Estas armas no causan explosiones nucleares, pero sí provocan contaminación y pánico social.
Ciudad Juárez, Chih. (ADN/Staff) – En el contexto global de amenazas híbridas y terrorismo no convencional, las llamadas bombas sucias se perfilan como uno de los peligros más subestimados pero potencialmente disruptivos. Aunque no tienen la capacidad destructiva de una bomba nuclear, su uso genera consecuencias severas por su capacidad para esparcir materiales radiactivos o químicos en áreas pobladas.
Una bomba sucia, conocida también como dispositivo de dispersión radiológica, es un artefacto explosivo que combina explosivos convencionales —como los utilizados en artefactos caseros o militares— con materiales contaminantes, principalmente radiactivos. Al detonarse, no genera una reacción nuclear en cadena como una bomba atómica, pero sí dispersa sustancias peligrosas en el entorno, contaminando el aire, suelo y agua.
La diferencia principal entre una bomba sucia y una nuclear radica en el mecanismo y la finalidad de daño. Mientras que una bomba nuclear utiliza la fisión o fusión de átomos para liberar una enorme cantidad de energía y provocar una devastación masiva, la bomba sucia se enfoca en provocar terror, desestabilización y daños prolongados a la salud y el medio ambiente mediante la contaminación.
El término “sucia” hace alusión precisamente a esa contaminación deliberada. A diferencia de las armas nucleares tradicionales, que están diseñadas para maximizar la explosión y minimizar residuos —aunque con devastadores efectos secundarios—, las bombas sucias son rudimentarias y centradas en esparcir “suciedad” radiactiva o química, afectando tanto la percepción pública como el tejido social.
Los efectos inmediatos de una bomba sucia incluyen la dispersión de material radiactivo en forma de polvo o partículas finas. Las personas en el área de impacto pueden verse expuestas a la radiación ionizante, lo que incrementa el riesgo de enfermedades como cáncer, trastornos respiratorios, quemaduras e incluso la muerte, dependiendo del nivel de exposición y del tipo de material utilizado.
Además del impacto en la salud, el uso de una bomba sucia busca generar pánico, desorganización y alteraciones severas en la vida cotidiana. Ciudades enteras podrían ser evacuadas, con consecuencias económicas y sociales significativas, incluso si los efectos físicos del ataque son limitados. La amenaza misma puede ser tan poderosa como el daño directo.
México, por su parte, no posee armas nucleares ni ha desarrollado bombas sucias. No obstante, el país cuenta con la capacidad técnica para desarrollar tecnología nuclear, aunque está suscrito al Tratado de Tlatelolco y a otros compromisos internacionales que garantizan el uso exclusivamente pacífico de la energía nuclear. Además, México ha sido uno de los promotores del desarme nuclear y ha mantenido políticas activas de prevención del uso indebido de materiales radiactivos.
Ante estos riesgos, las autoridades mexicanas y organismos internacionales como el OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) continúan promoviendo protocolos de seguridad en instalaciones médicas, industriales y científicas que manejan materiales potencialmente utilizables para una bomba sucia.
El desafío principal de estos dispositivos radica en su simplicidad y en la posibilidad de que actores no estatales —como grupos terroristas— logren fabricarlos utilizando materiales de uso civil mal resguardados. Por ello, la vigilancia y regulación de sustancias radiactivas se ha convertido en un aspecto clave de la seguridad nacional y global en la era contemporánea.

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