En México hablamos mucho del Gobierno, poco del Estado y casi nada de la ciudadanía. Y, sin embargo, los tres forman parte de un mismo tejido que sostiene nuestra vida pública. En tiempos de cambios profundos —sociales, económicos y políticos— es fácil creer que todo depende de una sola voluntad o de una sola figura. Pero la verdad es mucho más grande y simple a la vez: un país no lo mueve una persona; lo movemos todos.
Durante los últimos días hemos visto marchas, manifestaciones y expresiones públicas nacionales surgidas de distintos acontecimientos. Aunque cada una tiene su propio origen y sentido, todas tienen algo en común: la gente está participando. Un país sano no es aquel donde nadie protesta, sino aquel donde la protesta es escuchada, respetada y tomada en serio cuando es justa. No toda expresión es legítima, por supuesto, hay intereses disfrazados y agendas que buscan confundir, pero cuando la ciudadanía se organiza, se informa, levanta la voz y lo hace desde la justicia, desde el bien común y sin fines partidistas ocultos, lo que vemos no es un desafío al gobierno: es el funcionamiento correcto de una democracia que respira y evoluciona.
Desde mi visión personal estar del lado de un proyecto de transformación no significa callar las inconformidades ni negar las dudas, significa reconocer que la participación ciudadana es un contrapeso sano, un espejo necesario y sobre todo, una manera de acompañar el proceso que buscamos fortalecer. Considero también que apoyar al gobierno o a un proyecto específico no significa renunciar a la crítica constructiva, sino entender que la crítica responsable también es una forma de construir país.
La democracia no se sostiene con aplausos; se sostiene con participación. Con comunidades que se organizan, con mujeres que alzan la voz, con jóvenes que discuten, con ciudadanos que se informan. Con quienes apoyan al gobierno y también con quienes lo cuestionan. La pluralidad no es una amenaza: es la evidencia de un país vivo que se mueve, que piensa, que cambia.
A veces hablamos del gobierno como si fuera un ente ajeno a nosotros, como si las decisiones se tomaran en un mundo aparte, sin rostro y sin gente detrás. Y olvidamos que cada política pública, cada regulación, cada avance y cada error son realizados por personas: servidores públicos, trabajadores, especialistas, equipos enteros que dedican su conocimiento y en ocasiones su vida a sostener lo que funciona y corregir lo que no.
Pero ese esfuerzo no puede avanzar solo. Necesita una ciudadanía atenta, vigilante, activa. Necesita una sociedad que no solo critique, sino que también proponga, cuide, cuestione y acompañe.
Las protestas recientes nos dejan una enseñanza importante: México avanza cuando su gente no se conforma. Cuando levanta la mano, cuando exige respeto, justicia o claridad, cuando defiende sus causas,cuando dialoga incluso desde el desacuerdo. Y también cuando reconoce que ningún proyecto político —por más firme que sea— puede caminar sin la mirada crítica y la energía participativa de su propio pueblo.
Tal vez algún día lleguemos a ese ideal donde todos —incluso quienes hoy prefieren mantenerse al margen de la política— comprendan la importancia de involucrarse. No para militar en un partido, no para pelear con el vecino, no para gritar más fuerte que el otro, sino para ejercer el derecho y la responsabilidad de ser parte del rumbo del país.
Participar no es exclusivo del gobierno ni de la oposición: es un acto de ciudadanía. Y todos tenemos un papel, ya sea desde la trinchera institucional o desde la mirada crítica que observa, cuestiona y exige.
El rumbo de México no lo determina una sola institución ni un solo liderazgo. Lo determinamos nosotros, juntos, con conciencia, con participación y con la certeza de que cuando sociedad y gobierno caminan en la misma dirección —aunque no siempre al mismo ritmo— el país se mueve con pasos más firmes, más conscientes y más libres.

Karina Villegas
Activista social, licenciada en Administración de Empresas por el ITCJ y emprendedora con enfoque humano. Cree firmemente en que la participación ciudadana transforma realidades. Desde cada espacio que ocupa, impulsa causas que fortalecen la voz colectiva y la construcción de comunidad con visión solidaria y acción constante.


