La inflación en México alcanzó 3.74 % anual en la primera quincena de septiembre de 2025, un dato que a primera vista podría considerarse alentador: estamos dentro del rango objetivo del Banco de México y lejos de los niveles de presión que se vivieron hace apenas dos años.
Sin embargo, detrás de esa cifra aparentemente estable se esconden tensiones que vale la pena analizar.
El comportamiento de los precios este año muestra una curva que oscila entre la calma y la advertencia.
Tras un inicio con tendencia a la baja, el último trimestre ha evidenciado un repunte discreto pero constante. Educación, vivienda y algunos servicios han presionado al alza, mientras que la inflación subyacente —ese termómetro que mide la verdadera temperatura de la economía— permanece arriba del 4 %, lo que indica que los incrementos no son solo coyunturales.
Las estimaciones de cierre ubican la inflación en un rango de 3.7 a 4.0 %, dentro del objetivo pero lo suficientemente cercana al límite como para generar incertidumbre.
El problema no es tanto la cifra, sino lo que representa: un desgaste continuo en el poder adquisitivo de los hogares, sobre todo de aquellos que dependen de salarios fijos que no se ajustan con la misma rapidez que los precios.
En este contexto, hablar de “impactos positivos” resulta más un ejercicio académico que una realidad tangible.
Sí, es cierto que una inflación moderada puede incentivar el consumo, pero en la práctica la percepción social es otra: las familias sienten que su dinero alcanza para menos y que el crédito se encarece.
La supuesta estabilidad macroeconómica no siempre se traduce en bienestar cotidiano.
El caso de Ciudad Juárez es ilustrativo y preocupante. La frontera registra históricamente una inflación mayor al promedio nacional.
En meses recientes llegó a niveles de 4.5 % e incluso 5.8 %, impulsada por la dependencia del dólar y los costos logísticos.
Esto golpea de manera directa a sectores estratégicos: desde el precio de la canasta básica hasta los insumos que la industria maquiladora importa para mantenerse competitiva.
Lo que en el centro del país se percibe como “estabilidad”, en Juárez se traduce en un bolsillo más apretado y en márgenes más reducidos para la inversión productiva.
La crítica de fondo es que seguimos evaluando la inflación con lentes macroeconómicos, mientras los impactos regionales muestran realidades muy distintas.
No es lo mismo hablar de inflación en la capital que en la frontera, donde la volatilidad cambiaria y la dependencia de insumos externos amplifican cualquier movimiento.
México puede presumir estabilidad relativa, pero Ciudad Juárez necesita políticas diferenciadas; programas de apoyo a consumidores, incentivos para la industria y una mayor coordinación binacional que amortigüe los efectos del tipo de cambio.
De lo contrario, la inflación seguirá siendo esa cifra engañosa que tranquiliza en los informes pero que inquieta cada vez que las familias acuden al supermercado.

Guadalupe Parada Gasson
Economista, experta en comercio exterior, periodista y docente con amplia trayectoria en sectores público y privado. Ha dirigido medios impresos y digitales, liderado proyectos de comunicación y formación, y se ha desempeñado en ventas, publicidad y relaciones públicas. Destaca por su perfil multidisciplinario, visión estratégica y compromiso con la gestión social y educativa. Recientemente presidenta de Rotary Club Juárez Real (2023–2024).


