El 15 de noviembre, la Generación Z mexicana saldrá a las calles. No para pedir likes, no para grabar un TikTok, no para seguir una moda, saldrán a gritar lo que nosotros callamos durante años: que este país está podrido de raíz, que la impunidad se volvió costumbre, que la violencia dejó de ser noticia, y que el futuro, su futuro está siendo saqueado por quienes juraron defenderlo.
Nosotros crecimos entre el miedo y la resignación, ellos crecieron entre la rabia y la hiperconexión. Mientras a nosotros nos enseñaron a agachar la cabeza, ellos aprendieron a grabar, denunciar y viralizar. Mientras nosotros esperábamos que alguien más arreglara las cosas, ellos entendieron que nadie viene a salvarlos. Y por eso marchan.
La marcha del 15 de noviembre no es un capricho ni una conspiración, es una respuesta, una consecuencia, un grito acumulado. No es casual que surja en un país donde cada día desaparecen personas, donde los feminicidios se archivan, donde los jóvenes son carne de cañón para el narco o el desempleo. No es casual que surja en un sexenio que prometió transformación y entregó simulación. Donde la presidenta con A que se dice feminista, progresista y del pueblo, responde a la protesta con vallas, descalificaciones y teorías de bots pagados.
Porque eso es lo que ya no soportan: el cinismo, la narrativa oficial que insiste en que todo va bien mientras todo se cae a pedazos. Que dice que hay paz mientras hay masacres. Que presume becas mientras hay fosas. Que se indigna por las formas pero no por las causas. Que acusa a los jóvenes de ser manipulados, cuando lo único que hacen es mirar de frente una realidad que los adultos prefieren maquillar.
La Generación Z no está esperando turno, no está pidiendo permiso; está tomando la palabra. Y eso incomoda. Porque no tienen líderes visibles, ni partidos detrás, ni voceros oficiales, por qué no se dejan cooptar ni comprar ni quieren cargos, quieren justicia. Porque no quieren selfies con políticos, quieren respuestas y no quieren discursos, quieren hechos.
Y sí, hay precedentes de la movilización de la generación Z, en Nepal, en Chile, en Colombia, en Irán, jóvenes que se hartaron de esperar a que los adultos hicieran algo, que entendieron que el futuro no se hereda, se toma y que no hay transformación sin confrontación. ¿Por qué no podría pasar en México? ¿Por qué asumimos que aquí todo se aguanta, todo se olvida, todo se negocia?
La ruta está trazada: del Ángel al Zócalo. Pero el verdadero recorrido es otro: del hartazgo a la acción. De la rabia a la organización y de la burla a la dignidad. Porque esta marcha no es el final de nada, es el principio de algo. Algo que no cabe en las urnas ni en los noticieros, que no se puede encapsular en un trendingtopic; que si no lo escuchamos, nos va a arrasar.
Y cuidado: no se equivoquen quienes creen que esto es solo una moda juvenil. No lo es. Es una grieta en el pacto del silencio, son una generación que ya no quiere heredar el país que le dejamos y no quiere vivir con miedo, tampoco quiere normalizar la muerte mucho menos quiere seguir fingiendo que todo está bien.
Nosotros tuvimos miedo. Ellos tienen memoria. Nosotros nos callamos. Ellos gritan. Nosotros nos adaptamos. Ellos se rebelan. Y eso, aunque duela, es lo más esperanzador que le ha pasado a este país en mucho tiempo.
Porque cuando una generación entera se levanta, no hay valla que la detenga. Porque cuando el futuro grita, el presente tiembla. Y ya llego el momento!

Aldonza González Amador
Criminóloga y Empresaria Juarense
Actualmente Presidenta del Organismo Nacional de Mujeres Priistas en el Estado de Chihuahua (ONMPRI) y Estudiante de Administración de Empresas en la Universidad de la Rioja España.
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