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    diciembre 4, 2025 | 10:11

    Entre urnas vacías y corazones llenos: una historia de amor y compromiso

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    El pasado 1 de junio de 2025, México vivió una jornada electoral sin precedentes. Por primera vez en la historia democrática del país, millones de ciudadanos fueron convocados a las urnas no para elegir presidentes, senadores o diputados, sino algo aún más delicado: el corazón del poder judicial. Más de 2,600 cargos, entre jueces, magistrados y consejeros judiciales, tanto a nivel federal como estatal, fueron puestos a consideración del voto popular en un ejercicio inédito que prometía acercar la justicia al pueblo y democratizar las estructuras que durante décadas han operado bajo lógicas opacas y elitistas.

    Era una elección compleja, sí, pero también simbólica. Representaba —al menos en el papel— la oportunidad de abrir las puertas de una de las instituciones más blindadas del sistema republicano. Se habló de “justicia popular”, de participación directa, de devolverle legitimidad a las decisiones que nos afectan en lo más profundo: el acceso a la verdad, a la reparación y a la ley.

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    Sin embargo, la promesa se desdibujó pronto. Según los datos preliminares del INE y diversos medios nacionales, la participación apenas osciló entre el 12.57% y el 13.32% del padrón electoral. En algunos estados, la afluencia fue incluso menor que en elecciones extraordinarias o consultas sin difusión masiva. Las casillas abrieron puntuales, los funcionarios cumplieron, el aparato electoral funcionó… pero la ciudadanía no llegó.

    Y aunque la organización técnica fue impecable, el mensaje político fue claro y ensordecedor: algo no está conectando con la gente. Algo se rompió hace tiempo, y ni el discurso ni las reformas han logrado suturarlo. La justicia, tan necesaria como lejana, sigue siendo una promesa de papel para millones. Y cuando las promesas no se cumplen, el silencio se vuelve respuesta.

    Mientras las urnas permanecían vacías, en silencio, mi corazón recordaba con fuerza otra elección —una muy distinta— celebrada también en Ciudad Juárez, allá por el junio de 2016.

    En ese entonces, yo trabajaba como representante de mi partido a nivel nacional, asignado en el Estado de México. Por decisión de la dirigencia, fui enviado a apoyar el proceso electoral local en Juárez. Volvía a mi ciudad natal, pero no por nostalgia ni vacaciones, sino por trabajo. Fue ahí, en medio del frenesí de la campaña, que te conocí.

    Entre lonas, cafés de madrugada, mítines improvisados y una ciudad que ardía por dentro de tanto olvido institucional, ahí estabas tú: decidida, apasionada, creyente en lo público, pero sin protagonismo. No buscabas reflectores ni discursos huecos, sino causas y coherencia. Y me encontraste a mí, que creía tener todo claro hasta que me miraste diferente… con ese hoodie rojo con la “A” de Alvin que me robaste —y con él, me robaste también el corazón.

    Hoy, mientras analistas, partidos y periodistas intentan explicar las razones del abstencionismo, yo elijo enfocarme en lo que sí florece. Porque, en medio de la desconexión política, nosotros decidimos conectar. En un mundo donde cada vez resulta más fácil no creer, nosotros apostamos por lo difícil: amar con conciencia, construir con paciencia, sembrar todos los días. Y que la política espere un poco… al diablo, si es necesario.

    Esta columna es para ti, chiquilla. Porque entre tantas campañas fallidas, la tuya fue la única que me ganó sin promesas. Porque mientras la democracia sigue buscando razones para ser rescatada, yo encuentro en ti los motivos no solo para participar, sino para quedarme. Porque me enseñaste que el compromiso más importante no se firma con el dedo entintado, sino con la voluntad diaria de estar… en los días difíciles, en los momentos dulces, en las tormentas y en la calma. Y de amarnos, incluso cuando cuesta, y abrazarnos fuerte —no para sobrevivir al mundo, sino para celebrarlo juntos. Con besos que a veces curan, a veces consuelan, y siempre sostienen.

    Mientras México reflexiona sobre lo que falló el domingo pasado, yo celebro lo que ha funcionado todos estos años: nosotros.

    Feliz aniversario. Gracias por ser hogar en medio del caos. Por recordarme que el verdadero poder no está en los cargos, sino en nuestra familia.

    En un país donde muchos ya no votan, yo te elijo a ti, hoy y siempre. Y que me perdonen los juristas, pero no hay mejor justicia que esta: la de un amor que construye todos los días una patria íntima, libre y de dos.

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    Daniel Alberto Álvarez Calderón

    Político y abogado chihuahuense con experiencia legislativa y empresarial. Exsubdelegado de PROFECO, ex dirigente del PVEM en Ciudad Juárez y cofundador de Capital and Legal. Consejero en el sector industrial y financiero, promueve desarrollo sostenible e inclusión social.

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