La semana pasada leí con indignación que España incluirá el dinero generado por el tráfico de droga y la prostitución en su Producto Interior Bruto. También lo harán otras actividades como la investigación para el desarrollo y el gasto militar en armamento. Así se pretende pasar del 2,7% de crecimiento al 4,5%. Es decir, alejar estadísticamente el fantasma de la recesión económica.

Lo que más me sorprendió de una decisión tan “Made in Spain”, es que en realidad se trata de un ordenamiento de la Unión Europea a todos sus estados miembros. Resulta triste ver cómo un continente orgulloso de albergar algunos de los mejores sistemas sociales del planeta caiga en la vulgaridad de recurrir a las actividades ilegales para adecentar sus cuentas de resultados. Algo tan lamentable como la absoluta ausencia de debate sobre el particular.

Parece como si a ningún español le haya molestado que se utilice a las mafias para salvarnos la cara ante los organismos económicos. Será la acción combinada de una corrupción perenne con la hipnosis colectiva del Mundial, el estrepitoso fracaso de la selección nacional y un abrupto cambio de Rey. Demasiadas emociones juntas para una sociedad que vive harta y atontada a partes iguales.

Y es que añadir tales lacras a la riqueza nacional es inmoral. Cualquier actividad basada en la violencia, la extorsión, la insalubridad pública y la explotación humana no puede considerarse riqueza de ninguna clase. Ni tampoco el tráfico de armamento aunque goce de la legalidad estatal. Esta clase de negocios es uno de los peores atrasos de cualquier sociedad. Es dinero manchado con sangre y vergüenza. Además, tal consideración pública puede frivolizar la gravedad de las muertes, el daño social y el dolor que provocan.

El deber de todo gobierno es acabar con el crimen, no beneficiarse de él. ¿Qué reputación tendría Colombia si comenzara a promocionarse turísticamente como el lugar donde uno puede esnifar la mejor cocaína del mundo? ¿Qué pensaríamos de una Camboya que obviase sus impresionantes templos budistas para venderse como el destino favorito de los pedófilos occidentales?

Otro de los aspectos poco éticos de esta nueva contabilidad gubernamental es que sus datos no pueden ser corroborados. Las autoridades tienen una idea aproximada sobre el volumen de dinero que generan tales actividades pero, ¿cómo se controla algo que está fuera de control? Por tanto, son cifras virtualmente ficticias. ¿Quién garantiza que el Gobierno no inventará los números a su conveniencia? A fin y al cabo, nadie puede rebatirles nada. La caída en la actitud del “todo vale” nos arroja hacia un abismo muy peligroso. La justificación de lo injustificable abre las puertas a la perversión política, económica y social. Y eso tiene consecuencias imprevisibles.

A mediados de los años noventa, el Ex-Presidente español Aznar popularizó la frase “España va bien”. Su heredero Rajoy está deseando pronunciar: “España ha salido de la crisis”. Si esto sucediera, habrá sido gracias a las putas, los narcos y los mercaderes de armas. Pero esto tampoco le interesará a nadie. Sólo importará que volvimos a la “senda del crecimiento”.