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    diciembre 2, 2025 | 3:51

    La dignidad: el punto de partida de toda justicia

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    Vivimos tiempos de crispación social e hiperconectividad, donde los tribunales digitales y la opinión pública ejercen de Santa Inquisición instantánea. Tiempos de áreas grises en el derecho, donde los derechos digitales, la privacidad, el olvido y la réplica chocan sin que, como humanidad, hayamos encontrado soluciones equitativas. Tiempos de soledad, donde muchas personas, confiesan carecer de amigos y redes de apoyo. Esas redes que nos sostienen, permitiéndonos ser sin consecuencias inmediatas; que escuchan sin juzgar y aconsejan sin condenar.

    En este contexto de hiperproductividad y sobreexigencia, donde priman el hacer sobre el ser, urge reflexionar sobre el principio que da sentido a todo derecho: la dignidad humana y la libertad para elegir cómo reaccionar ante las circunstancias.

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    Son bienes inalienables de los que nos habló Viktor Frankl en el clásico “El hombre en busca de sentido”. Frankl nos enseñó que, incluso en las situaciones más traumáticas, deshumanizadoras y dolorosas —como un campo de concentración—, nuestra dignidad y la libertad interior para elegir nuestra respuesta son lo último que puede pertenecernos. A la par, nos regaló otra joya: siempre se puede volver a empezar. Incluso cuando se ha perdido todo lo que parecía definirnos desde el exterior, con pérdidas humanas que nos dejan sin columna vertebral produciendo un sufrimiento que cala hasta los huesos; si aún desde ese punto de partida, podemos recomenzar desde la fuerza de nuestro espíritu “haiga sido como haiga sido”.

    La tierra que cargamos encima y que apenas nos deja respirar es, paradójicamente, la misma en la que podemos plantar flores para nosotros y para los demás. Pero para ello, debemos tomar la decisión consciente de asumir la libertad que poseemos y abrazar el desafío de crecer. Se trata de reconocer nuestras virtudes y trabajar en aquellas sombras —nuestros Mike Wazowski y Sulley interiores— que son, en realidad, áreas de oportunidad.

    Esto no es una mera reflexión filosófica. Como profesionales del derecho, no defendemos blancos o negros, sino personas. Seres humanos con virtudes, errores y, sobre todo, dignidad. Ninguna ley, sentencia o política pública es legítima si no parte del reconocimiento de este valor intrínseco. Un principio tan invocado como olvidado, que nos recuerda que nadie puede ser reducido a su error, su pasado o a la mirada ajena que lo deshumaniza. En un mundo donde la revancha se disfraza de justicia, la dignidad emerge como la última resistencia ética.

    Reconocer la dignidad no es retórica, sino un compromiso civilizatorio. Es afirmar que toda persona —culpable o inocente, víctima o agresor— conserva su valor esencial. La Suprema Corte lo ha sostenido: la dignidad es el fundamento de todos los derechos. Sin embargo, olvidamos que dignificar al otro nos dignifica a nosotros. ¿Qué sociedad construimos si el perdón se ve como debilidad y la compasión como ingenuidad?

    Aquí es crucial aclarar: no se trata de disculpar conductas. Se trata de entender que el bueno no es tan bueno, y el malo no es tan malo. La voluntad de crecer y de mejorar, abrazando la necesidad de cambiar, siempre debe abrir puertas. Respetar la dignidad es reconocer la posibilidad de redención; es negarnos a confinar a nadie en la versión más oscura de sí mismo. Es aceptar la esperanza y la voluntad de querer trabajar en ser mejores para nosotros mismos y los demás. Sostenernos en la verdad y la vida misma.

    En mi trayectoria como profesional del Derecho, he sido testigo de personas que, teniendo el pretexto perfecto para llenarse de rencor, han optado por la paz e incluso por la gratitud. Su estoicismo y su firme decisión de ser crecer, de enfocarse en la luciérnaga en la negra noche: convierten el trabajo legal en una experiencia profundamente enriquecedora. Esta es la parte de la historia que también merece ser contada.

    La justicia sin humanidad es sólo castigo. Una justicia democrática no puede sustentarse en el odio y la condena perpetúa. El jurista que pierde de vista la humanidad tras el expediente se vuelve un mero operador de sanciones, no un garante de derechos. En cada proceso, la pregunta crucial no es sólo quién tiene la razón jurídica, sino qué decisión preserva mejor la dignidad de todos los involucrados.

    El perdón, en este sentido, no es olvido ni renuncia a la verdad; es un acto de libertad. Es decidir no vivir prisioneros del agravio. Como dijo un querido amigo: “Ganamos la posibilidad de seguir adelante sin odio, sin venganza, sin guerra”. Significa también que eso que siempre quisimos hacer (en mi caso bailar salsa), va ser posible, sea cuando sea, mientras allá vida y el corazón aún resuene.

    La verdadera victoria moral no es imponer una razón y dividirnos en triunfos y derrotas ¡Qué simple sería la vida así! Nos condenaría a no evolucionar para recuperarnos y reencontrarnos con la paz interior. En el ámbito jurídico, esto implica promover soluciones restaurativas y recordar que toda sanción debe orientarse a la reintegración, no a la exclusión perpetua.

    Defender la dignidad no es tarea exclusiva de los tribunales; es un deber social. Cada vez que deshumanizamos a alguien en redes sociales, reduciendo a una víctima a su dolor o a un agresor a su delito, le ponemos una letra escarlata digital. Con ello, no solo lastimamos a quien señalamos, sino que erosionamos el tejido moral que nos sostiene, incluimos en el ánimo de juzgadores, alimentamos el tribunal de la opinión pública y lastimamos a terceros.

    La dignidad humana es el primer derecho y el último refugio. Desde ella, es donde la esperanza, los sueños e ilusiones tienen asideros y posibilidades. Si construimos una cultura que coloque la dignidad sobre el rencor, la justicia dejará de ser una aspiración legal para convertirse en una experiencia vital de libertad, paz y humanidad compartida.

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    Georgina Bujanda

    Licenciada en Derecho por la UACH y Maestra en Políticas Públicas, especialista en seguridad pública con experiencia en cargos legislativos y administrativos clave a nivel estatal y federal. Catedrática universitaria y experta en profesionalización policial.


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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