En México, la pobreza se volvió un negocio político. Ya no se combate, se administra desde el poder.
Un grupo político ha logrado adueñarse del dolor ajeno, construyendo un monopolio de la pobreza que les permite lucrar con la necesidad y silenciar cualquier intento de ayuda que no venga de ellos.
Han hecho creer que solo el gobierno puede “salvar” al pueblo, mientras con la otra mano roban el dinero público y lo reparten como si fuera propio.
Ese es el verdadero monopolio de la pobreza: solo ellos pueden ayudar, solo ellos pueden repartir, solo ellos pueden hablar del pueblo. Si alguien más, una organización civil, una empresa o incluso otro partido intenta involucrarse, lo bloquean o lo descalifican.
Porque no les interesa erradicar la pobreza, sino controlar la gratitud. Quieren que el ciudadano le dé las gracias al gobierno, no a su propio esfuerzo ni a la solidaridad de otros.
Han convertido la necesidad en patrimonio político y el dinero del erario en botín personal. Se llenan la boca hablando de “honestidad”, pero sus licitaciones huelen a corrupción, sus contratos a simulación y sus obras a negocio. Se dicen distintos, pero son los mismos de siempre, solo que ahora se esconden detrás de un discurso moralista.
Prometieron limpiar la política y terminaron aceptando a lo peor de los partidos que tanto criticaban.
Según el CONEVAL, más de un tercio de los mexicanos que trabajan no pueden comprar la canasta básica con su salario. Los números no mienten: el país sigue pobre, aunque el discurso oficial diga lo contrario. Han cambiado la forma de medir la pobreza para presumir que hay menos, pero el estómago vacío no entiende de estadísticas.
Y mientras los datos se maquillan, los bolsillos de algunos se llenan. Obras públicas mal hechas, sobreprecios disfrazados de “austeridad”, y una larga lista de adjudicaciones directas son la nueva forma de enriquecerse. Todo mientras repiten el mismo mantra: “somos diferentes”. Pero la diferencia es solo de color, no de conducta.
El monopolio de la pobreza no solo empobrece al país en lo económico, sino también en lo moral. Impide la participación de quienes quieren ayudar desde fuera del gobierno, porque su intención no es liberar a los pobres, sino mantenerlos dependientes. No quieren ciudadanos críticos, quieren beneficiarios obedientes.
México no puede seguir bajo un modelo que convierte la necesidad en estrategia electoral. No somos moneda de cambio ni botín político. Este país merece más que discursos y dádivas: merece oportunidades reales, justicia y dignidad.
Y ojalá pronto caiga el velo de los votantes, porque cuando el pueblo despierte, entenderá que el verdadero enemigo del pobre no es la falta de recursos, sino el poder que se enriquece con su pobreza.
Por eso, seamos claros: aquí no hay regeneración, solo retroceso.
Y el país merece mucho más que eso.
Mayra Machuca
Abogada, Activista, Columnista, Podcaster.
Especializada en análisis y asesoría jurídica, cuenta con experiencia administrativa y jurídica con habilidades destacadas en la resolución de problemas y coordinación de tareas. Experta toma de decisiones estratégicas. Activa en Toastmasters y Renace y Vive Mujer.
