En Ciudad Juárez se habla de la verificación vehicular como si fuera una ocurrencia reciente, cuando en realidad el programa tiene más de una década vigente.
Lo que ha cambiado ahora es el endurecimiento en su aplicación: los talleres autorizados se saturan de vehículos en largas filas, los engomados verdes distinguen a quienes han cumplido, y el gobierno municipal se ve obligado a recordar a la ciudadanía que se trata de una obligación, no de una opción.
Aun así, el debate público parece girar más en torno al color del engomado o al supuesto costo excesivo que a la verdadera raíz del asunto: la corresponsabilidad ciudadana frente a la calidad del aire que todos respiramos.
No se trata de un impuesto disfrazado, como algunos sugieren, ni de un intento recaudatorio disfrazado de política ambiental.
Es un procedimiento de control básico, que incluso parece insuficiente frente a los desafíos ambientales de una ciudad que enfrenta, de manera simultánea, al transporte urbano obsoleto, a un parque vehicular con altos niveles de antigüedad y a la maquila que, si bien genera empleos, también plantea retos en la gestión de residuos y energía.
La verificación debería ser apenas el piso mínimo de lo que tendríamos que exigirnos como comunidad que convive en una cuenca atmosférica cada vez más saturada.
El rechazo de algunos sectores obedece, más que a razones técnicas, a una inercia de oposición a todo lo que provenga del gobierno en turno.
Lo que se omite en ese discurso es la parte de la responsabilidad individual: mantener un automóvil en condiciones mecánicas adecuadas no es un favor al municipio, es una garantía de seguridad y una contribución mínima a la salud pública.
Las escenas de cientos de automovilistas corriendo a verificar en el último minuto no revelan abuso institucional alguno, sino la irresponsabilidad de una sociedad que evade obligaciones mínimas y después exige soluciones mágicas.
El alcalde Cruz Pérez Cuéllar intentó suavizar el golpe al ampliar los plazos, con el argumento de evitar una “cacería de brujas” vial.
El gesto es pragmático, pero también abre la puerta a la pregunta incómoda: ¿qué tan comprometidos estamos realmente con el medio ambiente o seguimos esperando que la autoridad haga excepciones a nuestra comodidad? Porque, al final, la medida no es más estricta que en la Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara o incluso en urbes de Estados Unidos donde la verificación vehicular es un trámite ineludible y sin tanto debate.
En Juárez, en cambio, lo que se repite es el patrón cultural de desconfiar, descalificar o resistirse a toda regulación. Nos cuesta entender que cumplir con la norma ambiental es, en esencia, cumplir con nosotros mismos, con nuestros hijos y con la ciudad en la que vivimos. No se trata de engomados ni de QR, tampoco de recaudar o de “cazar” automovilistas: se trata de aire limpio, de salud y de responsabilidad.
La pregunta de fondo no es si el gobierno está presionando demasiado, sino qué nos impide ser ciudadanos correctos y honestos, capaces de acatar medidas que, aunque incómodas, son por nuestro propio bien. Mientras no asumamos esa verdad, seguiremos atrapados en un círculo donde la indignación pesa más que la conciencia.

David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.


