La política debería ser, en esencia, el espacio de crear acuerdos,de la diversidad de pensamiento y del debate profundo; el parlamento, la arena donde las ideas se confrontan sin que los puños tengan necesidad de alzarse. El Estado de derecho existe para recordarnos que el poder no es propiedad privada, sino un encargo sujeto a reglas y contrapesos. No es representación de sí mismos sino de la población.
Sin embargo, cuando quienes encabezan las instituciones confunden la investidura con la tribuna de un mitin, cuando la soberbia se apodera de la poca o mucha inteligencia que precedió al cargo, la imposición y aplastar es la norma, entonces se ha perdido la línea entre la política y la barbarie. Payacitos, tan en tendencia #ojitostristes, está también es una muestra de dolorosa realidad.
El riesgo no es que haya diferencias, interpelaciones y confrontación de ideas, eso es parte del fragor parlamentario. La verdadera amenaza surge cuando la imposición dictatorial y el estilo es humillar por igual a todos menos a los propios, tristemente es cuando la violencia física aparece donde no debería tener resquicio ni posibilidad de reinar. Peor aún, lleva a justificarla por quien la ejerce, como la única vía cuando la Tribuna se cierra. Entonces, se renunció a la diplomacia, a pensar, a parlar, a transigir, a la civilidad.
Si quien preside la Cámara convierte el recinto en ring y noen un cargo político pero de represnetación de un cuerpo e institucional: estos finales son tristes consecuencias. La confrontación a golpes entre el senador Alejandro Moreno y el presidente de la Mesa Directiva, Fernández Noroña, es la muestra más cruda de esa degradación. Debió darse una Agenda Política en un Orden del Día y resultó en espectáculo que rebaja la vida parlamentaria.
Lejos de actuar como árbitro, Fernández Noroña alimentó el rechazo a la política con sus excesos y caricaturizó el cargo. La presidencia del Senado no es un micrófono para asuzar ni representarse a sí mismo. La provocación y altanería, son su mayor herencia. Él, eligió sembrar polarización, justificar la violencia con conducción imparcicual y llena de discursos inaceptables. Su estilo de porro callejero es incompatible con la responsabilidad institucional. Tristemente millones de mexicanos celebran lo que no debieran: que le hayan propinado golpes a este personaje, porque pareciera que solo hay espacio al sentido del humor en el actual régimen… Pululan videos suyos de confrontaciones vulgares, lo mismo con adversarios que ciudananía o medios de comunicación. No ahorita, de siempre.
No es una cuestión de colores, basta con compararlo con figuras como Porfirio Muñoz Ledo, extraordinario parlamentario de morena recientemente fallecido. Mientras Muñoz Ledo entendía el peso y los límites del cargo, Noroña lo redujo a un espectáculo y a una muestra de que no ser, de patanería…
Este incidente es la radiografía de las instituciones que se debilitan. El mensaje a la ciudadanía es devastador: si los legisladores resuelven sus diferencias a golpes, normalizamos la que se vive día a día en nuestras calles. Retroceso democrático y un refuerzo de la impunidad.
Urge que la política recupere su propósito y que la tribuna vuelva a ser el lugar de debate de todas las ideas. No se trata de pedir santos en el Senado, sino de exigir lo mínimo: respeto al cargo y compromiso con la democracia.
Fernández Noroña pasará a la historia no como un presidente del Senado, sino como el ejemplo de una capitulación institucional que no debe repetirse. Y que el poder, cuando se confunde con patanería, soberbia, excesos insultantes, violencia como tiranía se convierte en la peor amenaza para la democracia.

Georgina Bujanda
Licenciada en Derecho por la UACH y Maestra en Políticas Públicas, especialista en seguridad pública con experiencia en cargos legislativos y administrativos clave a nivel estatal y federal. Catedrática universitaria y experta en profesionalización policial.
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