En la Roma antigua, los gladiadores se jugaban la vida en la arena. No era un espectáculo noble, pero al menos tenía un trasfondo: honor, supervivencia, justicia. Hoy, en pleno siglo XXI, México tiene su propia versión del circo romano: ya no con espadas, sino con micrófonos, curules y hasta golpes.
La pelea física entre Alejandro “Alito” Moreno y Gerardo Fernández Noroña en el Senado fue más que un zafarrancho. Fue una postal que resumió lo que es hoy nuestra política: un espectáculo barato. Alito subió a la tribuna y lo empujó; Noroña aseguró haber recibido un puñetazo y hasta amenazas de muerte. La escena terminó con un trabajador del Senado lesionado, cámaras en el suelo y titulares en medios de medio mundo. Pan y circo, pero con golpes incluidos.
Uno quisiera pensar que fue un episodio aislado, pero no lo es. Es la normalización de un estilo de hacer política que privilegia el espectáculo sobre el fondo. Lo mismo ocurre con los datos de la pobreza: el oficialismo presume que “la pobreza ha bajado” como un logro histórico, cuando en realidad lo que bajó fue la vara con la que se mide.
Según el Coneval, en 2022 había 46.8 millones de mexicanos en situación de pobreza. Hoy, el Inegi presume que esa cifra cayó a 35.4 % de la población. ¿Milagro? No. Lo que pasó fue que el Congreso aprobó desaparecer al Coneval y dejar al Inegi la tarea de medir la pobreza. Y con una nueva metodología, curiosamente más benévola, el resultado fue inmediato: menos pobres en el papel, aunque en la vida diaria millones sigan sin acceso a salud, educación o seguridad.
Lo irónico es que mientras se pelean a golpes en el Senado, se manipulan cifras que deberían ser sagradas. ¿Cómo podemos hablar de reducción de la pobreza cuando, según el Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública, el país registra más de 30 mil homicidios dolosos al año? ¿Qué tipo de progreso es ése donde la gente puede comer un poco mejor, pero teme salir viva de su casa?
La historia mexicana está llena de paralelismos. Ahí está la Guerra de los Pasteles en 1838, cuando Francia bloqueó puertos mexicanos por el reclamo de un pastelero. Ridículo, pero costoso. Hoy pasa lo mismo: lo trivial se convierte en prioridad y lo esencial se posterga.
Nuestros líderes no discuten cómo combatir la violencia o cómo generar empleo, sino quién gritó más fuerte o quién dio el mejor empujón en la tribuna.
Y aquí es donde surge la frustración. Como ciudadana, me siento cansada de ver que la política mexicana no avanza. Estamos atrapados en un ciclo en el que el entretenimiento reemplaza la seriedad. Donde lo importante no es que 46 millones de personas vivan en pobreza, sino quién salió en el trending topic del día. Donde un pleito en el Senado genera más conversación que un informe del Coneval.
Lo peligroso es que nos estamos acostumbrando. Cada vez que compartimos un video de Alito o Noroña en plena pelea, reforzamos la idea de que eso es política. Cada vez que celebramos las cifras maquilladas de la pobreza sin cuestionarlas, damos permiso para que la simulación continúe.
La pregunta es: ¿hasta cuándo? México no necesita bufones que se peleen en público, necesita gladiadores modernos que peleen con ideas, argumentos y proyectos. Que entiendan que la arena política no es un ring, sino el espacio donde se define el rumbo del país.
Porque si seguimos normalizando golpes y estadísticas trucadas, corremos el riesgo de repetir la misma historia: ridículos como la Guerra de los Pasteles, pero en versión siglo XXI. Y México ya no está para espectáculos baratos que nos están costando muy caros.

Mayra Machuca
Abogada, Activista, Columnista, Podcaster.
Especializada en análisis y asesoría jurídica, cuenta con experiencia administrativa y jurídica con habilidades destacadas en la resolución de problemas y coordinación de tareas. Experta toma de decisiones estratégicas. Activa en Toastmasters y Renace y Vive Mujer.


