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    diciembre 2, 2025 | 4:27

    La cámara y el tiempo: Graciela Iturbide, ejemplo y fruto de su mirada

    Publicado el

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    El pasado 24 de octubre de 2025, en el Teatro Campoamor de Oviedo, España, la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, uno de los reconocimientos más importantes del ámbito cultural internacional. El galardón, anunciado en mayo del mismo año, la consagra como una de las grandes voces del arte contemporáneo, heredera de la mirada poética de Manuel Álvarez Bravo y pionera en la construcción de una fotografía mexicana con identidad propia y resonancia universal.

    El Premio Princesa de Asturias distingue cada año a creadores que, a través de su obra, contribuyen de manera excepcional al patrimonio cultural de la humanidad. En el caso de Iturbide, el jurado reconoció “su capacidad para universalizar la cultura mexicana desde una mirada humanista y simbólica, que conjuga el documental con la poesía visual”. El premio no sólo celebra su talento, sino también la coherencia y profundidad de una trayectoria que ha permanecido firme durante más de cinco décadas.

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    Desde sus inicios en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM en los años setenta, Iturbide ha recorrido México con una cámara que no observa desde la distancia, sino que se aproxima al otro con respeto y complicidad. Su trabajo en Juchitán de las Mujeres, Los que viven en la arena o El baño de Frida trasciende lo documental: es una exploración de la identidad, la espiritualidad y la resistencia cultural. Ha recibido distinciones como el Premio Hasselblad (2008), el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2008), el Premio Internacional de Fotografía Infinity Award del ICP de Nueva York, y ahora, el más simbólico de todos: el Premio Princesa de Asturias, que la inserta en la historia del arte mundial.

    Más allá de la lista de premios, lo que realmente asombra en su carrera es la constancia. Durante 55 años de trabajo, Iturbide no ha dejado de mirar, de reflexionar y de reinventarse. Su obra no responde a modas ni a algoritmos; es el resultado de una práctica que valora la lentitud, la observación y la madurez del oficio. En tiempos en que la inmediatez parece ser la medida del éxito, su trayectoria nos recuerda que el arte verdadero se cocina a fuego lento.

    Esa es quizá la lección más importante para la juventud contemporánea, inmersa en un entorno que premia la rapidez y castiga la espera. Hoy muchos jóvenes artistas aspiran a resultados instantáneos, creyendo que el reconocimiento llega con un clic o una publicación viral. Pero Iturbide demuestra lo contrario: su reconocimiento no proviene de la prisa, sino de la permanencia. La paciencia, la disciplina y la fidelidad a una visión propia son los pilares de su éxito. Su fotografía es una afirmación contra el olvido y contra la superficialidad de la imagen digital: mirar requiere tiempo, y comprender, aún más.

    Sin embargo, mientras el mundo reconoce la valía de una creadora mexicana, México parece olvidar la importancia de la cultura en su propio territorio. El Ramo 48, que corresponde al presupuesto federal destinado a la Secretaría de Cultura, enfrenta para el ejercicio 2025 una reducción del 27.93 %, pasando de 16,754 millones de pesos en 2024 a 12,081 millones. Este recorte drástico representa un retroceso preocupante en la política cultural del país.

    Entre 2019 y 2024, el presupuesto cultural había mantenido un crecimiento sostenido —en parte por proyectos como “Chapultepec: Naturaleza y Cultura”—, pero la nueva proyección significa una pérdida de casi una tercera parte de los recursos públicos destinados al arte y la preservación del patrimonio. Si el Estado reduce su compromiso con la cultura, ¿cómo podrán surgir nuevas generaciones de artistas que mantengan la calidad, la visión y la profundidad que hoy encarna Iturbide?

    El caso de Graciela Iturbide debería servir como espejo: su trayectoria es la prueba de que el arte requiere tiempo, apoyo y espacios de desarrollo. No hay permanencia posible sin condiciones que la hagan viable. Reducir el presupuesto cultural no sólo limita la producción artística, sino que debilita la memoria simbólica de una nación. Sin cultura, México pierde una parte de su voz en el mundo.

    Mientras en Oviedo se celebra a una mujer que ha sabido mirar a México desde el alma, en su propio país se mira con indiferencia al arte que nos representa. Es paradójico: la fotografía de Iturbide rescata lo invisible, lo que el poder y la prisa ignoran. Su premio nos recuerda que la cultura no es un lujo, sino una necesidad; que la imagen también piensa; y que la verdadera trascendencia —como su obra— se construye a través del tiempo, no del instante.

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    Elias Ascencio

    Diseñador gráfico, fotógrafo y docente con más de 30 años de trayectoria artística y educativa. Maestro en Administración Pública y doctorante en Semiótica, ha trabajado en Metro CDMX y marcas nacionales. Líder filantrópico y promotor cultural en México.

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