México se alista para la llegada del Mundial, pero además afronta una serie de desafíos éticos y sociales que a menudo son ignorados. El incremento en los peligros de explotación y trata sexual infantil es uno de los que tiene mayor gravedad —y urgencia—. Desafortunadamente, los grandes eventos de índole internacional, como los campeonatos deportivos, no solo atraen a aficionados y oportunidades económicas, sino también a organizaciones criminales que pretenden obtener beneficios económicos aprovechándose de la fragilidad de las niñas, niños y adolescentes.
A lo largo de la historia, el aumento del turismo en eventos masivos ha estado asociado con un incremento de situaciones de explotación infantil. Es un problema silencioso, frecuentemente normalizado por la impunidad estigmas y la ausencia de prevención. No obstante, en esta oportunidad, organizaciones como el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia y Unicef han optado por no ignorar la situación y fortalecer las medidas de protección a los niños.
El Mundial no puede ser una celebración para algunos y un infierno para otros. La infancia tiene que ser una prioridad, y todos —la ciudadanía, las empresas turísticas, los gobiernos y la sociedad civil— tienen el deber de asegurar que ningún niño o niña sea explotado durante el evento o en ningún otro momento.
El tráfico de personas con el objetivo de explotarlas sexualmente es un delito grave que afecta a miles de niños y niñas anualmente. Lo más preocupante es que, frecuentemente, sucede en lugares que aparentan ser seguros: casas particulares, plataformas digitales, hoteles. Un círculo vicioso se perpetúa a causa del silencio, la impunidad y la ausencia de denuncias, el cual es necesario romper con información, prevención y una acción decidida.
Por lo tanto, las campañas de sensibilización que ya están siendo preparadas representan un avance en la dirección adecuada. Son medidas esenciales: educar a los empleados de la industria hotelera, alertar a los visitantes, fomentar canales anónimos para que se denuncien hechos delictivos y monitorear las áreas con mayor riesgo.
Pero no es suficiente con solamente reaccionar: es esencial actuar desde la raíz, destinando recursos a políticas públicas que resguarden a los niños no solo durante el Mundial, sino de manera continua.
Asimismo, este tipo de acciones posibilitan visibilizar un problema que normalmente es ignorado o subestimado. Es incómodo hablar de la explotación y trata de niños, pero es imprescindible. No podemos encubrir la realidad con el espectáculo deportivo si deseamos que un país anfitrión sea realmente digno. La infancia no debe considerarse como un daño colateral del turismo ni como un medio de intercambio.
No obstante, la obligación debe ir más allá del discurso institucional. La sociedad civil debe también tomar su rol como guardiana y defensora de la infancia. Cuando se trata de proteger a aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos, denunciar, educar, exigir recursos y acompañar son acciones que contribuyen.
El Mundial tiene el potencial y la obligación de ser una ocasión para exhibir lo mejor de nosotros como nación: cultura, pasión deportiva, hospitalidad. Sin embargo, también tiene que ser una oportunidad para mostrar que nuestra infancia es más valiosa que cualquier tipo de espectáculo. Que no estamos dispuestos a soportar la explotación en ninguna de sus manifestaciones. Que el turismo, por más redituable que sea, no puede ser justificado a expensas del sufrimiento de los niños.
El verdadero éxito no consistirá en alzar un trofeo, sino en asegurar que todos los niños y las niñas estén protegidos, sean respetados, reciban educación y estén a salvo. Y en ese partido no podemos darnos el lujo de perder.

Daniela González Lara
Abogada y Dra. en Administración Pública, especializada en litigio, educación y asesoría legislativa. Experiencia como Directora de Educación y Coordinadora Jurídica en gobierno municipal.


