Hace unos días despedí a mi padre. Su partida me deja un vacío profundo, pero el recuerdo más difícil no es su ausencia, sino el dolor que lo acompañó en sus últimos días. El sufrimiento físico, las limitaciones médicas y la falta de opciones adecuadas para atender a pacientes en etapa terminal revelan una verdad incómoda: en México, aún no sabemos acompañar dignamente a quienes se están yendo.
Aunque la ciencia médica ha avanzado de manera extraordinaria, los cuidados paliativos esa rama dedicada a aliviar el dolor y dar calidad de vida cuando ya no hay cura posible siguen siendo una asignatura pendiente en gran parte del país. No todas las familias tienen acceso a unidades especializadas, a médicos capacitados en manejo del dolor, ni a tratamientos que permitan a sus pacientes partir en paz. La muerte, inevitable por naturaleza, no debería ser también un suplicio evitable por omisión.
En el debate público solemos hablar de eutanasia y voluntad anticipada, pero poco se discute el punto intermedio: los derechos paliativos, el derecho a morir sin dolor, sin encarnizamiento terapéutico, con acompañamiento médico, emocional y espiritual. La Ley General de Salud reconoce los cuidados paliativos como parte del derecho a la atención médica, pero en la práctica su aplicación es irregular, y los recursos, escasos.
Frente a esto, médicos, legisladores y autoridades de salud deben asumir un compromiso real: formar personal especializado, abrir más clínicas y hospicios, garantizar medicamentos para el dolor y hacer que la atención paliativa llegue a todos los rincones del país.
No se trata de legislar sobre la muerte, sino de humanizar el proceso de morir. De reconocer que la dignidad de una persona no termina con su diagnóstico, y que el final de la vida merece la misma compasión y profesionalismo que su inicio.
Mi padre, como miles de mexicanos, merecía haber tenido más opciones, más alivio, más descanso. Que su historia sirva para mirar de frente una deuda silenciosa: la de ofrecer a cada paciente terminal no una prolongación del sufrimiento, sino una despedida con humanidad por favor.

Nora Sevilla
Comunicadora y periodista experimentada, actualmente Jefa de Comunicación en Cd. Juárez del Instituto Estatal Electoral y Tesorera en la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez. Experta en marketing político y estrategias de relaciones públicas, con sólida carrera en medios de comunicación.


