El pasado 25 de julio se conmemoró el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente. Y aunque muchos lo ignoraron —o, peor aún, lo ridiculizaron—, para mí, para nosotras, fue un día profundo. Un día de alegría interna, de memoria, de orgullo y de fuerza.
Sí, soy mujer.
Sí, soy negra.
Y no, no es fácil.
No es fácil crecer escuchando tu nombre como burla. Que te griten “¡NEGRA!” no como identidad, sino como insulto. Que te hagan sentir fea, rara, no deseable. No es fácil ser pobre, tener sueños y escuchar que no eres “lo que buscan”.
No es fácil ver que otras, solo por su tono de piel y su cuerpo delgado, sean elegidas una y otra vez, incluso aunque no estén calificadas. Pero ¿sabes qué? Aquí estamos, y somos inquebrantables.
Descubrir mi identidad fue un acto de revolución personal. Reconocerme negra fue como volver a nacer. Aceptar mis raíces, mi historia, mi cuerpo, mis cicatrices.
Y cuando por fin lo abracé, supe que no había vuelta atrás.
No hablo con odio. Hablo con conciencia.
No busco dividir. Busco visibilizar.
Porque no es casual que las mujeres negras estemos al final de todas las listas: la peor remuneración, la menos elegida, la menos representada, la menos defendida. Pero también la más fuerte. La que carga, la que sostiene, la que resiste, la que aguanta.
Desde niñas nos enseñan a agachar la cabeza. A aceptar lo que hay. A no soñar tan alto.
Nos dicen que no somos el tipo ideal para una relación. Que no damos la imagen correcta para un puesto. Que no somos lindas, ni tiernas, ni dulces. Que somos “fuertes”, como si eso fuera todo lo que se nos permite ser.
Y cuando nos empoderamos, nos llaman exageradas. Conflictivas. Dramáticas.
¿Dramática? Dramático es tener que justificar nuestra existencia.
Dramático es que nos sigan negando oportunidades por nuestro color de piel.
Dramático es que, en pleno 2025, aún se rían del Día de la Mujer Afrodescendiente como si no doliera. Como si no contara.
Pues sí cuenta.
Porque no somos estadísticas.
Somos raíz. Somos historia viva.
Yo hablo hoy porque quiero más. Porque también tengo derecho a soñar.
Y si hablar incomoda, que incomode.
Y si molesta, que moleste.
Porque prefiero incomodar con la verdad que seguir callando por conveniencia.
El Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, para muchos, fue motivo de burla, incluso de rechazo. “¿Y ahora qué más quieren?”, “Ridículas, si todos somos iguales”, “¿No que no les gustaban las etiquetas?”, “Las verdaderas racistas son ustedes”.
Sí, lo leí. Lo escuché. Lo sentí.
Pero aquí estoy, escribiendo, porque merecemos más. No es un capricho identitario: es un grito necesario. Es una fecha para reconocernos, para abrazar nuestra historia, para mirar con amor nuestras cicatrices. No buscamos dividir. No hablo con resentimiento. Hablo con verdad.
Y la verdad es que las mujeres negras hemos sido ignoradas, maltratadas, invisibilizadas y, al mismo tiempo, sexualizadas.
A las niñas negras de hoy: no bajen la mirada.
A las mujeres negras: no pidan permiso para brillar.
A la sociedad: ya no hay vuelta atrás.
Ser mujer negra no es una carga. Es un poder. Y es hora de que lo reconozcan.
Esta columna está dedicada a mi madre: gracias por cada sacrificio, por cada abrazo, por cada “sí puedes” cuando todo decía que no.
Y a las mujeres negras, poderosas y hermosas, que me acompañan en esta lucha, en esta construcción de identidad, en este acto de amor propio: gracias por no dejarme sola, por compartir el camino, por ser mi espejo y mi fuerza.
Porque juntas estamos haciendo historia.

Ángeles Gómez
Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.


