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    diciembre 2, 2025 | 7:25

    Lo que el agua se llevó

    Publicado el

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    En los últimos días, México ha llorado junto con el cielo. Las lluvias torrenciales han golpeado con fuerza a estados del sur como Veracruz, Hidalgo, Puebla y Querétaro, dejando a su paso un dolor difícil de medir: más de 60 personas fallecidas, decenas desaparecidas y miles de familias desplazadas. Las imágenes son devastadoras: pueblos enteros cubiertos por el agua, calles convertidas en ríos, casas colapsadas y personas buscando entre el lodo lo poco que quedó seco.

    Aquí en el norte, Juárez no sufrió con la misma intensidad, pero bastó una tarde de lluvia para que el caos se hiciera presente. Una persona perdió la vida tras ser arrastrada por la corriente en un arroyo urbano. Solo una víctima, dicen algunos, pero detrás de esa cifra hay una familia rota, un barrio consternado y una ciudad que se sabe vulnerable. En el Valle de Juárez también se reportaron daños en viviendas y autos varados en calles que se volvieron trampas acuáticas.

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    Lo que ocurre en el sur y lo que vivimos aquí tienen el mismo origen: una mezcla peligrosa de descuido y desinterés. No se trata solo del cambio climático —que ya está aquí—, sino también de nuestras propias acciones cotidianas: la basura tirada en la calle, las coladeras tapadas, la falta de mantenimiento, la indiferencia ante lo que creemos “mínimo”.

    En Juárez lo sabemos: basta una hora de lluvia para que la ciudad colapse. Los carros flotan, las avenidas se bloquean, los semáforos mueren y el miedo se vuelve rutina. Nos lamentamos, grabamos videos, publicamos en redes… pero pocas veces nos preguntamos cuánto de esa inundación empieza con nuestra propia mano. Una botella, una bolsa, un vaso de unicel tirado “porque no pasa nada”, y de pronto todo pasa: el agua se acumula, el drenaje se desborda, y lo que era una llovizna se convierte en desastre.

    Sin embargo, entre tanto dolor, siempre aparece lo más noble del alma mexicana: la solidaridad. En el sur, la gente se organiza, rescata, cocina, dona, limpia. En el norte, los centros de acopio empiezan a llenarse, los corazones se abren, y la empatía corre más rápido que el agua. Es ahí donde México se vuelve uno solo, donde el dolor ajeno se siente propio y donde el “yo” se transforma en “nosotros”.

    Pero la solidaridad no debe quedarse en la emergencia. Debe convertirse en conciencia. Debe empujarnos a cambiar hábitos y a exigir gobiernos responsables. Porque el agua no distingue entre estados ni colores políticos: arrasa parejo. Y lo que deja a su paso no es solo destrucción, sino también una oportunidad: la de aprender y no repetir.

    Hoy, más que nunca, necesitamos entender que tirar basura es una forma silenciosa de violencia, que descuidar nuestras calles es descuidar nuestras vidas, y que la prevención no empieza con un decreto, sino con una bolsa que se levanta, una coladera que se limpia, un vecino que actúa.

    El agua se llevó casas, autos y sueños. Pero también puede llevarse algo más profundo: nuestra indiferencia. Que este desastre sirva para recordarnos que somos parte del mismo país, del mismo suelo, del mismo cielo que a veces se desborda. Que el dolor del sur nos despierte, y que el susto de Juárez nos eduque.

    Porque cuando el agua se va, lo que queda no son solo los daños. Queda la memoria, el gesto, la esperanza y la posibilidad de hacerlo distinto. Lo que el agua se llevó, podemos recuperarlo con conciencia, empatía y acción.

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    Ángeles Gómez

    Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.

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