más doloroso del fracaso colectivo.
Atender las causas de la violencia y de las adicciones no es tarea exclusiva del gobierno: nos corresponde a todos. Porque la indiferencia es complicidad. Callar ante el abuso, el maltrato o la corrupción es participar del daño. Las niñas y los niños desatendidos, los jóvenes sin oportunidades y las familias fragmentadas son terreno fértil para la violencia.
Mientras tanto, los adultos preferimos culpar a los gobiernos, discutir en redes sociales con odio y sarcasmo, y convertir la mentira y la burla en forma de vida. Ese comportamiento destruye el alma moral de México. Nos hemos vuelto jueces sin conciencia y creyentes sin caridad: oramos a Dios, pero olvidamos amar al prójimo.
¿Qué significa “atender las causas”?
- Recuperar el sentido de familia.
Educar no es solo alimentar o pagar una escuela: es acompañar, escuchar, orientar, amar con límites y ejemplo. Una familia presente es la primera trinchera contra la delincuencia.
- Reconstruir la autoridad moral.
Necesitamos líderes —en casa, en la escuela, en las empresas y en el gobierno— que predique con el ejemplo, no con discursos vacíos. La ética no se impone: se contagia.
- Fortalecer la comunidad.
Cada colonia, escuela o parroquia puede ser un espacio de prevención: detectar niños en riesgo, apoyar a madres solas, organizar redes vecinales, vincularse con instituciones de salud y programas sociales.
- Combatir las adicciones con compasión y ciencia.
Los adictos no son criminales: son enfermos. Urge invertir en centros de rehabilitación dignos, capacitar facilitadores comunitarios y fortalecer los grupos de apoyo como Alcohólicos Anónimos.
- Reivindicar la educación cívica y espiritual.
No basta con saber leyes: hay que vivir valores. Respeto, gratitud, servicio y honestidad son las herramientas más revolucionarias que tenemos.
- Rechazar la economía del daño.
Quien lucra con el dolor —traficante, corrupto, explotador, prestamista o empresario sin conciencia— contribuye tanto al crimen como quien empuña un arma. El dinero no purifica el mal.
- Creer en el bien.
Ciudad Juárez ha sido llamada “la ciudad perdida”, pero no lo es. Es una ciudad de esfuerzo, fe y solidaridad. Somos más buenos que malos, pero debemos demostrarlo cada día.
Por ello creo que atender las causas es vernos hacia adentro.
Es reconocer que el cambio no empieza en Palacio Nacional ni en los congresos, sino en el corazón y la conciencia de cada mexicano.
Solo así —con verdad, amor y responsabilidad— podremos transformar la desesperanza en esperanza, y el dolor en vida.

Héctor Molinar Apodaca
Abogado especialista en Gestión de Conflictos y Mediación.
Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.


