En mis columnas previas, estudié la conexión entre la educación STEM y el progreso nacional, además de la alarmante falta de México entre los líderes globales en egresados de estas disciplinas. Hoy estudio cómo la capacitación en STEM representa el auténtico impulsor de la innovación nacional y, en consecuencia, del crecimiento económico en esta época de conocimiento.
En primer lugar, debo señalar que la habilidad para innovar de una nación no se desarrolla naturalmente; se fomenta mediante un sistema educativo que valora el razonamiento crítico, la solución de problemas y la implementación práctica del saber científico. Al examinar el escenario mundial, se nota una correlación fuerte, dado que los países que han destinado recursos estratégicos a la educación STEM durante décadas son los que en la actualidad encabezan la innovación tecnológica y tienen economías sólidas y variadas. Por ejemplo, no es casualidad que China, con su enorme cantidad de egresados STEM, esté viviendo un auge en industrias de vanguardia, pasando de ser “la fábrica mundial” a transformarse en un auténtico pionero tecnológico.
Es importante recordar que el modelo de crecimiento económico fundamentado en la explotación de mano de obra a bajo costo y la utilización de recursos naturales en actividades primarias tiene un plazo de validez. Por otro lado, la economía del conocimiento brinda un camino de expansión casi infinito y Corea del Sur es tal vez el caso más representativo, pues en tan solo cuatro décadas, de ser una nación empobrecida se convirtió en una potencia tecnológica mundial, gracias a una visión estratégica que valoró la excelencia educativa en áreas STEM y la inversión constante en investigación y desarrollo. Otro país es Singapur, país con escasez de recursos naturales, edificó una de las economías más florecientes del mundo a través de políticas educativas revolucionarias que convirtieron su capital humano en su mayor beneficio competitivo. Israel, pese a circunstancias geopolíticas desfavorables, ha construido un excepcional ecosistema de innovación tecnológica debido a su énfasis en la educación científica de excelente calidad.
Las cifras de inversión en investigación y desarrollo (I+D) muestran diferencias preocupantes que justifican en gran parte las desigualdades en innovación. Aunque Corea del Sur e Israel dedican entre el 4.5% y 5% de su PIB a la investigación y desarrollo, Japón y Alemania exceden el 3%, y Estados Unidos sostiene un robusto 3%, México solo asigna el 0.3% de su PIB a este sector estratégico. Esta constante subinversión justifica por qué, a pesar de ser la decimoquinta economía global, México no se destaca en los rankings de líderes en innovación y se apoya de manera excesiva en tecnología foránea. El contraste, China ha elevado su inversión en investigación y desarrollo del 0.9% al 2.4% del PIB en las dos últimas décadas, evidenciando una visión estratégica y los resultados los vemos hoy.
Desde mi punto de vista, para que México pueda contrarrestar esta tendencia y sacar provecho del enorme potencial de su población joven, debemos intervenir en diversas áreas al mismo tiempo, como aumentar la inversión pública y privada en educación STEM e I+D, modificar las técnicas de enseñanza para promover el pensamiento crítico desde la infancia, y construir conexiones eficaces entre instituciones educativas y empresas para ajustar la formación a las necesidades productivas reales, desarrollar incentivos fiscales que estimulen la inversión en innovación y finalmente, articular una política de estado que trascienda ciclos políticos sexenales, donde aparecen y desaparecen instituciones relacionadas con este quehacer.
Para finalizar, debo decir que la experiencia demuestra que la educación STEM no es un privilegio académico, sino una exigencia estratégica para cualquier país que busque prosperar en el siglo XXI. El talento de México es abundante; lo que se requiere es un ambiente que lo fomente de manera sistemática y lo transforme en el motor de nuestra transformación económica. No podemos continuar observando de manera pasiva cómo otros países obtienen los beneficios de décadas de inversión estratégica en educación e innovación, mientras nosotros persistimos en optar por modelos de desarrollo que ya evidenciaron sus restricciones y nos centramos en convertirnos en una nación con recursos humanos asequibles y en la extracción de recursos naturales sin procesarlos. El interrogante que planteo aquí es ¿Cuándo comenzará a emerger esa conciencia para invertir en STEM e innovación en México?
Jorge Luis García Alcaraz
Ingeniero Industrial y Maestro en Ciencias de la Ingeniería Industrial conDoctorados en Ingeniería Industrial; Ingeniería, Diseño de Producto y Procesos Industriales; Ciencias y Tecnología Industrial; Ingeniería Mecánica por la Universidad de Zaragoza (España) y Postdoctorado en Procesos de Manufactura.
Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores en el Nivel III e investiga el modelado de sistemas de producción. Recibió el premio estatal de Ciencia, Tecnología e Innovación 2015.
Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.
