La Navidad llega puntual, como siempre. No falla. Aparece,aunque el año haya sido duro, aunque la ciudad esté cansada, aunque las noticias insistan en recordarnos todo lo que no funcionó. En Ciudad Juárez, la Navidad no es ingenua ni decorativa: es resistencia emocional. Es una tregua breve entre la realidad y la esperanza.
Las calles se llenan de luces que no tapan los baches, pero los hacen menos visibles. Los centros comerciales se abarrotan,aunque el bolsillo esté flaco. Las casas se organizan para la cena incluso cuando el aguinaldo no alcanzó como antes. Aquí, la Navidad no niega los problemas: los enfrenta con terquedad, no por algo somos la ciudad más resiliente del mundo.
Porque Juárez ha tenido un año complicado. Economía frenada, empleo inestable, inseguridad persistente, gobiernos ocupados en pelear narrativas más que en resolver fondo. Y, aun así —o quizá por eso— la ciudad se permite este paréntesis. No por olvido, sino por supervivencia emocional.
En esta frontera, la Navidad no vive de los spots oficiales ni en los mensajes grandilocuentes de fin de año. Vive en el trabajador que cruza cansado, pero compra algo extra “para los niños”. Dela madre que estira la cena para que alcance para todos. Delcomerciante que abre, aunque el flujo esté bajo, porque cerrar no es opción.
Aquí no hay árboles perfectos ni mesas largas de postal. Hay familias completas por video llamadas, sillas prestadas, platillos compartidos y silencios que dicen más que los brindis. Y eso también es Navidad.
Mientras tanto, la clase política aprovecha la temporada para desear paz, unidad y prosperidad… las mismas palabras que se repiten cada diciembre, aunque enero siempre llegue con los mismos pendientes. La diferencia es que el ciudadano ya aprendió a escuchar con cautela y a brindar sin expectativas exageradas.
En Juárez, la Navidad también es memoria. De los que ya no están. De los que se fueron. De los que este año no alcanzaron a llegar. Aquí se reza, se ora, se recuerda y se guarda silencio con más frecuencia de lo que se presume.
Y sí, también hay ironía. Porque mientras se habla de paz mundial, los problemas locales siguen esperando turno. Mientras se predica reconciliación, los pleitos políticos entran en pausa solo para reanudarse en enero con más fuerza. Mientras se habla de esperanza, la ciudad aprende a dosificarla para que dure todo el año.
Pero incluso con todo eso, Juárez no se rinde. La Navidad funciona como un recordatorio colectivo de que todavía hay comunidad, todavía hay lazos, todavía hay algo que vale la pena cuidar. Porque muy en el fondo siempre terminamos gritando: “somos Juárez chingao”.
La Navidad pasará. Se guardarán los adornos, se apagarán las luces y volverán las prisas, los problemas y las exigencias. Pero estos días dejan algo importante: una especie de acuerdo tácito entre juarenses para no soltarse del todo, para seguir, para aguantar.
Ojalá quienes gobiernan entiendan que esta ciudad no necesita solo buenos deseos ni mensajes con música de fondo. Necesita decisiones que honren ese esfuerzo cotidiano que se ve en cada casa, en cada mesa sencilla, en cada abrazo largo.
La navidad en Juárez no es perfecta. Nunca lo ha sido. Somosuna ciudad que brilla por fuera y sangra por dentro. Pero que celebra a pesar de todo.
Y es que aquí no se necesita nieve para que sea Navidad. Basta con que alguien, en medio del caos, encienda una vela y diga:“Ven, pasa. Aquí hay lugar, siéntate a cenar.” Aunque sean frijolitos, porque así somos los juarenses, solidarios, receptivos y amorosos. Esta es nuestra orgullosa ciudad, esa, esa donde Juan Gabriel cantaba: “La Frontera donde debe vivir Dios”
Porque, la Navidad no es un lujo. Es un acto de fe. Y también —hay que decirlo— una promesa pendiente.
Feliz Navidad, Juárez. Que el nacimiento del niño Dios, nos ilumine la razón y nos inflame el corazón de amor.

César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político


