Yo era un chavito juarense, recién llegado a la gran Tenochtitlán, tratando de entender el ritmo de esta ciudad inmensa que no dormía. Fue ahí donde conocí a algunos amigos que, como yo, traían la inquietud de hacer algo distinto, de mover aunque fuera un poquito las cosas. Y entre esos amigos estaba Arístides Rodrigo Guerrero.
Éramos chavos con más sueños que certezas, pero con la firme idea de que queríamos un mejor México, desde donde nos tocara: las calles, los espacios comunitarios o incluso, cuando podíamos, las salas del Senado de la República que nos prestaban para reunirnos o tomar cursos de políticas públicas. Era una mezcla curiosa: por las mañanas estudiábamos o trabajábamos; por las tardes , noches y fines de semana hacíamos grilla, planeábamos cómo llevar nuestras ideas a la gente.
Caminábamos calle por calle, tocando puerta por puerta, explicando que queríamos un país distinto. Algunos nos miraban raro, otros apenas abrían la puerta; pero también estaban los que nos escuchaban con paciencia, los que nos invitaban a pasar, los que terminaban contándonos sus historias, sus problemas, sus sueños./”
Esa parte era la más valiosa: escuchar. Porque ahí, en esos ratos de plática sincera, entendíamos mejor qué dolía, qué preocupaba, qué indignaba. No todo era fácil: hubo rechazos, discusiones que nos dejaban sin palabras, y días en que terminábamos agotados, preguntándonos si servía de algo. Pero siempre volvíamos a salir, porque nos movía una convicción más grande que el cansancio: creer que sí podíamos contribuir, aunque fuera un poco.
El tiempo pasó, y cada quien siguió su camino. Algunos nos quedamos en la política; otros, en la academia, en el servicio público, o desde donde se puede sumar. Pero esa esencia de buscar construir, de acercarnos primero a escuchar antes que a imponer, nunca se perdió. Por eso, cuando veo hoy a Arístides convertido en ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, siento que, de alguna forma, todo aquello sigue vivo. Y me emociona más saber que, desde ahí, sigue buscando que la justicia no sea algo lejano, inalcanzable o reservado solo para unos pocos.
Hoy Aristedes propone algo innovador, las sentencias con inteligencia artificial.
Lo más importante de lo que propone Arístides no es —como algunos han malinterpretado— que la inteligencia artificial redacte las sentencias. Se trata de algo mucho más profundo y necesario: hacer que las resoluciones de la Corte sean comprensibles, accesibles y útiles para la gente de a pie.
Está impulsando que cada sentencia tenga una contraportada donde, con palabras sencillas, se explique de qué trata el caso y por qué se resolvió así. Que existan versiones en lectura fácil, en braille, en lenguas indígenas, para que nadie quede fuera. Que podamos escanear un código QR y ver un video resumen, o escuchar la discusión completa de los ministros para saber cómo llegaron a esa conclusión. Que exista una especie de “Spotify de la justicia”, donde podamos buscar fallos por tema, por palabra clave o incluso por el nombre de quien resolvió, facilitando el estudio y el debate.
La inteligencia artificial no reemplazaría el análisis ni la decisión de los jueces, sino que ayudaría a organizar mejor la información: a comparar sentencias, a detectar contradicciones, a encontrar antecedentes parecidos que fortalezcan la argumentación. Sería, más que un juez digital, una herramienta para que el trabajo de la Corte sea más claro, más transparente y más útil para todos.
Para quienes estudiamos derecho, esto representa una oportunidad enorme: podríamos analizar los razonamientos de manera más profunda, entender mejor por qué se construyó cierto criterio, y compartirlo de manera más clara con estudiantes, colegas o cualquier persona interesada. Y para la sociedad en general, significa que la justicia deja de ser un discurso críptico, encerrado en expedientes y tecnicismos, y empieza a ser algo que podemos leer, cuestionar y comprender.
Y pienso que, aunque ya no somos aquellos chavos de veinte años cargando cajas de volantes, en el fondo seguimos haciendo lo mismo: llevando el mensaje de nuestras convicciones casa por casa, hablando en las esquinas, y cada vez generando más espacios, más ideas y, sobre todo, manteniendo viva la convicción de que sí se pueden cambiar las cosas.
Porque aunque el escenario cambió —hoy no todo es puerta a puerta ni volantes— el espíritu sigue siendo idéntico: acercarse, escuchar, insistir. Hoy son plataformas digitales, conferencias, audiencias públicas, proyectos de modernización judicial; antes eran las banquetas, los pasillos prestados y las reuniones en parques. Pero la intención es la misma y la de Arístides es muy clara: que la justicia deje de ser algo lejano y se convierta en algo que la gente sienta propio.
Esa terquedad que nació en las calles de Coyoacán hoy se transforma en propuestas para que cualquier persona pueda entender por qué se tomó una decisión, qué argumentos se valoraron, quién votó a favor o en contra y por qué. En hacer que la Suprema Corte no sea solo un edificio de mármol, sino también una institución que habla, explica y se deja cuestionar.
Y así, entre recuerdos y presente, me quedo pensando: tal vez la justicia siempre ha sido eso: tocar puertas que parecen cerradas hasta que alguien se asoma, escucha y decide abrir. Y nosotros, los que empezamos de jóvenes tocando puertas reales, hoy seguimos haciéndolo —desde distintos espacios, con más herramientas pero con la misma convicción— porque sabemos que solo así puede cambiar algo.
Seguimos tocando puertas. A veces son físicas, otras digitales, otras simbólicas. Y aunque muchas veces parezcan cerradas, sabemos que, si insistimos, algunas se abren. Y cuando se abren, la justicia deja de ser un privilegio de pocos y se convierte, por fin, en algo que podemos entender, cuestionar y defender entre todos.

Daniel Alberto Álvarez Calderón
Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.


