Emprender en México moda aspiracional: es, en muchos casos, un ejercicio cotidiano de resistencia. Antes de vender el primer producto, antes incluso de contratar al primer empleado, el emprendedor ya está pagando. No solo en dinero, sino en tiempo, incertidumbre y una paciencia que rara vez aparece en los balances contables.
La narrativa oficial suele celebrar al emprendedor como motor del crecimiento económico. Se le aplaude en discursos, se le invoca en campañas y se le coloca como símbolo de movilidad social. Pero en la práctica, emprender en México implica navegar un entramado de impuestos, cuotas, permisos y obligaciones que no distinguen entre una empresa consolidada y un negocio que apenas respira.
El primer choque con la realidad ocurre al formalizarse. Darse de alta ante el SAT es apenas la puerta de entrada a un sistema que exige precisión quirúrgica desde el día uno. ISR, IVA, declaraciones mensuales, pagos provisionales. La empresa aún no tiene utilidades, pero ya tiene obligaciones. La lógica es clara para la autoridad fiscal: primero cumple, luego sobrevive.
La segunda frontera es la nómina. Contratar tres empleados —un equipo mínimo para operar— transforma al emprendedor en recaudador del Estado. No solo paga salarios; retiene impuestos, cubre cuotas al IMSS, aporta al Infonavit y responde ante el impuesto estatal sobre nómina. En términos reales, por cada peso que se paga en sueldo, hay otro tramo significativo que no llega al trabajador ni se reinvierte en el negocio. Es el costo de hacer las cosas bien, pero también el incentivo perverso para no hacerlas.
A esto se suman los permisos de operación. Licencias municipales, uso de suelo, protección civil, avisos sanitarios según el giro. Cada uno tiene su lógica y su razón de ser, pero juntos conforman un laberinto administrativo que consume recursos clave en la etapa más frágil de una empresa: el arranque. El emprendedor aprende rápido que el problema no es pagar, sino pagar a tiempo, en forma, y sin equivocarse.
Y luego viene lo más difícil: mantenerse a flote. Porque el verdadero reto no es abrir la empresa, sino sostenerla en un entorno donde los ingresos son variables, los pagos son fijos y los errores se castigan con multas que no distinguen entre mala fe y simple desconocimiento. Una declaración extemporánea, una clasificación incorrecta ante el IMSS o un permiso vencido pueden significar semanas de ingresos perdidos.
Las cifras lo confirman: la mayoría de las empresas en México no mueren por falta de ideas, sino por asfixia administrativa y financiera. No quiebran porque su producto sea malo, sino porque el margen entre cumplir y sobrevivir es demasiado estrecho. En ese contexto, la informalidad no es solo una evasión; es una estrategia de supervivencia que el propio sistema incentiva.
No se trata de eliminar impuestos ni de renunciar a la regulación. Se trata de reconocer que no todos los contribuyentes parten del mismo punto. Que una empresa con tres empleados no puede ser tratada como una corporación. Que la formalidad debe ser un camino acompañado, no una carrera de obstáculos.
Si de verdad se quiere fortalecer la economía, el debate debe ir más allá de cuántos impuestos se cobran y centrarse en cómo y cuándo se cobran. Emprender en México no debería ser una prueba de resistencia fiscal, sino una oportunidad real de crecimiento. Hoy, para muchos, sigue siendo apenas un acto de valentía que se paga caro.
Porque en México, el emprendedor no solo compite en el mercado:h compite contra el tiempo, la burocracia y un sistema que todavía no decide si quiere que las pequeñas empresas nazcan… o que simplemente sobrevivan.

Nora Sevilla
Comunicadora y periodista experimentada, actualmente Jefa de Comunicación en Cd. Juárez del Instituto Estatal Electoral y Tesorera en la Asociación de Periodistas de Ciudad Juárez. Experta en marketing político y estrategias de relaciones públicas, con sólida carrera en medios de comunicación.


