México sigue caminando con los ojos vendados hacia una crisis que todos ven venir… menos quienes deberían evitarla. Los aranceles impuestos por Estados Unidos no solo son un golpe al comercio exterior: son el espejo de un país que no sabe cómo responder.
Llevamos meses escuchando anuncios, declaraciones y promesas, pero no hay un calendario oficial, ni lista definitiva de productos afectados, ni condiciones claras. En otras palabras: el gobierno no sabe en qué terreno pisa, y las empresas tampoco. Mientras tanto, el reloj económico sigue corriendo, y cada día sin certidumbre significa más empleos perdidos, más proyectos detenidos y más capital huyendo.
En la frontera, donde la economía depende directamente de la maquila y del intercambio con Estados Unidos, la incertidumbre no es una palabra abstracta: es la cancelación de órdenes, la reducción de turnos y la suspensión de inversiones. Y quienes más resienten el golpe son las Pequeñas y Medianas Empresas industriales, que han visto cómo los presupuestos de compra de sus clientes se congelan sin explicación.
El Instituto Mexicano para la Competitividad estima que el impacto potencial de los aranceles equivale a 1.5% del PIB nacional, y podría alcanzar 4.7% de las exportaciones totales si se prolonga el conflicto. En el sector automotriz (el motor industrial del país), las exportaciones ya cayeron 6.3% en lo que va del año, y podrían cerrar con una contracción del 12%, arrastrando el crecimiento nacional hasta un -4% en 2025.
A eso se suman más de 64 000 empleos industriales perdidos en la frontera desde hace 24 meses, de acuerdo con datos del propio Departamento del Trabajo de EE.UU. y otrosreportes como el del Hunt Institute. Mientras tanto, Washington ya ha recaudado miles de millones de dólares en ingresos aduaneros, y México… apenas está discutiendo quién debe coordinar la respuesta.
El discurso oficial repite que “todo está bajo control”, pero los datos dicen lo contrario: el déficit comercial con China alcanza ya US$68 000 millones, las cadenas logísticas se encarecen entre 8% y 15%, y los proveedores nacionales pierden terreno frente a competidores asiáticos más ágiles.
A falta de claridad, el sector privado se está replegando. Las empresas no invierten, las maquilas retrasan expansiones y las PYMES industriales recortan plantillas. Lo he dicho ya en varias ocasiones. Noviembre es el mes más importante del año.
¿Cómo están llegando estas pymes al final del año? A qué me refiero: al pago de aguinaldos, de ahorros, la falta de liquidez y entre otros gastos para finalizar el año. Lo que no parece entenderse desde el poder central es que la incertidumbre también tiene costo: se mide en empleos, en inflación, en capital humano desperdiciado.
Los especialistas ya advierten que el impacto inflacionario es cuestión de tiempo; los costos de importación, transporte y financiamiento están subiendo, aunque los indicadores oficiales aún no lo reflejen. La inflación, como siempre, llega tarde, pero llega.
En la frontera estamos cansados de esperar decisiones que no llegan. México necesita una política comercial seria, no conferencias de prensa, necesita una visión binacional con estrategia, no improvisación de emergencia.
Pero sobre todo, necesita valentía para reconocer que seguir “pateando el bote” es lo mismo que rendirse.
El país no puede seguir caminando al filo de los intereses de otros, no se trata solo de aranceles: se trata del modelo económico completo, de cómo decidimos si queremos ser protagonistas de nuevas inversiones o simples espectadores de un reacomodo global que ya nos está dejando atrás.
El tiempo se acabó, o México define una estrategia industrial con rumbo… o el rumbo lo decidirán otros por nosotros.
